Mundo, 06 dic 2024 (ATB Digital).- ¿Qué sucede cuando morimos? Se trata de una pregunta que nos ha intrigado a lo largo de toda nuestra evolución como especie. Para algunos, la muerte marca el fin absoluto; para otros, es solo el comienzo de algo más. En 1907, el médico estadounidense Duncan MacDougall trató de resolver esta incógnita de una forma que hoy podría parecer inusual: midiendo si el alma humana, ese supuesto vínculo con lo trascendental, tenía un peso físico que pudiera registrarse. Sus experimentos, aunque rudimentarios y ampliamente criticados, dejaron una huella peculiar en la historia: la idea de que el alma pesa 21 gramos.
UN MÉDICO Y UNA BALANZA
Duncan MacDougall era un médico de Massachusetts con un interés especial en la espiritualidad y el cuerpo humano. En un momento histórico algo disperso, en el que la ciencia y lo paranormal a menudo coexistían, MacDougall decidió abordar la idea del alma desde una perspectiva experimental. Su intención era demostrar, mediante mediciones precisas, que el alma no solo era una entidad real, sino que también poseía peso.
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Para ello, diseñó un experimento basado en pesar a pacientes en estado terminal. Su idea era medir su peso justo antes de morir y compararlo con el peso registrado inmediatamente después del fallecimiento. Para lograrlo, utilizó una balanza especialmente construida que permitía colocar a los pacientes en una cama mientras se registraban cambios mínimos en su masa corporal.
MacDougall trabajó con seis pacientes en total, todos en etapas avanzadas de enfermedades graves, como la tuberculosis. Según sus observaciones, en varios casos detectó una pérdida de peso en el momento exacto de la muerte. Aunque las cifras variaban ligeramente entre los pacientes, el promedio registrado fue de 21 gramos. Esto lo llevó a concluir que, al morir, algo abandonaba el cuerpo, y lo atribuyó al alma.
Para reforzar su hipótesis, decidió repetir el experimento con animales, específicamente perros. Su lógica era que, si el alma era algo exclusivamente humano, los perros no deberían mostrar ningún cambio de peso tras su muerte. Según sus registros, esto fue precisamente lo que ocurrió: no detectó ninguna variación en el peso de los animales. Para MacDougall, esto confirmaba que solo los humanos poseían un alma.
LA TEORÍA DE LOS 21 GRAMOS
El experimento de MacDougall fue un intento de poner números a una de las preguntas más abstractas de la humanidad: ¿qué es el alma? Según su análisis, esos 21 gramos que desaparecían al morir representaban el peso del alma al abandonar el cuerpo. Sin embargo, su método y sus conclusiones fueron duramente cuestionados tanto por la comunidad científica de su tiempo como por la actual.
El experimento tenía fallos significativos. Solo se realizaron mediciones en seis pacientes, un número insuficiente para sacar conclusiones. Además, las condiciones del experimento no eran ideales: no había un control estricto de variables que pudieran influir en el peso, como la evaporación de líquidos corporales o los cambios en los gases presentes en el cuerpo. Incluso las herramientas de medición, aunque avanzadas para su tiempo, no eran lo suficientemente precisas para este tipo de experimentos.
Por otro lado, los resultados no fueron consistentes. Algunos pacientes no mostraron cambios de peso significativos, y en otros casos el cambio fue mayor o menor a los 21 gramos. A pesar de estas inconsistencias, MacDougall defendió su teoría, y su estudio llegó a publicarse en medios de la época, captando la atención tanto de creyentes como de escépticos.
CIENCIA, CUERPO Y MUERTE
Aunque la hipótesis de que el alma pesa 21 gramos es imposible de probar científicamente, hay explicaciones más plausibles para los cambios de peso observados por MacDougall. Una de las razones más probables es la evaporación de fluidos corporales. Al morir, el cuerpo deja de regular funciones como la sudoración y la respiración, lo que podría provocar una rápida pérdida de agua que se reflejaría en el peso.
Otra explicación puede estar relacionada con la liberación de gases acumulados en los pulmones y otros tejidos del cuerpo. Estos procesos, que ocurren de forma casi inmediata tras la muerte, podrían afectar mínimamente el peso sin necesidad de involucrar factores sobrenaturales.
También se han planteado hipótesis sobre cambios químicos en los tejidos corporales tras el cese de las funciones vitales. Estos ajustes internos podrían alterar la distribución de masa y generar pequeñas fluctuaciones que una balanza extremadamente sensible podría detectar.
Sea cual sea la causa, el consenso científico actual es claro: no hay evidencia de que el alma, entendida como una entidad espiritual o inmaterial, tenga peso o pueda ser medida de manera física.
FUENTE. MEDIOS INTERNACIONALES