Por: Santiago Espinoza
La degradación moral del fútbol boliviano parece no tener fondo. Si hace una semana esta columna lamentaba el descaro de cuatro clubes “profesionales” para pedir una investigación que podría hacer descender a Aurora por la supuesta suplantación de identidad de uno de sus juveniles, el berrinche cobarde con el que Royal Pari intentó zafar del descenso indirecto hace unos días es de una bellaquería antológica.

Dudo de la posibilidad de conferirle alguna decencia al relato del bochorno que llevó al cuadro cruceño a dejar en vilo el futuro inmediato de la liga profesional boliviana. El sábado 21, Pari se impuso con facilidad a Totora Real Oruro (4-0) en el partido de ida por el descenso/ascenso indirecto, disputado en Santa Cruz. Dos días después, la vuelta en el Jesús Bermúdez dio muestra del hambre de gloria de los orureños, que cerraron el primer tiempo ganando 3-0, a solo un gol de forzar los penales y a dos de ascender. En el segundo tiempo, el cuarto gol les era esquivo hasta que una mano en el área rival les concedió un penalti, poco antes del cierre reglamentario. Entonces se desató el zafarrancho del cuadro de Santa Cruz: sus jugadores reclamaron hasta el hartazgo una decisión correcta e irrevisable (a falta de VAR), “alguien” mandó a un asistente técnico a trotar pesadamente por el gramado para dilatar aún más el tiro desde los doce pasos y, en un gesto insólito, su entrenador, el mexicano David de la Torre, invadió el campo de juego para pedir a sus dirigidos abandonar el encuentro y marcharse por considerar que el árbitro Gabriel Mendoza les estaba “robando”. Los policías debieron intervenir para sacar al DT de la cancha y, con forcejeos y –dizque– gasificación, tratar de poner orden. Pese a que los futbolistas de Pari volvieron unos minutos después, el referí suspendió el juego cuando se habían jugado menos de 84 minutos. En ese instante se instaló la incertidumbre.
Real Oruro festejó tímidamente su eventual ascenso, amparándose en artículos de nuestra “justicia deportiva” no del todo claros para casos de abandono de partido. Los cruceños recurrieron a leguleyos con amplio prontuario de escándalos para anunciar la impugnación de la decisión arbitral y, desde ya, pedir que el fútbol profesional no comience en 2025 hasta resolver esta controversia. Mañudos como son, ya han deslizado que la solución más salomónica sería eliminar los descensos de 2024.
La consigna sigue siendo la misma desde que se saben cuasi descendidos: apelar a chicanas para salvar en mesa lo que perdieron rotundamente en cancha. Su accionar, lo ha observado más de uno, recuerda al del chico del barrio que, ante la inminente derrota de su equipo, agarra la pelota y se la lleva para evitar el desenlace que, por justicia, se merece: perder. Solo cabe esperar que los tribunales de justicia futbolística, ahora de vacaciones, actúen con más decencia que la justicia ordinaria boliviana y no dejen al niño llorón y tramposo llamado Royal Pari escapar con la pelota. El club cruceño debe descender, al igual que ya lo hizo Real Santa Cruz.