Mundo, 02 de mayo 2025 (ATB Digital). – Más allá de los teoremas, Einstein poseía una faceta mucho menos conocida: la de inventor preocupado por los problemas cotidianos y la ética de la ciencia.
Albert Einstein es, sin duda, uno de los nombres más conocidos del siglo XX. Su rostro está estampado en camisetas, en pósters, libros, tazas… Y su famosa ecuación de E=mc^2 resulta familiar hasta para aquellos que no tienen una estrecha relación con la ciencia. Sin embargo, existe una faceta que es mucho menos conocida del físico alemán: la de inventor preocupado por los problemas cotidianos. ¿Sabías que, junto a su alumno Leo Szilard, llegó a patentar una nevera que funcionaba sin electricidad?
LA CARA MÁS EMPÁTICA DEL GENIO
Todo comenzó en Berlín, en los años 20. Alemania atravesaba una etapa de inestabilidad económica y social, pero también de gran actividad científica. En este contexto, se dice que, cierto día, llegó hasta Einstein una noticia que lo dejó profundamente impactado: una familia berlinesa había fallecido mientras dormía, intoxicada por una fuga de gas repentina en el refrigerador de su casa.
En aquella época, las neveras funcionaban mediante gases como el amoníaco, el metilo o el butano, altamente tóxicos. Se trataba de sistemas relativamente nuevos y mal regulados, que dependían directamente de válvulas y otros compresores mecánicos. ¿Cuál era el resultado? Que si alguna de estas piezas fallaba – algo que sucedía con frecuencia – los gases podían llegar a escapar e inundar la vivienda, provocando intoxicaciones y otros accidentes trágicos.
A los ojos de Einstein, esa era la gota que había colmado el vaso: le parecía inconcebible que un aparato diseñado para conservar alimentos pudiera, por un fallo técnico, matar a una familia entera sin previo aviso. Y lo más importante, sentía que la ciencia tenía una responsabilidad ante estas cosas. Por ello, decidió actuar: de la mano de uno de sus alumnos más prometedores, Leo Szilard, decidió aplicar su mente brillante al problema y rediseñar la nevera desde cero.
FRÍO SIN ELECTRICIDAD, NI MOTOR, NI MOVIMIENTO
Sin embargo, la tarea no era fácil: Einstein y Szilard se enfrentaban al reto de crear un refrigerador más seguro, sin partes móviles que pudieran desgastarse y que no necesitara electricidad para funcionar. Por ello, la solución no estaba en reinventar las piezas mecánicas, sino en pensar el sistema al completo desde otro ángulo. Y así fue como se enfocaron en una tecnología conocida, pero todavía poco explorada en aquel momento: la refrigeración por absorción.
REcreación de un encuentro entre Einstein y Szilard.
Es decir, a diferencia del tipo de refrigerador que usamos hoy en día, basado en un compresor que comprime un gas y lo hace circular por un ciclo de enfriamiento, el sistema de Einstein funcionaba utilizando simplemente una fuente de calor externa. Podía ser una pequeña llama de gas, energía solar o cualquier fuente térmica disponible.
Sergio Parra
Y, aunque parezca complejo, la lógica del mecanismo era brillante por su simplicidad. En primer lugar, el calor se aplicaba a una mezcla de agua, amoníaco y butano. Con el aumento de temperatura, el amoníaco se evaporaba y se separaba del agua. Entonces, el amoníaco arrastraba al butano en el proceso, fenómeno que producía una absorción de calor en otra parte del sistema. Finalmente, el interior del compartimento se enfriaba, sin necesidad de electricidad, ni compresores ni partes móviles.
PATENTES, PROMESAS… Y OLVIDO
Así, entre 1926 y 1933, Einstein y Szilard trabajaron incansablemente en su diseño, refinando todos los detalles y presentando múltiples versiones de su trabajo. En total, registraron más de 40 patentes en distintos países, llegando incluso a vender los derechos a la empresa sueca Electrolux, que mostró un gran interés en su producción. Al final, parecía lo lógico: el invento ofrecía una solución ideal para hospitales de campaña, laboratorios móviles o cualquier lugar en donde la seguridad fuera prioritaria.

Patente original del refrigerador, firmada por Einstein y Szilard
Sin embargo, el mundo industrial tenía otros planes: el freón. A comienzos de los años 30, este nuevo gas, mucho más estable y menos tóxico – o al menos eso se pensaba en ese momento – comenzó a implementarse en los refrigeradores, por ser mucho más compatible con ellos y permitir a las empresas fabricar neveras más pequeñas, más baratas y con menos consumo de energía.
Así, la nevera de Einstein fue quedando poco a poco en el olvido. Era mucho más costosa de fabricar, más grande y no tan eficiente en términos de consumo. Además, su diseño no parecía encajar con el ritmo acelerado del mercado de electrodomésticos, que privilegiaba la producción en masa y la eficiencia a corto plazo. Sin embargo, paradójicamente, décadas más tarde, se descubriría que el freón tenía un efecto devastador sobre la capa de ozono, lo que llevó a su prohibición a partir de los años 80.
CIENCIA CON PROPÓSITO
Al final, la nevera podría ser una metáfora del tipo de científico que era Einstein. Lejos de la típica imagen de genio aislado y ensimismado, el físico alemán era también un hombre profundamente comprometido con el bienestar de las personas comunes. No buscaba fama, ni reconocimiento, ni fortuna, sino que tan solo quería evitar que otra familia muriera por una falla técnica.
Leo Szilard también seguiría, años más tarde, un camino similar al de él, involucrándose en la política científica y coronándose como uno de los defensores de la ética en el uso de la energía nuclear y la diplomacia internacional. Ambos compartían la convicción de que el conocimiento también conllevaba una responsabilidad. En palabras del propio Einstein: “El valor de un hombre debería verse en lo que da, y no en lo que es capaz de recibir”.
Fuente: National Geograpic