Mundo, 27 de may 2025 (ATB Digital) .- A lo largo de las civilizaciones, en cada rincón del mundo, un hecho ha persistido con inquebrantable regularidad: los hombres tienden a ser más altos que las mujeres. Esta distinción anatómica, tan cotidiana como universal, parecía hasta ahora fruto de una suma de factores: hormonas, ambiente, alimentación.
Pero un nuevo estudio internacional arroja una luz distinta y más precisa sobre esta diferencia: la respuesta está en nuestros cromosomas sexuales y, más concretamente, en un pequeño gen llamado SHOX.
El short-stature homeobox (SHOX), ubicado tanto en el cromosoma X como en el Y, ha sido durante años un sospechoso habitual en los estudios sobre la estatura humana.
Sin embargo, lo que el equipo de científicos liderado por el Geisinger College of Health Sciences en Pensilvania ha logrado demostrar va más allá de lo conocido: es la expresión más intensa de este gen en el cromosoma Y, frente a su forma parcialmente silenciada en el segundo cromosoma X de las mujeres, la que explicaría casi una cuarta parte de la diferencia media de altura entre los sexos.
3,1 cm adicionales
Analizando a más de 1.200 adultos con combinaciones cromosómicas inusuales (aneuploidías sexuales), los investigadores observaron cómo la presencia de un cromosoma Y extra se asociaba con un aumento de estatura superior al observado con un cromosoma X adicional.
Concretamente, el Y ofrecía una ganancia media de 3,1 centímetros adicionales frente al modesto impacto del segundo X, cuya actividad está limitada por mecanismos celulares que reducen su expresión para evitar una sobrecarga genética. En cifras más generales, la distancia media entre hombres y mujeres en términos de altura osciló entre los 12,85 y los 13,72 centímetros en las bases de datos analizadas.
El hallazgo confirma una vieja sospecha, ahora respaldada con datos concretos: el cromosoma Y impulsa una mayor producción del gen SHOX en comparación con el cromosoma X inactivo en mujeres, lo que contribuye de forma sustancial a la diferencia de altura entre sexos. Según los autores del estudio, esta variación genética representa el 22,6% del dimorfismo sexual en estatura observado globalmente, una cifra nada desdeñable cuando se considera junto a factores hormonales, ambientales y socioeconómicos.
Más allá de la estatura
Pero el trabajo no se detiene en el fenómeno visible de la altura. Los científicos sugieren que este tipo de análisis podría abrir la puerta a comprender diferencias aún más profundas entre los sexos en cuanto a enfermedades autoinmunes, trastornos neuropsiquiátricos o afecciones cardiovasculares. ¿Podrían los genes y no solo las hormonas explicar por qué algunas dolencias afectan más a un sexo que al otro? La respuesta parece cada vez más afirmativa.
Un aspecto fascinante del estudio es cómo ayuda a deslindar la influencia del entorno y la biología. Hasta ahora, la altura se entendía como un reflejo mixto de genética, nutrición y hormonas.
Y aunque ese equilibrio se mantiene, esta nueva investigación muestra que ciertos genes, especialmente aquellos ubicados en zonas compartidas de los cromosomas sexuales (conocidas como regiones pseudoautosómicas), juegan un papel clave. Estas regiones escapan parcialmente al patrón de inactivación del X femenino, pero no lo suficiente como para igualar el efecto amplificador del Y.
La perspectiva genética, además, permite nuevas comparaciones con otras condiciones clínicas. Por ejemplo, se sabe que las mujeres tienen una mayor incidencia de enfermedades autoinmunes, mientras que algunos trastornos del neurodesarrollo afectan más a los hombres. Este tipo de estudios podría ser crucial para comprender cómo las variaciones cromosómicas inciden no solo en características físicas como la altura, sino también en la forma en que nuestros cuerpos y cerebros enfrentan la salud y la enfermedad.
En definitiva, los hombres no son más altos simplemente porque sí. Detrás de cada centímetro hay un complejo engranaje biológico donde los cromosomas juegan su propia sinfonía de instrucciones genéticas. Y aunque el SHOX no tiene la última palabra, su voz en el coro genético resulta sorprendentemente fuerte.
Fuente: National Geographic