Mundo, 5 junio 2025 (ATB Digital).— Desde el silencio orbital de la Estación Espacial Internacional, un astronauta ha capturado una imagen que intriga tanto a científicos como a curiosos. En el corazón del Sáhara, en el norte de Chad, una extraña y brillante mancha blanca aparece sobre la cima del coloso volcánico Emi Koussi.
A simple vista podría confundirse con nieve. Pero lo que se refleja con tal pureza no es hielo ni nevada: es sal. Un depósito blanco e inerte que resplandece en la cima de un cráter formado por el tiempo y la lava, y que guarda memoria de un lago desaparecido hace miles de años.
El Emi Koussi, con sus 3.415 metros sobre el nivel del mar, es el punto más alto del Sáhara. Su caldera elíptica, de sombras profundas, desciende más de 700 metros por debajo de la cumbre y alberga el lecho seco de un antiguo lago salado.
Este vestigio mineral no solo es una huella de agua extinguida, sino también una evidencia de que el desierto, en otro tiempo, fue escenario de un clima radicalmente distinto. La imagen fue tomada el 29 de diciembre de 2024 por un miembro de la Expedición 72, utilizando una cámara Nikon Z9 con un objetivo de 200 mm, como parte del programa de observación terrestre de la NASA.
Valor científico
Este blanco inmaculado sobre fondo volcánico oscurecido no es solo un fenómeno estético. Es una señal geológica de gran valor científico. Los expertos han identificado, a lo largo de las laderas del volcán, una red de canales que parecen haber sido moldeados por el flujo persistente del agua.
A pesar de que hoy las precipitaciones en esta región son prácticamente inexistentes, estos surcos —claramente visibles en la imagen gracias a las sombras que proyectan— hablan de un pasado en el que lluvias más generosas modelaron el terreno.
En la alta resolución de la fotografía, incluso pueden distinguirse varios respiraderos circulares en el interior de la caldera, formaciones volcánicas que completan este paisaje de desolación ancestral. Pero lo que más fascina a los geólogos es cómo, en este rincón aparentemente inmóvil del mundo, el tiempo y el clima dejaron marcas indelebles. Según indica la NASA Earth Observatory, estas marcas constituyen pruebas fehacientes de que el Sáhara no siempre fue sinónimo de aridez perpetua.
Hacia el norte del Emi Koussi, una alineación de conos y cráteres menores avanza como una cicatriz volcánica hacia el Tarso Ahon, otro macizo igualmente imponente. Entre ambos colosos se extiende una zona deprimida atravesada por cañones que llegan hasta los 600 metros de profundidad.
Algunos canalizan el flujo hacia el oeste, otros hacia el este, configurando una red de drenaje compleja, más propia de un ecosistema fluvial que de un desierto. Esta geografía, vista desde el espacio, narra una historia de transiciones climáticas y transformaciones geológicas que escapan a la escala de la experiencia humana.
Un pasado verde
El análisis satelital ha permitido establecer que este entorno fue testigo de un período húmedo africano hace aproximadamente 5.000 años, una etapa en la que el desierto era un mosaico de lagos, pastizales y ríos estacionales.
Según el informe publicado por el Earth Science and Remote Sensing Unit del Johnson Space Center, los restos de esa antigua hidrología son aún visibles gracias al trabajo persistente de los astronautas y sus cámaras desde órbita.
Hoy, en el lugar donde el sol abrasa las dunas y el silencio domina los paisajes de piedra y arena, estas marcas de sal, canales secos y cañones profundos son testigos mudos de un Sáhara que fue verde, vivo, dinámico.
El tiempo, con sus vaivenes, dejó una carta escrita en los minerales, una memoria que los científicos apenas comienzan a descifrar. Y es precisamente desde el espacio, con una lente precisa y la mirada atenta de quienes orbitan la Tierra, donde podemos redescubrir esa historia enterrada.
Fuente: National Geographic España