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Cáncer en los huesos del pasado: el misterioso tumor de un dinosaurio podría reescribir la historia de la enfermedad en humanos

Mundo, 16 junio 2025 (ATB Digital).— Entre los sedimentos del pasado ha surgido una evidencia molecular incrustada en el esqueleto de un dinosaurio que vivió hace más de 66 millones de años. Científicos de la Universidad Anglia Ruskin y el Imperial College de Londres han identificado rastros de un tumor en los restos fosilizados de un Telmatosaurus transsylvanicus, un hallazgo que podría alterar profundamente nuestra comprensión del cáncer no como una dolencia moderna, sino como una carga evolutiva compartida con especies extintas.

Este dinosaurio, un herbívoro de hocico ancho que habitó lo que hoy es Rumanía, presenta en su mandíbula indicios de un tumor benigno. Pero más allá de lo anecdótico, el descubrimiento representa un cambio de paradigma: mediante el uso de técnicas avanzadas de paleoproteómica, los investigadores han podido analizar restos de tejidos blandos fosilizados —una rareza en el mundo paleontológico— y detectar en ellos estructuras similares a glóbulos rojos.

Esta puerta abierta hacia el pasado no solo permite estudiar las enfermedades que afectaban a criaturas prehistóricas, sino también extraer lecciones biológicas de su forma de resistir o sucumbir ante el cáncer.

Nuevo enfoque paleontológico

El uso de herramientas como la microscopía electrónica de barrido (SEM) y técnicas no destructivas ha revelado que los tejidos blandos, lejos de ser una excepción, podrían preservarse con mayor frecuencia de lo que se pensaba. Esto convierte a cada fósil con vestigios orgánicos en una cápsula de información biológica que desafía los límites del tiempo.

Este nuevo enfoque supone un cambio en las prioridades del trabajo paleontológico: ya no se trata solo de recolectar huesos, sino de preservar y estudiar tejidos, ya que los avances futuros en proteómica podrían descubrir secretos aún ocultos en los restos del pasado.

La teoría de la historia de vida (un pilar de la biología evolutiva) se convierte así en una lente poderosa cuando se aplica al cáncer. Porque nos permite ver cómo la genética, la biología y las presiones ambientales contribuyeron a causar cáncer en el Cretácico Superior. Desde este enfoque, el cáncer puede verse no solo como un fallo, sino como una consecuencia biológica de esos compromisos vitales.

Soluciones evolutivas

Los dinosaurios, grandes y longevos, como los elefantes y las ballenas modernas, se enfrentaron al dilema evolutivo de cómo mantener bajo control una enfermedad que prospera en cuerpos grandes y con muchas células.

Estudios recientes muestran que ciertos animales han desarrollado soluciones evolutivas sorprendentes: los elefantes, por ejemplo, poseen múltiples copias del gen supresor de tumores TP53, mientras que las ballenas boreales han perfeccionado mecanismos de reparación del ADN. ¿Tuvieron los dinosaurios sistemas similares? ¿O desarrollaron mecanismos únicos, ahora fosilizados, que podríamos redescubrir?

La posibilidad de responder estas preguntas depende en gran parte de la conservación de fósiles con tejidos blandos. Mientras que el ADN se degrada en pocas decenas de miles de años, las proteínas —más estables y resistentes— pueden sobrevivir millones de años si se encuentran bajo las condiciones geológicas adecuadas. Este hallazgo refuerza la necesidad urgente de recolectar y preservar sistemáticamente estos tejidos antes de que se pierdan para siempre.

Un fenómeno ubicuo

El cáncer, lejos de ser una maldición exclusivamente humana, se revela como un fenómeno antiguo y ubicuo. Investigaciones recientes han documentado tumores benignos y malignos en diversas especies de dinosaurios, en especial hadrosaurios como el Edmontosaurus. Desde hemangiomas hasta cáncer metastásico, estos descubrimientos desafían la creencia de que el cáncer era raro en especies extintas. Muy al contrario, parece haber sido una amenaza persistente en organismos grandes y longevos, tal como lo es hoy.

Uno de los casos más asombrosos es el del espécimen LPB (FGGUB) R.1305 de Telmatosaurus transsylvanicus, en cuyo hueso maxilar se identificó un tumor odontogénico benigno. Esta revaluación, realizada con las herramientas de la ciencia moderna, demuestra que el cáncer ha dejado sus cicatrices incluso en los más antiguos titanes de la Tierra.

Las implicaciones de este descubrimiento son enormes. En primer lugar, abre la puerta a una nueva subdisciplina científica: la paleooncología comparada. En segundo lugar, permite establecer vínculos entre los mecanismos evolutivos de supresión tumoral y la biología molecular moderna. Y en tercer lugar, alienta a una urgente reconfiguración de las prioridades en la conservación paleontológica: no solo se trata de desenterrar huesos espectaculares, sino de asegurar que esos fragmentos de vida pasada sean útiles para los descubrimientos del mañana.

Fuente: National Geographic España

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