Patagonia, 2 de septiembre 2025 (ATB Digital).- Hacia el ocaso de los dinosaurios, hace unos 70 millones de años, un antiguo cocodrilo merodeaba por lo que hoy es el extremo sur de la Patagonia, con su siniestra sonrisa formada por más de cincuenta dientes afilados y aserrados.
Conocido como Kostensuchus atrox, esta especie extinta de cocodrilo era hipercarnívora, lo que significa que se alimentaba casi exclusivamente de carne.
Este súperdepredador tenía “dientes comparables a los del T. rex”, cónicos y afilados como cuchillos, describe Diego Pol, paleontólogo y Explorador de National Geographic que ayudó a descubrir la nueva especie. Con unos músculos mandibulares enormes diseñados para desgarrar la carne, Pol explica que el Kostensuchus atrox “podría partirte en dos con un solo mordisco”.
Pol y sus colegas del Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia de Buenos Aires, junto con investigadores de Brasil y Japón, describieron la nueva especie a partir de un cráneo y un esqueleto parcial exquisitamente bien conservados. Publicaron sus hallazgos el 27 de agosto de 2025 en la revista PLOS One.
Aunque era más pequeño que los cocodrilos y caimanes más grandes que se encuentran en la actualidad, el equipo cree que el Kostensuchus podría haber tenido extremidades más largas y erguidas que sus homólogos modernos, lo que, según ellos, le habría ayudado a cazar presas, incluidos dinosaurios, en tierra firme.
Sin embargo, algunos investigadores que no participaron en el estudio no están convencidos.
El descubrimiento del Kostensuchus en el sur de la Patagonia, cerca de la Antártida, indica que los antiguos parientes de los cocodrilos del Cretácico prosperaron en tierra firme y en latitudes altas, en ambientes cálidos y húmedos que ahora suelen estar cubiertos por nieve y hielo.
“Nos da una idea de lo drástico que ha sido el cambio climático desde entonces”, sostiene el Explorador.
Un pariente de los cocodrilos perdido hace mucho tiempo
Los cocodrilos actuales y sus numerosos parientes vivos y extintos forman parte de un amplio grupo denominado cocodriliformes. Dentro de ese grupo, el Kostensuchus atrox pertenecía a una familia extinta llamada peirosaurios, primos lejanos de los cocodrilos, caimanes, gaviales y aligátores, pero no sus antepasados directos.
Estos primos extintos de los cocodrilos, muchos de los cuales vivían en tierra firme, perecieron en el mismo evento de extinción masiva hace 66 millones de años que acabó con todos los dinosaurios no aviares. El Kostensuchus atrox es el peirosáurido más reciente conocido en el registro fósil, así como el más meridional jamás encontrado. También es uno de los peirosáuridos mejor conservados y más completos descubiertos hasta ahora.
“Se trata de un fósil realmente hermoso procedente de una parte muy poco común y poco conocida del árbol genealógico de los cocodrilos”, sostiene Stephanie Drumheller-Horton, paleontóloga de vertebrados de la Universidad de Tennessee, Knoxville, que no participó en el trabajo.
Los fósiles que descubrieron en la Patagonia argentina
A principios de marzo de 2020, Fernando Novas y Marcelo Isasi, ambos paleontólogos del Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia, partieron hacia la Formación Chorrillo, en Argentina, para buscar huesos de dinosaurios y otras criaturas antiguas. En esta misma zona, ellos y sus colegas habían encontrado anteriormente el megaraptor Maip macrothorax, el titanosaurio Nullotitan glaciaris y el ornitópodo Isasicursor santacrucensis (que lleva el nombre de Isasi).
“Los afloramientos rocosos de Chorrillo constituyen una formidable ‘ventana’ a un ecosistema antiguo que puede ofrecer nuevas pistas sobre los últimos dinosaurios de la Patagonia”, explica Novas.
Encaramadas en una colina, las rocas del yacimiento datan de hace unos 70 millones de años. Para llegar hasta allí, condujeron durante tres horas en camionetas, cruzando ríos, subiendo pendientes y bordeando acantilados con vistas panorámicas del lago Argentino y el glaciar Perito Moreno, que emerge de los Andes.
Después de instalar el campamento el primer día de la expedición de campo, el equipo de más de 30 investigadores y técnicos caminó varios kilómetros por las montañas cargando pesados equipos y máquinas de escaneo, pero no encontró gran cosa.
“Entonces, con los últimos rayos de sol, nuestra suerte cambió”, recuerda el paleontólogo.
Mientras el resto del equipo regresaba al campamento, él se quedó atrás con su colega Gabriel Lio, paleoartista, para esperar a que un miembro del equipo que no había regresado. A medida que pasaba el tiempo y el miembro del equipo no aparecía, comenzaron a preocuparse y decidieron ir a buscarlo.
A lo lejos, oyeron un grito. Era su colega desaparecido. Sintiendo una sensación de alivio, Isasi comenzó a reducir el ritmo mientras caminaba por un lugar con grandes rocas y concreciones de calcio. Allí, incrustado en una roca beige, algo le llamó la atención: huesos negros.
“Se lo mostré a mi colega, quien, asombrado, dijo: ‘Marcelo, ¡son dientes, y son muy grandes!’”, cuenta Isasi. “Inmediatamente miré hacia arriba y vi una fractura en la roca con una silueta inconfundible, y dije: ‘¡Es un cráneo!’”.
Lio, experto en fósiles de cocodrilos, lo identificó como un cráneo de cocodrilo. Además del cráneo, también excavaron entre las rocas el esqueleto parcial del reptil, que parecía más grande y mucho más completo que cualquiera que hubieran visto antes.
“¡Fue un momento maravilloso, increíble e inolvidable!”, rememora Isasi.
Fuente: National Geographic