ATB RADIO

EN VIVO

ATB Digital
Ciencia

Por qué el termómetro es uno de los inventos más importantes de la ciencia

Mundo, 3 de septiembre 2025 (ATB Digital).- Un beso en la frente es un método útil para saber si alguien tiene fiebre o no. Al acercar la piel sensible de nuestros labios a la cabeza de una persona febril podemos detectar, de forma subjetiva, si la frente de la persona está más caliente que la piel de nuestros labios. Pero claro, esta forma de medir la temperatura tiene una serie de problemas. Una de ellas es nuestra propia sensibilidad, ya que hay personas más sensibles que otras que podrían ser más o menos buenos detectando la fiebre.

Por otro lado, la temperatura exterior, o el haber tomado un refresco o un helado también afecta a nuestra sensibilidad. Si tenemos los labios fríos, todo nos parecerá caliente y, por tanto, nuestro diagnóstico se va al garete. Además, si la persona que mide tiene fiebre, sus labios también estarán más calientes y, por tanto, no podrá detectar una variación de la temperatura en la otra persona y saber si esta también la tiene.

Por ello, para saber exactamente la temperatura de nuestro ser querido nos valemos del termómetro. Un instrumento que permite dar un valor objetivo acerca de la temperatura. Si este valor supera los valores normales de la persona, entonces sabremos con certeza que tiene fiebre y, si no sucede así, entonces descartaremos el síntoma.

Las aplicaciones del termómetro van mucho más allá de la salud. Un termómetro también puede servir para medir la temperatura de las aguas, de la comida, de procesos tecnológicos, y de nuestro propio planeta. Gracias al termómetro, algunas de las disciplinas científicas como la química, la biología o la meteorología han podido dar pasos de gigante hasta llegar a predecir comportamientos realmente complejos donde la temperatura es la clave.

Los curiosos orígenes del termómetro

Existen evidencias de máquinas diseñadas para medir la temperatura en escritos antiguos, como aquellos dejados por Herón de Alejandría o Filón de Bizancio. Estos objetos se basaban en los principios de la termodinámica y del vacío y se aprovechaban de que, al calentar el aire, este se expande.

El truco para medir la temperatura era encerrar una cantidad de aire en un recipiente y únicamente dejar un tubo por el que pueda entrar y salir. Al sumergir el otro extremo del tubo en un cántaro con agua y calentar el aire del interior del otro recipiente, el extremo del tubo del cántaro burbujearía. Una vez se enfría el cántaro, el aire del interior del recipiente se contrae, crea un vacío parcial y, por tanto, succiona el agua por el tubo hasta que se estabilice en un punto. Según cambie la temperatura, el líquido se moverá en tubo y se podrá comparar con el estado inicial. Si hace más frío, el aire del recipiente se contraerá y, por tanto, el agua subirá por el tubo. En cambio, si hace más calor, el nivel del agua bajará.

Pero para hablar de termómetros propiamente dichos es menester destacar al genio italiano Galileo Galilei. Entre sus muchos inventos se encuentra el termoscopio, un instrumento que emplea el mismo principio que el de los griegos, pero refinado con las técnicas modernas de la época.

No se sabe si lo llegó a construir, pero sí que se conoce de las andanzas de su coetáneo, Santorio Santorio quien además de construirlo tuvo la brillante idea de añadirle una pieza fundamental para transformarlo en un termómetro propiamente dicho.

Un “salto cuantitativo”

Tanto en los termógrafos griegos como en los descritos por Galileo la temperatura se averiguaba por comparación. Es decir, era como medir la temperatura con los labios, solo que el calor neutro de los labios era el nivel inicial del agua del instrumento. Los primeros instrumentos de Santorio también eran iguales, como quedó recogido en su obra «Commentaria in artem medicinalem Galeni» de 1612, donde además indicaba que los utilizó para medir el calor de las personas.

Más adelante, en 1626, Santorio presentó otra obra donde describía termómetros para medir la temperatura de la boca y de las manos, ahora sí, con una escala, dando lugar al termómetro propiamente dicho.

Aunque la escala de temperatura no era como las que conocemos actualmente. Todavía quedaba casi medio siglo para que naciese Farenheit, 80 años para que naciese Celsius, y más de un siglo para que ambos presentasen sus escalas de temperatura y que se estandarizasen las mediciones.

Además, uno de los problemas de los termómetros de aire era que la presión atmosférica también influía en el resultado de la medición. Es decir, eran tanto termómetro como barómetro y, por ello, poco precisos. Sería un discípulo de Galileo, Joseph Solomon Delmedigo, quien se cree que describió el primer termómetro sellado, donde la temperatura se medía únicamente por la expansión de un líquido, en 1629. Sin embargo, no se sabe si llegó a construirlo. La primera evidencia de la construcción de estos instrumentos es por parte de Fernando II de Medici en 1654. Ahora sí, el termómetro moderno había nacido.

El resto, como se suele decir, es historia. Con el tiempo, los instrumentos se fueron perfeccionando, los líquidos empleados se fueron cambiaron por otros, como el alcohol y el mercurio y, en la actualidad, se emplean otros métodos con los que medir la temperatura incluso a distancia, por emisión de infrarrojos. Pero estos pasos, este afán de medir, son el resultado de un proceso largo, de muchas pruebas y, especialmente, muchos errores.

Gracias a esta historia en la actualidad podemos averiguar rápidamente la temperatura que tiene nuestro cuerpo, aunque muchas madres y padres de todo el mundo siguen dando el beso de la frente porque, en ciertas circunstancias sigue funcionando y, además proporciona un confort que ningún termómetro puede dar.

Fuente: National Geographic

Noticias relacionadas

05 DE FEBRERO

Marco Huanca

10 DE ENERO

Sergio Aliaga

Descendientes de los héroes de la Guerra del Chaco se unirán para la celebración de su historia compartida

Marco Huanca