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Vivir 150 años: entre la fantasía de los líderes y la realidad de la ciencia

Mundo, 4 de septiembre 2025 (ATB Digital).- En medio de un desfile militar en Pekín, lo que parecía un protocolo solemne entre Vladimir Putin y Xi Jinping derivó en una conversación inesperada sobre el futuro de la longevidad humana. Un micrófono abierto de Reuters captó al presidente ruso y al líder chino hablando de trasplantes de órganos y de la posibilidad de que los seres humanos pudieran vivir hasta los 150 años, un horizonte que hoy parece más propio de la ciencia especulativa que de la política internacional. 

La escena, con Kim Jong-un caminando junto a ellos y escuchando entre sonrisas, ofreció una postal insólita: tres de los dirigentes más poderosos del planeta fantaseando, al menos en apariencia, con la biotecnología como llave de una vida prolongada casi sin límites.

Más allá de la anécdota, la conversación refleja un debate científico cada vez más serio. Los avances en medicina regenerativa, edición genética y biotecnología alimentan la idea de que la vida humana podría estirarse mucho más allá de los 120 años, que hoy se considera el máximo límite biológico. 

Putin lo resumió así: “En unos pocos años, con el desarrollo de la biotecnología, los órganos humanos podrán ser trasplantados constantemente para que podamos vivir cada vez más jóvenes, e incluso volvernos inmortales”. Xi respondió aludiendo a predicciones de expertos que sitúan en este mismo siglo la posibilidad de alcanzar los 150 años. El comentario, filtrado por azar, encaja con una tendencia global: gobiernos, inversores y científicos empiezan a mirar la longevidad no solo como un reto médico, sino como un nuevo territorio geopolítico y económico.

La promesa de una vida más larga

La idea de alcanzar los 150 años no es solo una especulación lanzada entre mandatarios. Investigadores como David Sinclair, profesor de Harvard y uno de los rostros más influyentes en el campo de la biología del envejecimiento, sostienen que estamos en la antesala de una revolución médica. 

Frente a los hábitos saludables identificados en las célebres (y también cuestionadas) “zonas azules” (Japón, Italia, Costa Rica o Grecia), Sinclair defiende que la clave no está únicamente en la dieta o el ejercicio, sino en la capacidad de reprogramar el epigenoma: restaurar el reloj biológico de nuestras células para devolverles un estado joven. En sus palabras, no se trataría de ralentizar el envejecimiento, sino de revertirlo.

Los experimentos en ratones y monos ya apuntan en esa dirección, y Sinclair afirma que la primera persona que llegará a vivir 150 años ya ha nacido. Su laboratorio ha logrado rejuvenecer tejidos mediante terapias de reprogramación epigenética, con resultados de hasta un 95 % en la recuperación de nervios ópticos dañados

Ahora, gracias al apoyo de la inteligencia artificial, asegura haber identificado moléculas que podrían comprimirse en simples píldoras. Si sus predicciones se cumplen, hacia 2035 existirían tratamientos accesibles capaces de reiniciar periódicamente la edad biológica. Una inyección, una pastilla o incluso una terapia génica podrían convertir en rutina lo que hoy parece un milagro: detener el paso del tiempo y prolongar la vida humana hasta límites nunca antes imaginados.

Un freno en la curva de la longevidad

El entusiasmo por una vida de 150 años convive con un dato más sobrio: la esperanza de vida ya no crece al mismo ritmo que en el pasado. Un estudio reciente, basado en proyecciones de cohortes nacidas entre 1939 y 2000 en 23 países de ingresos altos, muestra que el aumento histórico de unos 0,46 años por cohorte se ha reducido entre un 37 % y un 52 %

Es decir, mientras en la primera mitad del siglo XX ganábamos cerca de 5,5 meses por generación, ahora apenas sumamos entre 2,5 y 3,5 meses. Y lo más revelador es que esta desaceleración no es una predicción teórica: ya aparece en los datos observados.

La principal explicación no es un “techo biológico” inquebrantable, sino un cambio en dónde se producen los avances. Más de la mitad de la ralentización proviene de la menor reducción de la mortalidad infantil y juvenil, un campo donde ya se habían conseguido logros espectaculares en el pasado. Replicar ese impulso requeriría avances radicales en edades medias y avanzadas, mucho más difíciles de conseguir

El mensaje es incómodo: aunque la longevidad siga aumentando, lo hace a un ritmo menor, lo que obliga a repensar cómo planificamos sistemas de salud, pensiones o políticas demográficas. La vieja narrativa de “cada generación vivirá bastante más que la anterior” ya no es tan sólida, y lo que está en juego no es tanto la biología como la capacidad de nuestras sociedades para sostener y redistribuir los beneficios de la longevidad.

Los propios autores del estudio insisten en que este frenazo no es un mero artificio estadístico, sino una constatación empírica. “Si las generaciones actuales siguieran la misma tendencia observada en la primera mitad del siglo XX, alguien nacido en 1980 podría esperar vivir hasta los 100 años”, explica José Andrade, investigador del Instituto Max Planck y primer firmante del trabajo publicado en PNAS. “Pero lo que hemos comprobado es que el ritmo de las mejoras en la esperanza de vida se ha ralentizado entre un 37 y un 52 %, según el método utilizado. Ninguna de las cohortes que hemos analizado alcanzará de media esa barrera simbólica de los 100 años”. 

La razón, añade, es clara: “los grandes saltos del pasado se debieron a la reducción drástica de la mortalidad infantil, algo que ya no puede repetirse porque esos niveles son hoy muy bajos”. Incluso si se duplicaran las mejoras previstas en supervivencia adulta, advierten Andrade y sus colegas, el incremento seguiría estando por debajo de lo que se consiguió en las primeras décadas del siglo pasado. Un recordatorio incómodo de que la esperanza de vida no se dispara de forma indefinida, sino que refleja las condiciones médicas, sociales y económicas de cada época.

En última instancia, el contraste es elocuente: mientras líderes como Putin y Xi fantasean en voz baja con trasplantes ilimitados y vidas de 150 años, la ciencia recuerda que el futuro inmediato es más modesto y está condicionado por realidades sociales y médicas. Los avances en reprogramación epigenética y biotecnología despiertan legítimo entusiasmo, pero los datos muestran que la curva de la longevidad se aplana y que no todas las generaciones vivirán mucho más que las anteriores. 

Quizá ahí resida la verdadera lección: no basta con soñar con la inmortalidad desde una tribuna de Tiananmén, sino con afrontar el reto de cómo queremos envejecer como sociedades, qué calidad de vida buscamos y cómo repartimos el tiempo que, con suerte, lograremos añadir a nuestros calendarios.
Fuente: National Geographic

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