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TUVIERON QUE ESCAPAR DEL INFIERNO EN EL QUE VIVÍAN

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MAX JUAN TANCARA

Se sentían acorraladas, impotentes y también frustradas, pues cuando unieron sus vidas a la de esos hombres que decían amarlas, lo hicieron ilusionadas con formar un hogar feliz, uno en el que sus hijos crecerían dichosos, pero con el paso del tiempo, fueron resignando sus sueños, tanto que llegaron al extremo de que su búsqueda de felicidad ya no era su prioridad, sino que debían pensar mañana, tarde y noche, cómo iban a escapar del infierno en el que se había convertido su casa.

“Yo aguanté 10 años”, me dijo una de las tres mujeres a las que conocí en un refugio transitorio que acoge a las víctimas de extrema violencia en la ciudad de El Alto. Aunque María (nombre convencional) recién estaba tres días en ese lugar, en sus palabras se sentía un gran alivio, pues ya no estaba a expensas de su verdugo, quien incluso llegó a jurarle que le desfiguraría echándole ácido en la cara. Fue su pequeño hijo quien le dio la última palabra de aliento para que se decida dejar su casa. “Le aguanté muchas cosas, después de un tiempo se disculpaba y me decía que cambiaría, eso duraba unos días, luego volvía a ser el mismo malo de siempre. Al ver eso, mi hijito me dijo: ¿por qué aguantas, mamita? Vámonos”. En ese momento empezó la nueva vida de esta mujer. Aunque aún derrama lágrimas al recordar los terribles momentos que vivió y está preocupada por el futuro de su hija mayor, se siente tranquila porque a ella y a sus dos pequeños, no les ocurrirá nada malo en ese espacio que es administrado por la Alcaldía alteña.

Y ella no es la única refugiada. Hay casos más delicados, por eso esa infraestructura es resguardada no solo por guardias municipales, sino también por agentes de la Policía. “Por seguridad, por favor, no deben filmar el frontis del lugar, porque los agresores sabrán dónde están sus parejas. Algunos ya saben, incluso vienen a rondar este lugar para seguir amedrentando a las madres de sus hijos”, nos recomendó la autoridad responsable de este servicio. Por ese motivo, es que los hijos de estas mujeres dejaron de ir a sus unidades educativas, pues hay el riesgo de que puedan ser raptados por sus padres.

En el refugio, las víctimas de violencia no solo van a sanar las heridas que les dejó el vivir en un ambiente de violencia, también les brindan terapias ocupaciones, sus hijos reciben el apoyo de una pedagoga, e incluso las encaminan para que, al salir de ese recinto, puedan iniciar un emprendimiento con el cual generen recursos económicos para ellas y para sus hijos.

El equipo de profesionales que las apoya está compuesto por personal de salud, jurídico, educadoras, psicólogas, seguridad, nutrición y una cocinera carismática que además de ayudarles a preparar sus alimentos, todos los días, hace de terapeuta, pues entre broma y broma, les da consejos para que sepan sobrellevar el terrible momento que les tocó vivir.

Antes de partir de ese espacio, quedé convencido de tres cosas: La primera que las y los hijos de estas mujeres son su mejor motivo para seguir adelante y no rendirse. Mientras hacía las entrevistas en el ambiente usado como aula, una de las niñas escribió en su cuaderno una frase que me hizo derramar unas lágrimas: “Mami no te rindas, te amo”.

También quedé convencido de que esta clase de servicios debería multiplicarse en todo el país para que las víctimas de violencia dejen sus entornos de violencia y puedan acceder a una oportunidad de vida.
Finalmente, a María le pregunté si creía en Dios. Me dijo que sí. Al hacer una oración, no solo pidió para que la proteja a ella y a sus hijos, sino también a otras mujeres que atraviesan por la misma realidad.

MAX JUAN TANCARA ES PERIODISTA