Mundo, 09 de oct 2024 (ATB Digital).-En la novela Presa, de Michael Crichton, un ejército de nanorrobots equipados con cámaras ha evolucionado de forma autónoma hasta desarrollar comportamientos típicos de una colmena. Han aprendido a mimetizarse con los seres humanos, e incluso a sustituirlos.
Este argumento distópico es solo uno de los muchos protagonizados por nanorrobots en el mundo de la ciencia ficción. Pero en la realidad también existen numerosos ejemplos protagonizados por estos robots minúsculos. Eso sí, diseñados para una buena causa y de un modo completamente controlado.
Daniel Pellicer Roig
Algunos experimentos apuntan a la posibilidad de administrar fármacos. Otros, de realizar operaciones quirúrgicas a pequeña escala. Por ejemplo, para el tratamiento de los aneurismas cerebrales. Lo ha descubierto un equipo de investigadores de las universidades de Shanghai y Edimburgo en un estudio conjunto publicado recientemente en la revista de nanotecnología Small.
Tratamiento de lesiones cerebrales
El aneurisma cerebral, también llamado ‘intracraneal’, es una enfermedad cardiovascular que tiene lugar cuando se produce una protuberancia o un abombamiento en un vaso sanguíneo del cerebro, formado por la presión que ejerce la sangre sobre una región más débil de la cavidad vascular. Cuando provoca un derrame o se rompe, puede acabar generando una hemorragia cerebral cuyos síntomas pueden ser confundidos con una cefalea, aunque en realidad pone en serio riesgo la vida del paciente.
Estas patologías, afirman en estudio recién publicado, siegan la vida de unas 500.000 personas al año, con lo que la investigación de nuevos tratamientos resulta crucial para su tratamiento y prevención. Eso es precisamente lo que ha descubierto recientemente este equipo de investigadores, cuyo estudio ha probado por primera vez la eficacia de un ejército de nanorrobots controlados a distancia para tratar esta enfermedad.
Para realizar el ensayo, los científicos diseñaron un enjambre de nanorrobots magnéticos (del tamaño de una vigésima parte de un glóbulo rojo humano) recubiertos de una capa protectora diseñada para fundirse a una temperatura concreta y equipados con trombina, una proteína hallada de forma natural en la sangre que actúa como elemento coagulante.
La prueba de fuego era demostrar que esos diminutos robots eran capaces de coordinarse adecuadamente y cumplir su función sin peligro. Para ello, inyectaron varios cientos de miles de millones de estos enjambres en una arteria de un conejo de laboratorio y luego los guiaron a distancia hacia el lugar del aneurisma cerebral de los roedores. Cuando el revestimiento se fundió, los nanorrobots liberaron la trombina hacia el aneurisma, lo que consiguió evitar, e incluso detener, la hemorragia cerebral.
“Los nanorrobots están llamados a abrir nuevas fronteras en la medicina, permitiéndonos realizar reparaciones quirúrgicas con menos riesgos que los tratamientos convencionales y administrar fármacos con precisión milimétrica en partes del cuerpo de difícil acceso. Nuestro estudio es un paso importante para acercar estas tecnologías al tratamiento de enfermedades críticas en un entorno clínico”, declara el doctor Qi Zhou desde la Universidad de Edimburgo en un comunicado de la entidad.
Potencial de la nanotecnología para el tratamiento de enfermedades
Este ensayo clínico demuestra el gran abanico de posibilidades que tiene la nanotecnología para el tratamiento y prevención de enfermedad vascular, cuya intervención quirúrgica consiste generalmente en introducir una suerte de espirales metálicas que detienen el flujo sanguíneo del aneurisma o unos catéteres que desvían el torrente sanguíneo de la arteria.
Según los investigadores, esta nueva técnica podría ayudar a disminuir el riesgo de rechazo del organismo, así como frenar la dependencia de fármacos anticoagulantes, que pueden dar lugar a hemorragias y a problemas estomacales. No solo eso, el método también reduce considerablemente el tiempo de las operaciones, pues evita que los médicos tengan que manipular manualmente los microcatéteres con los que tratan los aneurismas, una tarea minuciosa que puede llevar horas.
De los nanorrobots a los xenobots
El uso de dispositivos robóticos para atajar enfermedades no es nuevo, aunque en las últimas décadas la nanorrobótica ha adquirido una especial trascendencia.
Los nanorrobots son dispositivos minúsculos, a menudo más pequeños que un cabello humano (el utilizado en este experimento son 20 veces más pequeños que un glóbulo rojo) que están compuestos por cadenas de átomos, y funcionan siguiendo los principios de la física cuántica.
Tienen la capacidad de moverse de manera autónoma por nuestro organismo, detectar complicaciones e incluso tratar enfermedades. Normalmente se accionan a través de una señal eléctrica enviada a distancia por un ordenador, aunque en ocasiones pueden ser autónomos (aunque no tan distópicos como los protagonistas de la novela de Crichton).
Esta tecnología puntera se ha utilizado en todo tipo de usos médicos, desde tratamientos par cardiovasculares hasta oncológicos, pues permite innumerables aplicaciones clínicas, y es que maximiza la eficacia de las terapias y tiene unos efectos adversos muy limitados. Las enfermedades del sistema cardiovascular, pulmones, sangre, neurológicas, diabetes o inflamatorias son algunas de las dolencias que más se benefician de este tratamiento singular, aunque no son las únicas: su uso contra enfermedades oncológicas ha convertido a los nanorrobots en grandes aliados de los tratamientos diana.
Y si estos diminutos artilugios parecen sacados de la ciencia ficción, su evolución es todavía más rompedora. Los xenobots, resultado de la combinación de la biología y la robótica, están fabricados a partir de células vivas para crear organismos diminutos y programables. A diferencia de sus correligionarios genéricos, son biocompatibles, lo que significa que se pueden integrar completamente en nuestro cuerpo. En otras palabras, permiten construir organismos vivos autorregenerables al albur de nuestras necesidades. Algo que tiene un enorme potencial. Y también peligro.
FUENTE: National Geographic