Mundo, 04 de nov 2024 (ATB Digital).- Las ballenas jorobadas son misticetos, unos cetáceos caracterizados por la ausencia de dientes. Los científicos han descubierto que los cetáceos cuentan con sistemas de comunicación casi tan sofisticados como los humanos.
Los cetáceos son conocidos por sus extraordinarias habilidades comunicativas. No en vano, han demostrado que son capaces de desarrollar culturas distintas y dialectos específicos que varían en función de la zona geográfica donde viven, un rasgo que hasta la fecha se creía que era exclusivo de los humanos. Los cachalotes, por ejemplo, emiten un sistema de codas rítmicas parecidas a un lenguaje en morse que entienden únicamente los miembros de su propio clan… ¿O puede que también nosotros?
Aunque hemos invertido millones de dólares en escudriñar los misterios del cosmos, todavía desconocemos muchos de los secretos que esconde la fauna marina. Lo curioso es que todas esas particularidades comunicativas de los cetáceos, entre ellos las distintas culturas que subyacen de sus comportamientos, nos resultan extraordinariamente familiares. ¿Os imagináis que pudiéramos hablar con las ellos? Puede sonar a una fantasía del doctor Dolittle, pero en realidad es una hipótesis más real de lo que parece.
Ballenas, delfines y marsopas, entre otros animales marinos estrechamente emparentados entre sí, forman parte del grupo de los cetáceos, una ifraorden cuyo nombre deriva del término en griego antiguo kētos, (cuyo significado es pez enorme o monstruo marino). Sin embargo, no son peces, sino mamíferos, como nosotros. Tienen sangre caliente, respiran a través de pulmones y paren crías vivas que se alimentan de leche materna. Volvieron al agua hace unos 50 millones de años. Perdieron el pelo, se volvieron más aerodinámicos y desarrollaron una capa de grasa aislante. Pero en gran medida siguen siendo igual de mamíferos que un ser humano o un chimpancé.
La clasificación de los cetáceos, sin embargo, no depende de su comportamiento ni de su tamaño, sino de la forma de su dentadura. Las ballenas barbadas, o misticetos, se separaron de sus parientes, los odontocetos (o ballenas dentadas) hace unos 34 millones de años. Sustituyeron los dientes por gigantes peines de cerdas flexibles hechos de queratina, el mismo material del que está formado nuestro pelo, y nuestras uñas.
Sin embargo, sea cual sea la morfología de estos animales, todos ellos tienen un denominador común: son animales extremadamente sociables,comunicativos y dotados de un cerebro muy grande en comparación con su cuerpo. Por ejemplo, tanto humanos como ballenas tenemos partes del cerebro relacionadas con funciones cognitivas de alto nivel, como la atención, la intuición o la conciencia social. Ambos contamos, por ejemplo, con unas neuronas llamadas ‘de Von Economo’, VEN, por sus siglas en inglés) que solo se encuentran en homínidos.
Los científicos llevan años investigando sobre estas extraordinarias capacidades. En 2007, en un artículo titulado “Cetaceans Have Complex Brains for Complex Congitions”, un equipo de biólogos capitaneado por Lori Marino concluyeron que el cerebro de los cetáceos aumentó repentinamente unos 20 millones de años después de que se introdujeran en el mar, algo que sorprendió a muchos investigadores, que hasta la fecha habían relacionado la evolución de su encéfalo con con adaptaciones al agua y el frío. En otras palabras, los científicos teorizan con que el aumento del tamaño del cerebro tuvo lugar cuando el comportamiento de estos animales se volvió más complejo, más social.
En 2015, el biólogo y escritor británico Tom Mustill paseaba en kayak con una amiga en la bahía de Monterrey, frente a la costa Californiana, cuando tuvo una experiencia que le marcaría para siempre: una ballena jorobada se precipitó hacia ellos. Pensó que eran sus últimas horas, pero el cetáceo saltó justamente por encima de la embarcación. No sufrieron ningún daño, aunque sí se dieron un buen susto.
Grabó aquella embestida en vídeo y lo colgó en internet una escena que en seguida se volvió viral. Pero aquella experiencia casi traumática le hizo obsesionarse con aquella ballena. No podía sacarse de la cabeza el momento exacto en el que se precipitó hacia ellos, dice afirma. “Sentí que había tenido una segunda oportunidad -declara en una entrevista a la revista Speak Up- pues en aquel momento estaba seguro de que iba a morir. Fue como si me hubiera pasado por encima un desprendimiento de rocas”.
Se preguntaba qué extraño motivo había movido a aquella ballena a precipitarse sobre ellos de aquella manera ¿Qué estaría pasando por su cabeza? ¿Cuál era su intención? Pensó que la única manera de saberlo sería meterse en la mente de aquel monstruio del océano, pues, tal y como afirma, “no puedes preguntarle a una ballena” … ¿O quizás sí? Dedicó n libro titulado “Cómo hablar balleno”, a responder a estas preguntas.
La pista: la comunicación con los delfines
Para Mustill, el primer paso sería encontrar ese nexo de unión entre comportamiento y significado, un axioma que ha quedado perfectamente demostrado a lo largo de largo años de experimentos con delfines. Y es que estos cetáceos tienen etiquetas vocales aprendidas que se cree que usan como si de nombres se tratara y tienen una manera de dirigirse a sus congéneres que podría ser análogo al modo en el que los humanos conceptualizamos y verbalizamos conceptos a través del lenguaje.
La doctora Diana Reiss, experta en el comportamiento de los cetáceos, lleva años investigando sobre el comportamiento de delfines. Resulta que estos cetáceos cuentan con sorprendentes capacidades cognitivas, entre ellas la capacidad para señalar un objeto determinado. Por ejemplo, pueden señalarse los unos a los otros manteniendo todo el cuerpo inmóvil. Además, también pueden comunicarse con los humanos.
Uno de los experientos de Reiss constaba en dotar a estos animales de teclados interactivos subacuáticos en los que pulsaban distintas teclas en función de las órdenes recibidas por altavoces submarinos. Así, si un animal pulsaba el símbolo de ‘anillo’, oía un silbido específico para este concepto, así como sucedía cuando accionaba otro pulsador con el símbolo de pelota. Lo que sorprendió sobremanera a los investigadores, sin embargo, era la extraordinaria capacidad de estos animales para identificar los conceptos más allá del experimento. Si jugaban con una pelota hacían el sonido de pelota, algo que repetían cuando hacían el sonido de un anillo. ¿Podría ser que los delfines estuvieran aprendiendo un nuevo lenguaje? ¿Sería posible que aprendamos a comunciarnos con ellos?
“Si eres un animal social, necesitas cooperar. Hay animales sociales en todo el mundo, incluso si son los elefantes o las abejas… Nosotros nocultivamos nuestra propia comida, ni fabricamos nuestra ropa. Tenemos comida y ropa porque cooperamos entre nosotros y lo que necesitamos para cooperar es comunicación”, sentencia el biólogo quien alega que par ello necesitamos un compromiso con nuestro grupo que nos permita no ser egoístas. “La cultura es algo que ocurre en muchos tipos distintos de animales, pues es algo útil”.
Establecer un nexo de comunicación entre una ballena y un humano es algo más complejo, pero tampoco es imposible. La clave descifrar los códigos compatibles entre ambos. Encontrar un significado al complejo sistema de chasquidos y silbidos que configuran el vocabulario de estos animales es indispensable si queremos comunicarnos mínimamente con ellos. Y esto es una tarea hercúlea para un humano… pero no para una máquina.
La solución: Inteligencia artificial para interpretar el lenguaje de las ballenas
Pratyusha Sharma es estudiante de doctorado del MIT especializada en la interacción, entre en lenguaje y el razonamiento en la toma de decisiones. Su objetivo es comprender sistemas que muestran comportamientos inteligentes en sentido amplio, ya sean artificiales o biológicos, para alimentar patrones de Inteligencia Artificial.
Uno de los trabajos de Sharma es el de descodificar cantidades ingentes de datos sobre chasquidos y sonidos de cetáceos de distintas partes del mundo. Se trata del Proyecto CETI (Iniciativa de Traducción de Cetáceos, por sus siglas en inglés), desarrollado por un equipo interdisciplinar formado por expertos en robótica marina, biólogos especializados en cetáceo, expertos en inteligencia artificial, lingüistas y expertos en criptografía auspiciados por el biólogo David Gruber.
El equipo de este mastodóntico programa incluye la colaboración del Imperial College, el Instituto de Tecnología de Massachusetts y diversas universidades, así como la ayuda de Twitter y Google Research, y la subvención de diversas instituciones, entre ellas National Geographic Society.
La inteligencia artificial ya se usa en la agricultura para controlar a los animales -afirma Mustill- por lo que [podría decirse que ] ya estamos manipulando la vida de muchos animales.
La idea de CETI es analizar primero pequeños conjuntos de datos de poblaciones de ballenas para luego extrapolar datos sobre los posibles códigos de comunicación de los cetáceos. Pars ello, utilizarán estaciones de escucha y se valdrán de la ayuda de drones equipados con hidrófonos. Incluso peces robóticos equipados con grabaciones que se muevan entre las ballenas sin molestarlas.
De este modo podrán seguir a un mismo ejemplar durante un tiempo y rastrear sus vocalizaciones, y con ello, toda su vida. No solo eso, analizará las codas, lo que permitirá discriminar clanes e individuos y escudriñarán la estructura interna del lenguaje. En otras palabras, desglosará el complejo sistema de comunicación de los cachalotes, convirtiendo su idioma en algo inteligible para nosotros. “Esta tecnología -dice Mustill en su obra – suponen una revolución en la forma en que reconocemos la naturaleza y aprendemos sobre ella.
“Lo más interesante es que ahora apenas estamos aceptando que otros animales puedan entonar canciones y tener diferentes culturas y personalidades. Definir qué significado tienen sigue siendo un misterio”, sentencia el científico. Quizá sea esa la piedra de Rosetta que nos falta para comunicarnos con las ballenas.
Fuente: National Geographic