Mundo, 6 junio 2025 (ATB Digital).— Desde el ámbito cosmológico llega una teoría que no solo reconfigura nuestra idea del origen del universo, sino que también insufla al misterio un nuevo tipo de belleza. ¿Y si el Big Bang no fue el principio absoluto, sino el eco de una muerte estelar en otro universo?
Esta audaz conjetura plantea que nuestro universo observable podría haberse gestado dentro del horizonte de sucesos de un agujero negro, surgido de una sobrecarga de materia en un cosmos preexistente.
La propuesta, desarrollada por un grupo de físicos teóricos y publicada en Physical Review D, parte de un modelo relativista de colapso esférico de materia.
Este escenario no solo considera las ecuaciones de la relatividad general, sino que incorpora el comportamiento de los fermiones a escalas cuánticas, revelando que, en lugar de una singularidad sin retorno, podría surgir un “rebote gravitacional”. Una suerte de Big Bang no como génesis, sino como reanudación.
Efecto rebote
La clave reside en la transición de una fase de “polvo cósmico” —una materia sin presión— a un estado denso y homogéneo, impulsado por el principio de exclusión cuántica, el mismo que impide que los electrones colapsen en un mismo estado dentro de un átomo. Este principio impediría el colapso absoluto de la materia en el núcleo de un agujero negro, provocando un rebote que da lugar a una nueva expansión: un universo naciente.
Este rebote, según los cálculos, sucede completamente dentro del radio gravitacional del agujero negro —el llamado horizonte de sucesos— sin que desde fuera pueda distinguirse de un agujero negro Schwarzschild tradicional. Desde adentro, sin embargo, lo que emerge es una expansión cósmica análoga a la inflación y a la energía oscura del modelo estándar, pero sin necesidad de campos exóticos ni nuevas dimensiones.
Predicciones comprobables
Este modelo tiene un mérito particular: hace predicciones comprobables. Una de ellas es que el universo debería presentar una leve curvatura espacial positiva —no completamente plano, sino con un “arqueo” casi imperceptible, como el horizonte en un mar calmo. Las mediciones del satélite Euclid podrían confirmar este detalle crucial. Si se observa dicha curvatura, sería un indicio poderoso de que nuestro universo no es la totalidad del todo, sino un fragmento interior en una estructura aún mayor.
A esta predicción se suman otras: tasas específicas de expansión cósmica, huellas en el fondo de microondas e incluso nuevas vías para entender la formación de agujeros negros supermasivos en los albores del universo. También podrían explicarse, con este marco, ciertos patrones jerárquicos en la evolución de galaxias, aspectos hasta ahora misteriosos que las misiones Arrakihs y Nancy Grace Roman podrían iluminar.
Además, el modelo no exige entidades hipotéticas como la materia inflatónica. Todo se sustenta en física conocida: relatividad general, principios cuánticos básicos y dinámica gravitacional. Se trata, entonces, de una reinterpretación radical sin necesidad de extrapolar más allá del conocimiento actual. Como una sinfonía reinterpretada con nuevos instrumentos, pero basada en una partitura antigua.
Un profundo cambio filosófico
Lo más provocador de esta propuesta no es solo su elegancia matemática, sino el profundo cambio filosófico que implica: si estamos dentro de un agujero negro, nuestro universo es apenas una célula en un tejido cósmico más vasto. Lo que percibimos como el “todo” no sería más que una cámara de eco dentro de una estructura mayor, lo que a su vez podría estar inmersa en otro cosmos aún más antiguo.
De ser cierta esta visión, la gran explosión no fue el principio de todo, sino un capítulo intermedio de una narrativa cíclica. El nacimiento de nuestro universo sería el producto final de un colapso en otro. Como una flor que brota del abono de otra existencia extinguida.
Fuente: National Geographic España