Mundo, 10 junio 2025 (ATB Digital).— En medio del abrasador desierto de Karakum, bajo un cielo que apenas da tregua al calor, arde desde hace más de cincuenta años una herida abierta en la Tierra. Se la conoce popularmente como la “Puerta al Infierno”, aunque su nombre oficial, Shining of Karakum, resulte más poético que profético.
Es un cráter de aproximadamente 30 metros de profundidad y 69 de diámetro, encendido en 1971 —o eso se cree— por ingenieros soviéticos que, al perforar una bolsa de gas natural, decidieron prender fuego a los gases escapados para evitar una posible intoxicación por metano. Lo que imaginaron como una llama efímera terminó siendo una fogata planetaria que ha ardido sin cesar durante más de medio siglo.
Pero la noche eterna de fuego parece estar llegando a su fin. En la reciente Conferencia Científica Internacional “Aspectos Ambientales de la Implementación de Tecnologías Innovadoras en el Desarrollo de los Yacimientos de Hidrocarburos” (TESC 2025), celebrada en Ashgabat, los científicos de Turkmengaz, la compañía nacional de gas, ha confirmado lo que muchos creían imposible: el cráter de Darvaza está apagándose.
Las llamas que antes brillaban como una bengala en la oscuridad ahora apenas titilan, reducidas a un tercio de su intensidad original. Lo que una vez fue un espectáculo infernal visible desde kilómetros de distancia, hoy parece más una hoguera en retirada.
¿Qué ha pasado?
Parte de esta transformación se debe a una estrategia que combina tecnología satelital con perforación avanzada. Turkmengaz ha reactivado antiguos pozos de gas en la zona y perforado nuevos para capturar el metano antes de que llegue al cráter.
La colaboración con el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP) mediante el sistema MARS (Methane Alert and Response System), ha permitido monitorear en tiempo real la disminución de las emisiones de metano desde el espacio. La evidencia es clara: el resplandor se desvanece.
Este declive coincide con un momento histórico: el punto máximo de actividad de la “Puerta al Infierno” se registró en 2013. Ese mismo año, el explorador canadiense George Kourounis realizó una hazaña sin precedentes: descendió al cráter equipado con un traje reflectante de Kevlar/Nomex y un respirador autónomo, logrando recoger muestras de suelo a temperaturas que rondaban los 400°C.
En ese ambiente que parece incompatible con la vida, los científicos hallaron bacterias extremófilas, organismos que sobreviven —y hasta prosperan— en condiciones letales para casi todo lo demás.
Otros ejemplos
Aunque la historia de Darvaza es estremecedora, no es única. En Centralia, Pensilvania, un incendio en una mina de carbón encendido por error en 1962 aún sigue ardiendo bajo tierra, y se estima que continuará durante al menos 250 años más.
En Jharia, India, un fuego subterráneo similar ha obligado a evacuar a más de 100 mil personas desde principios del siglo XX.
Sin embargo, el campeón absoluto de los incendios perpetuos es Mount Wingen, en Australia, conocido como Burning Mountain. Este fenómeno natural —no causado por humanos— ha ardido silenciosamente bajo la superficie durante más de 6.000 años, alimentado por una veta de carbón subterránea que avanza como una brasa viva a razón de un metro por año.
La mayor reserva de gas
Turkmenistán, que posee la cuarta mayor reserva de gas natural del planeta —alrededor del 9% del total conocido—, está reescribiendo su narrativa energética. En lugar de permitir que este símbolo de derroche ardiente continúe exhalando metano, el país ha optado por domesticar su fuego y transformarlo en oportunidad.
La clausura del cráter no solo marca el fin de una rareza geológica, sino también el inicio de una nueva etapa en la gestión responsable de sus recursos energéticos.
Fuente: National Geographic España