Mundo, 17 junio 2025 (ATB Digital).- Suspendido en la estratósfera sobre el manto de hielo antártico, un enjambre de instrumentos científicos ha captado algo que no debería existir. Son pulsos de radio, sí, pero no cualquiera: se trata de señales que parecen surgir desde debajo del horizonte, desde el interior mismo de la Tierra, como si un susurro cósmico se colara a través de la materia sólida para decirnos que no todo está explicado.
Este desconcertante hallazgo fue realizado por el experimento ANITA (Antarctic Impulsive Transient Antenna), una misión impulsada por globos de gran altitud cuyo objetivo es rastrear ondas de radio generadas por rayos cósmicos ultraenergéticos al colisionar con la atmósfera terrestre.
Sin embargo, lo que ANITA ha encontrado no encaja con los modelos que rigen nuestra comprensión actual del universo subatómico.
En lugar de reflejarse sobre el hielo, algunas señales detectadas parecían emerger desde profundidades imposibles, en ángulos que desafían el comportamiento esperado de las partículas conocidas. Una anomalía que, en palabras de la astrofísica Stephanie Wissel, “aún no tiene una explicación real”.
Una anomalía única
El descubrimiento ha sido publicado en Physical Review Letters y ha encendido las alarmas en la comunidad científica. El fenómeno podría implicar la existencia de partículas desconocidas, o incluso de interacciones que van más allá del Modelo Estándar de la física.
Wissel, profesora en Penn State y parte del equipo de ANITA, explicó que las señales detectadas se inclinan hasta 30 grados por debajo de la superficie del hielo, lo que indicaría que han atravesado miles de kilómetros de roca sólida. Eso, según las leyes de la física de partículas actuales, debería haberlas absorbido por completo. Y sin embargo, allí estaban.
Este tipo de evento ha sido considerado tan improbable que incluso otros observatorios de renombre mundial, como IceCube y el Pierre Auger, han sido utilizados para verificar si habían registrado algo similar. Pero nada. Ninguna señal coincidente. La anomalía parece única, y eso es, al mismo tiempo, una promesa y un dilema.
El misterio de los Neutrinos
Los neutrinos son partículas fantasmales, sin carga y con una masa casi inexistente, que se han convertido en protagonistas de la física contemporánea por su capacidad de atravesar el universo sin apenas dejar huella. Nacidos en los hornos cósmicos de supernovas, el Sol e incluso del mismísimo Big Bang, miles de millones de ellos atraviesan nuestro cuerpo cada segundo sin que lo notemos.
Su cualidad evasiva los convierte en aliados ideales para explorar regiones del cosmos a las que la luz nunca llegará. Pero esa misma indiferencia por la materia que los rodea hace que detectarlos sea una hazaña compleja y poco frecuente.
Por eso, Wissel y su equipo han dedicado años a diseñar instrumentos capaces de capturar esas fugaces interacciones. ANITA, el experimento que desplegaron sobre los hielos antárticos mediante globos a gran altitud, fue creado con ese fin: buscar las señales de neutrinos de ultraalta energía al interactuar con el hielo. Gracias al silencio electromagnético de la Antártida, ANITA puede distinguir hasta el más sutil de los ecos cósmicos.
Pero en lugar de detectar neutrinos tal y como los modelos predicen, lo que encontraron fue otra cosa. Algo que, aunque pueda parecer similar en forma, se comporta de forma radicalmente distinta. Las trayectorias de las señales eran más inclinadas de lo esperado, su energía desafiante, su origen incierto. “Mi sospecha es que hay algún efecto de propagación de radio cerca del hielo que aún no comprendemos del todo”, admite Wissel. El experimento que debía captar la voz de los neutrinos terminó recogiendo un mensaje aún más enigmático.
¿Más allá de la física?
Las simulaciones más recientes han descartado explicaciones clásicas, como reflexiones subsuperficiales o emisiones de transiciones coherentes. También se ha calculado que, si fueran neutrinos tau —que al interactuar en el hielo liberan partículas que generan las llamadas “duchas de aire”—, estos tendrían que haber atravesado la Tierra entera, lo cual requeriría niveles de energía tan altos que deberían haber sido detectados por otros observatorios. Pero no lo fueron.
Esta es una de las razones por las que algunos investigadores se atreven a hablar de física más allá del Modelo Estándar, e incluso de partículas completamente nuevas.
Wissel y su equipo están desarrollando ahora un nuevo detector: PUEO, una versión mejorada de ANITA, con mayor sensibilidad y capacidad de captar este tipo de anomalías. Su esperanza es que, con él, puedan distinguir entre una señal genuinamente exótica y un fenómeno aún mal interpretado. “Es uno de esos misterios que nos mantienen despiertos”, dice Wissel. “Podríamos estar al borde de entender algo totalmente nuevo, o al menos de encontrar la clave de lo que aún no comprendemos del todo”.
Fuente: National Geographic España