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Las constantes olas de calor pueden hacernos envejecer tanto como el consumo de alcohol o de tabaco

Taiwán, 27 de agosto 2025 (ATB Digital).- La ciencia apunta hacia una nueva y perturbadora fuente de envejecimiento: el calor extremo. Más allá del sudor y el agotamiento, cada ola de calor podría estar marcando nuestra biología con una profundidad invisible, acelerando nuestro reloj interno con la persistencia de un mal hábito.

Un nuevo estudio publicado en Nature Climate Change sacude nuestras concepciones sobre el envejecimiento humano. Tras analizar los datos médicos de 24.922 personas en Taiwán a lo largo de 15 años, los investigadores concluyen que la exposición reiterada a olas de calor incrementa la edad biológica, un proceso que puede equipararse en magnitud al daño provocado por el tabaco o el alcohol

Y, al igual que esos conocidos enemigos de la salud, el calor se infiltra lentamente, dejando cicatrices en órganos vitales, sistemas inmunológicos y capacidades físicas.

Cada grado cuenta

Según explica Cui Guo, epidemióloga ambiental de la Universidad de Hong Kong y autora principal del estudio, “mientras que el aumento del envejecimiento biológico por cada grado de exposición térmica puede parecer pequeño (0,023 a 0,031 años por cada 1,3 °C), el impacto acumulado en grandes poblaciones y a lo largo del tiempo representa un problema serio de salud pública”. Y es que no hablamos de un malestar momentáneo, sino de una aceleración sostenida en el deterioro del cuerpo humano.

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El análisis, que abarcó desde 2008 hasta 2022, coincidió con aproximadamente 30 olas de calor en el territorio taiwanés. Se evaluaron indicadores médicos clave, como la función hepática, pulmonar y renal, además de la presión arterial y niveles de inflamación, para establecer un cálculo certero de la edad biológica de los participantes. El resultado fue claro: a mayor exposición al calor, mayor envejecimiento orgánico.

Estrés térmico

La explicación científica es inquietante pero lógica. El cuerpo humano, forzado a adaptarse a temperaturas extremas de forma recurrente, ve cómo sus sistemas comienzan a fallar. La respuesta fisiológica constante al estrés térmico desgasta al organismo, del mismo modo en que lo harían hábitos nocivos persistentes. Y lo más preocupante es que este envejecimiento no es perceptible en el espejo, sino en el funcionamiento íntimo de nuestros órganos.

El estudio también resalta que los trabajadores manuales y los habitantes de zonas rurales fueron quienes mostraron mayor deterioro, probablemente por la menor disponibilidad de sistemas de climatización. Sin embargo, hay una luz tenue entre las sombras: durante los 15 años que duró la investigación, el impacto del calor sobre el envejecimiento fue disminuyendo ligeramente, lo cual sugiere un cierto grado de adaptación, posiblemente asociado a una mayor difusión de tecnologías de refrigeración.

No obstante, el mensaje sigue siendo claro y contundente. Como advierte Alexandra Schneider, epidemióloga del Helmholtz Munich en Alemania, “el calor nos envejece más rápido de lo que deberíamos, y eso es algo que, sin duda, debemos tratar de evitar”.

Este hallazgo se suma a investigaciones previas en Estados Unidos y Alemania que ya habían relacionado el aumento de temperatura ambiental con marcadores epigenéticos de envejecimiento e incluso modificaciones en el ADN. Los datos son convergentes: el calor no solo derrite el asfalto o marchita las flores, sino que también altera silenciosamente nuestros tejidos celulares.

La realidad es alarmante: en Estados Unidos, la frecuencia de olas de calor se ha triplicado desde la década de 1960. Lo que antes era excepcional, ahora es casi rutina. Y, como subraya Guo, “la ola de calor no es un riesgo individual, sino una preocupación colectiva”. En un mundo donde el cambio climático se acelera, esta verdad debería despertar a quienes aún miran al calor como un simple fastidio estacional.

Fuente National Geographic

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