Mundo, 27 de agosto 2025 (ATB Digital).- Imagina que estás en tu jardín, una noche clara, y en lugar de regar las plantas o sacar la basura, estás cazando cometas. Y no, no es una metáfora: eso hizo Carolyn Shoemaker. Sin un título en astronomía, sin grandes telescopios de la NASA en su garaje, esta mujer se convirtió en una de las cazadoras de cometas y asteroides más prolíficas de la historia.
Su nombre quedaría grabado en la historia espacial por descubrir el cometa Shoemaker-Levy 9, aquel que en 1994 dio un espectáculo cósmico al estrellarse contra Júpiter. Y lo increíble es que gran parte de su trabajo lo realizó desde un observatorio que, básicamente, estaba en su patio trasero.
Una científica por accidente
Cuando Carolyn Jean Spellmann nació en 1929, nadie imaginaba que acabaría mirando las estrellas de forma profesional. De hecho, ella misma tampoco lo imaginaba. Durante años, su vida estuvo más cerca de las labores cotidianas y la familia que de los laboratorios. No tenía un título en física o astronomía; su formación era en historia y ciencias políticas. Y, sin embargo, el destino tenía reservada para ella una carrera fuera de este mundo… literalmente.
El punto de inflexión llegó cuando conoció a Eugene Shoemaker, un geólogo planetario con una pasión desbordante por la exploración del cielo. Eugene no solo sería su esposo, sino también su compañero de aventuras científicas. Él la animó a unirse a sus observaciones y a aprender, poco a poco, las técnicas para detectar objetos en el firmamento. Carolyn aceptó, sin saber que aquello sería el inicio de una misión que cambiaría su vida.
Pronto, la pareja instaló un pequeño observatorio en Flagstaff, Arizona. Allí, entre montañas y cielos despejados, Carolyn comenzó a manejar cámaras astronómicas y a estudiar placas fotográficas en busca de diminutos puntos de luz que se movían. Cada punto podía ser un asteroide, un cometa… o nada. Se trataba de paciencia, ojo entrenado y horas de concentración.
El arte de encontrar lo invisible
La tarea no era tan sencilla como mirar por un telescopio y esperar una “estrella fugaz”. El trabajo de Carolyn consistía, en gran parte, en comparar fotos del cielo tomadas en diferentes momentos. Si un punto de luz cambiaba de posición, ahí había algo interesante. En los años 80 y 90, este método era tan manual que requería literalmente usar una lupa sobre placas fotográficas.
Su ojo agudo se volvió legendario. Donde otros veían solo puntitos blancos, ella detectaba patrones y movimientos sutiles. Y los resultados hablaban por sí mismos: llegó a descubrir más de 800 asteroides y más de 30 cometas. No había computadora que igualara la precisión de su mirada entrenada.
Pero lo más fascinante era que su laboratorio principal no estaba en un centro espacial ultramoderno, sino en un observatorio modesto, al alcance de su casa. Desde allí, noche tras noche, capturaba el movimiento de objetos que vagaban a millones de kilómetros de la Tierra.
El cometa que chocó contra un planeta
El momento que la catapultó a la fama ocurrió en marzo de 1993. Junto a su esposo Eugene y el astrónomo David Levy, Carolyn detectó un cometa inusual. No tardaron en darse cuenta de que su órbita estaba condenada: se dirigía directo hacia Júpiter. Lo bautizaron Shoemaker-Levy 9.
Durante los meses siguientes, astrónomos de todo el mundo siguieron la trayectoria del cometa. Y en julio de 1994, millones de personas fueron testigos, a través de telescopios y fotos, de un evento sin precedentes: el impacto del cometa contra Júpiter. Las cicatrices negras que dejó en la atmósfera del planeta gigante fueron visibles durante semanas.
Aunque el descubrimiento fue el resultado del trabajo en equipo, el nombre de Carolyn brilló con luz propia. Aquella noche, mientras medio planeta hablaba del cometa, ella podía decir que lo había encontrado desde un lugar tan cotidiano como su propio patio trasero.
Fuente: National Geographic