Mundo, 10 de oct 2025 (ATB Digital)-. Creemos que los ojos nos muestran la realidad, pero lo que vemos no siempre existe. En un experimento reciente, un grupo de neurocientíficos logró provocar ilusiones visuales disparando láseres directamente sobre neuronas específicas. Lo que descubrieron desafía nuestra idea más básica: el cerebro no observa el mundo, lo fabrica.
Un destello de luz y el cerebro empezó a ver cosas que no estaban ahí
El estudio, publicado en Nature Neuroscience, fue liderado por Hyeyoung Shin en la Universidad Nacional de Seúl. Su equipo utilizó una técnica de estimulación óptica holográfica con láseres ultrafinos para activar grupos concretos de neuronas en la corteza visual primaria, conocida como V1. Esta región, ubicada en la parte posterior del cerebro, es la primera en recibir la información procedente de los ojos. Pero Shin tenía una pregunta: ¿qué pasaría si la visión no comenzara en los ojos, sino en el cerebro mismo?
Para averiguarlo, los investigadores estimularon con precisión decenas de neuronas en V1 y observaron algo extraordinario. Los cerebros de los ratones comenzaron a reaccionar como si estuvieran viendo figuras luminosas inexistentes: triángulos, bordes, patrones… La simple activación neuronal bastó para generar una “imagen fantasma”.
Era la prueba de que la percepción no necesita una señal real. Bastaba una chispa en el lugar correcto para que el cerebro llenara los huecos, como cuando creemos ver formas entre las nubes o caras en los enchufes de la pared.
La corteza visual: el escenario donde empieza la ilusión
Hasta hace poco, se pensaba que V1 actuaba como un intermediario pasivo, un simple transmisor de lo que captan los ojos. Sin embargo, el experimento demostró que esa zona no solo recibe información: decide qué información merece ser percibida.
El equipo de Shin identificó un pequeño grupo de neuronas especializadas a las que bautizó como neuronas codificadoras de IC (de “illusory contour”, o contorno ilusorio). Estas células funcionan como detonadores: al activarse, reclutan a miles de otras neuronas cercanas y recrean figuras completas a partir de fragmentos.
Es como si el cerebro aplicara su propio software de edición de imágenes, completando líneas invisibles para construir un todo coherente. Y lo más sorprendente: este proceso ocurre en milisegundos, mucho antes de que las áreas superiores de la mente “conscientes” entren en juego.
Shin confesó en el estudio que no esperaba encontrar tal nivel de inferencia en una región tan temprana del procesamiento visual. Para ella, fue como descubrir que la mente empieza a imaginar justo en el momento en que empieza a ver.
Por qué el cerebro elige engañarnos (y cómo eso nos mantiene vivos)
Si nuestro cerebro puede inventar cosas, ¿por qué lo hace? La respuesta es simple: para ahorrar energía y sobrevivir. El cerebro humano consume alrededor del 20 % de la energía del cuerpo. En lugar de analizar cada detalle de la realidad, se limita a predecir lo más probable. Lo que vemos no es lo más exacto, sino lo más útil.
El psicólogo James Hyman, de la Universidad de Nevada, lo explica así: “El cerebro no busca la verdad, busca eficiencia”. Activar un pequeño grupo de neuronas es suficiente para recrear una imagen completa; del mismo modo, un recuerdo parcial puede reactivar toda una experiencia sensorial. Este mecanismo, que parece un truco evolutivo, permite reaccionar rápido ante el peligro, aunque a veces nos haga confundir sombras con amenazas.
Las ilusiones, entonces, no son errores del sistema: son su característica principal. Nos engañan, sí, pero lo hacen para mantenernos con vida.
La percepción como predicción: el código compartido del mundo
El cerebro no es una cámara. Es una máquina predictiva que combina lo que ve con lo que espera ver. Cada experiencia pasada moldea la siguiente: el color de la luz, la memoria de un objeto, las creencias sobre cómo debería verse algo. De ahí que dos personas puedan mirar la misma escena y percibirla de forma distinta.
Según Shin, nuestros cerebros comparten un “código predictivo” común porque vivimos en mundos sensoriales parecidos. Lo que cambia son las experiencias que moldean esos códigos. Un ratón, un mono o un humano tienden a ver contornos ilusorios del mismo modo porque la evolución nos entrenó para buscar patrones.
Ver un triángulo blanco en medio de la nada no es una falla: es la confirmación de que el cerebro está haciendo su trabajo.
La realidad como construcción (y el límite de nuestra conciencia)
El descubrimiento plantea una pregunta inquietante: si el cerebro genera ilusiones desde la primera capa de la visión, ¿podemos confiar en lo que llamamos realidad? Quizás no del todo.
Shin explica que lo que percibimos es una inferencia continua, una apuesta sensorial que se ajusta segundo a segundo. No vemos el mundo como es, sino como creemos que debería ser.
Algunos científicos comparan esta dinámica con la edición de vídeo en tiempo real: los sentidos captan los fotogramas, pero el cerebro monta la película, corrige colores y, si falta una escena, la inventa.
Eliminar esos bucles de retroalimentación—las correcciones que el cerebro hace sobre sí mismo—permitiría ver el mundo “tal cual es”. Pero también, probablemente, nos volvería incapaces de sobrevivir en él.
Fuente: Gizmodo