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Los delfines también están padeciendo de alzhéimer debido a las algas tóxicas

E.E.U.U. 19 de octubre 2025 (ATB Digital).- En la cálida costa este de Florida, un equipo de científicos se topó con una revelación tan insólita como perturbadora: los cerebros de los delfines mulares (Tursiops truncatus) varados en la Indian River Lagoon muestran daños comparables a los que sufre un ser humano con Alzheimer. Y no es un caso aislado. El culpable, invisible y voraz, se agita en las aguas: floraciones de algas tóxicas, aceleradas por el cambio climático, capaces de alterar no solo la vida marina, sino también (quizás) nuestro propio destino.

Durante casi diez años, investigadores de la Universidad de Miami han analizado los tejidos cerebrales de 20 delfines que murieron en ese estuario costero, una región donde la temperatura del agua y la contaminación por nutrientes han creado un caldo de cultivo ideal para cianobacterias y microalgas tóxicas. 

Allí, los científicos identificaron niveles alarmantes de una neurotoxina: 2,4-diaminobutírico (2,4-DAB), compuesto natural producida por ciertas algas que, al acumularse en el cuerpo de los delfines, provocó daños estructurales y genéticos en sus cerebros. En algunos casos, los niveles eran hasta 2.900 veces más altos en los meses cálidos respecto a otras estaciones.

Similitud con el Alzheimer

Más allá de la toxicidad evidente, lo que dejó sin aliento a los investigadores fue la similitud molecular con el Alzheimer humano. Al analizar el transcriptoma cerebral (es decir, los genes que se expresan activamente en el cerebro) descubrieron un patrón preocupante: más de 500 genes alterados, muchos de ellos también afectados en pacientes humanos con Alzheimer. 

Los genes relacionados con el neurotransmisor GABA, vital para la comunicación neuronal, estaban comprometidos. Otros, que normalmente protegen la barrera hematoencefálica, mostraban signos de debilitamiento.

Además, los científicos detectaron un incremento en la actividad de genes asociados a la formación de proteínas neurotóxicas como beta-amiloide, tau y TDP-43 (las tres principales huellas patológicas del Alzheimer humano). El paralelismo no era casual: el cerebro de estos delfines había comenzado a hablar el mismo lenguaje del deterioro que conocemos en nuestras propias especies más vulnerables.

La neurotoxina 2,4-DAB

El hallazgo es una llamada de atención que traspasa las fronteras de la biología marina. La neurotoxina 2,4-DAB, ya conocida por causar efectos en el sistema nervioso, ahora demuestra ser peligrosa incluso en exposiciones prolongadas y moderadas, no solo en dosis agudas. En otras palabras: cada verano con algas tóxicas dejaba una marca invisible pero duradera en el cerebro de los delfines. Con cada estación cálida, las mutaciones genéticas se acumulaban, como capas geológicas de daño irreparable.

Entre los genes más alterados destaca APOE, considerado uno de los principales factores de riesgo del Alzheimer en humanos. En algunos ejemplares marinos, su actividad se incrementó hasta 6,5 veces. Otros, como NRG3, fundamental en la formación de sinapsis, vieron su actividad desplomarse. Y genes que regulan inflamación y muerte celular, como TNFRSF25, se activaron descontroladamente. 

Lo más inquietante, sin embargo, fue el descubrimiento de que el daño era acumulativo. Cuantos más veranos cálidos y con floraciones había vivido un delfín, más profundos eran los daños genéticos observados en sus cerebros.

Los delfines mulares han sido reconocidos como el segundo animal más inteligente del planeta, superando incluso a los grandes simios.

¿Y en humanos?

Los delfines mulares han sido reconocidos como el segundo animal más inteligente del planeta, superando incluso a los grandes simios. Su cerebro, de gran tamaño en relación con el cuerpo y más voluminoso que el humano, sostiene una mente capaz de reconocerse en un espejo, aprender lenguajes de gestos y comunicarse mediante un complejo sistema de chasquidos y silbidos. Además, algunas hembras usan esponjas para protegerse el morro mientras buscan alimento, una conducta que aprenden de sus madres y que revela la existencia de una forma rudimentaria de cultura. 

Si las floraciones de algas tóxicas se adelantan, se prolongan y se intensifican y, con ellas, los riesgos para todos los organismos que dependen del agua se multiplican, ¿entonces ello incluye también a los humanos? 

Los científicos subrayan que aún no se puede afirmar con certeza que la toxina 2,4-DAB cause Alzheimer en nuestra especie. Pero el espejo molecular que ofrecen los delfines obliga a mirar con atención. Si ellos, aquí una suerte de “canario en la mina”, están mostrando los signos de una enfermedad que creemos exclusiva de nuestra vejez, quizás sea hora de escuchar al mar. Porque lo que afecta al océano no queda en el océano.

Fuente: National Geographic

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