Mundo, 10 de nov 2025 (ATB Digital).- Los huevos, de un tono rojizo y textura mineralizada, fueron extraídos con extremo cuidado. Ahora forman parte de la exposición permanente del Museo Paleontológico de Castilla-La Mancha (MUPA) en Cuenca, donde se muestran como testigos directos de una era perdida. No se trata solo de fósiles. Son cápsulas del tiempo que conservan fragmentos microscópicos de la historia biológica de Europa.
Titanosaurios bajo el cielo ibérico
Los titanosaurios fueron los últimos grandes saurópodos del planeta. Gigantes herbívoros de cuello largo que podían superar los quince metros de longitud y más de veinte toneladas de peso. Vivieron en la Península Ibérica cuando la Tierra ya anunciaba el final del Cretácico.
El hallazgo de los huevos en un mismo nivel de sedimento y con diferencias morfológicas notables sugiere algo inusual: que varias especies de titanosaurios convivieron y anidaron en la misma región. Normalmente, las puestas fósiles pertenecen a una sola especie. Si esta hipótesis se confirma, el yacimiento de Poyos podría convertirse en una referencia mundial para estudiar la diversidad y comportamiento reproductivo de los dinosaurios europeos antes de su extinción.
La ciencia dentro del cascarón
El equipo del Grupo de Biología Evolutiva de la UNED analizó las muestras con técnicas avanzadas de microscopía y mineralogía. Los resultados mostraron una preservación casi intacta de la microestructura de las cáscaras, una circunstancia excepcional en fósiles de esta antigüedad.
Esa conservación permite distinguir dos tipos de huevos diferentes: Fusioolithus baghensis, ya conocido en registros más recientes, y un nuevo ootaxón bautizado como Litosoolithus poyosi. Este último destaca por su gran tamaño, cáscara delgada, baja porosidad y ornamentación dispersa. La coexistencia de ambos en un mismo nivel estratigráfico constituye un hecho extremadamente raro.
Mediante análisis estadísticos de esferolitos y canales porales, los investigadores demostraron diferencias microestructurales claras entre las dos especies, lo que refuerza la idea de una convivencia simultánea de distintos titanosaurios en la región.
Un legado de la tierra y del tiempo
El contexto geológico de Poyos fue clave para preservar estas piezas. Los sedimentos finos y la ausencia de alteraciones tectónicas favorecieron la fosilización lenta y estable de los huevos, permitiendo conservar incluso sus capas más frágiles. Según los paleontólogos, esta estabilidad ha mantenido los fósiles tan bien conservados que podrían contener trazas químicas útiles para estudiar la composición original del material biológico.
Durante la presentación oficial en el MUPA, la viceconsejera de Cultura y Deportes, Carmen Teresa Olmedo, destacó la magnitud del descubrimiento: “La coexistencia de dos tipos distintos de huevos en un mismo nivel estratigráfico constituye un hecho de referencia mundial”.
No es solo un logro regional. Es una ventana a los últimos días de los dinosaurios en Europa, una historia que continúa escribiéndose desde los laboratorios de Castilla-La Mancha.
Lo que los huevos cuentan sobre el pasado
Cada huevo fosilizado es un archivo biológico. Su grosor, porosidad y textura ofrecen pistas sobre la temperatura ambiental, la humedad del suelo e incluso las rutinas de incubación de los titanosaurios. En Poyos, las diferencias entre las cáscaras apuntan a comportamientos reproductivos diversos, quizás adaptaciones a un clima cambiante que precedía la gran extinción.
Estos fósiles también refuerzan una idea que gana peso entre los paleontólogos: Europa fue un refugio para los últimos dinosaurios del Cretácico. Los descubrimientos recientes, desde Cuenca hasta los Pirineos, sugieren que los saurópodos estaban más extendidos de lo que se creía.
El eco de una era perdida
Setenta y dos millones de años después, aquellos huevos siguen cumpliendo su función: proteger la vida, aunque sea en forma de memoria. Son fragmentos del último capítulo de una historia planetaria escrita en piedra.
En palabras de los investigadores del MUPA, “cada capa de cáscara conserva un mensaje del pasado que aún estamos aprendiendo a leer”. Y mientras los científicos de la UNED continúan su análisis, los visitantes que los observan tras el cristal ven algo más que fósiles. Ven el instante en que el tiempo se detuvo y la vida, de alguna forma, decidió quedarse.
Fuente: Gizmodo
