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Álvaro García Linera, el gurú intelectual de Boric: “Su gran desafío es no defraudar la expectativa de cambio social”

Álvaro García Linera

La Paz, 13 mar 2022 (ATB Digital).- Cuando el pasado 21 de enero Gabriel Boric dijo en una entrevista con la BBC que tenía una “cercanía ideológica” con Álvaro García Linera –”independiente de la edad que tenga”, el ex vicepresidente boliviano tomó aquellas palabras con “agrado” y, además, las consideró “un honor”. Y cuando semanas atrás recibió una invitación del Presidente chileno para que asistiera al cambio de mando, se sintió “un poco abrumado”. Pero García Linera (Cochabamba, 1962) no lo pensó dos veces y el jueves aterrizó en Santiago convertido en uno de los mayores referentes intelectuales del joven Mandatario.

El exnúmero dos del gobierno de Evo Morales entendió la frase de Boric “como un reconocimiento a la fuerza creativa del proceso revolucionario, popular e indígena de Bolivia”, según explica el propio García Linera en esta entrevista con La Tercera. Antes de la toma de posesión del viernes, García Linera había cruzado unas pocas palabras con Boric. Fue, según recuerda el intelectual boliviano, “por allá por 2013 o 2014, cuando en una conferencia en una universidad en Santiago, compartí en un encuentro casual con los líderes estudiantiles que habían surgido de las luchas de 2011?.

Desde ese momento, monitoreó de cerca las actividades de Boric, Camila Vallejo y Giorgio Jackson y, más tarde, todo el proceso derivado del estallido social de 2019, incluido el actual trabajo de la Convención Constitucional. De alguna manera, aunque con evidentes matices y diferencias, García Linera ya había vivido todo aquello en su propio país.

“He hecho un seguimiento a las acciones de estos estupendos líderes chilenos que han emergido”, sostiene. García Linera dedicó tiempo a esto mientras ejercía la vicepresidencia boliviana. A ese cargo llegó junto a Evo Morales en enero de 2006 y lo ejerció hasta 2019. Nunca nadie en Bolivia había gobernado durante tanto tiempo. En esos casi 14 años el dirigente boliviano no solo “cogestionó” junto a Evo las decisiones clave de su gobierno, sino que fue el principal teórico e ideólogo de todo el proceso que derivó en que Bolivia se constituyera en 2009 como un Estado Plurinacional, cambio de Constitución de por medioEl objetivo de que el país tuviera a un indígena como jefe de Estado, García Linera comenzó a considerarlo a mediados de los 80, cuando después de haber estudiado en profundidad a Karl Marx y haberse sumado a comunidades aimaras, concilió la teoría marxista con el “katarismo”, la corriente inspirada en Tupac Katari que dio sustento ideológico a las movilizaciones sociales que años después llevaron al poder al Movimiento Al Socialismo (MAS), con Evo a la cabeza.

Formado en la Universidad Autónoma de México, García Linera reside en Buenos Aires, donde ejerce como profesor, aunque también divide su tiempo entre Bolivia y Perú. Hasta la capital argentina llegó a fines de 2019 luego de un breve autoexilio en Ciudad de México después de su abrupta salida del poder el 10 de noviembre de 2019, día en que junto a Evo renunció en medio de una revuelta social azuzada por la oposición. Esto, tras denuncias de supuesta manipulación electoral en los comicios de octubre de ese año, en los que Morales y García Linera pretendían ser reelectos por tercera vez. De Bolivia se fue con un maletín, cuatro libros y ropa de su hija Alba, de cuatro años.

unque traumático, García Linera ya conocía los embates del poder: estando en México se adentró en las guerrillas indígenas campesinas de Guatemala, los movimientos populares de El Salvador y el sandinismo en Nicaragua; a su regreso a Bolivia, en 1984, se sumó a los Ayllus Rojos (una organización radical campesina) y cofundó el Ejército Guerrillero Tupac Katari; hasta que en abril de 1992 fue arrestado y pasó cinco años en la cárcel, donde estudió Sociología de manera autodidacta. García Linera dejó la prisión en 1997, el mismo año en que Evo se convirtió en diputado.

Ahora, el ex vicepresidente boliviano ya no vive días tan turbulentos. Esto, gracias a que en las elecciones de 2020 triunfó otro dirigente del MAS: Luis Arce Catacora, quien ejerce actualmente la Presidencia tras un breve pero convulsionado período liderado por Jeanine Áñez (derecha), procesada por incumplimiento de deberes, sedición y terrorismo. Este último tiempo, García Linera lo ha ocupado para elaborar con más profundidad su pensamiento, mezcla de marxismo e indigenismo, fruto del cual en 2019 surgió la publicación de Qué horizonte: hegemonía, Estado y revolución democrática, en coautoría con Íñigo Errejón, politólogo español y uno de los fundadores de Podemos. De ahí que se haya convertido en una suerte de “gurú” de los movimientos sociales en diferentes países.

¿Qué hace distinta a esta nueva generación de dirigentes políticos chilenos? ¿Por qué le llamó tanto la atención?

Ellos emergen en medio de la protesta social. Ese es un primer elemento diferenciador, porque cualquier forma de protesta colectiva es un modo de ruptura cognitiva, que cierra viejos paradigmas, viejos sentidos comunes e inaugura nuevos. Lo segundo es que es una generación de líderes estudiantiles que reflexiona y al mismo tiempo actúa. La tercera característica es que representan el primer punto de ruptura del consenso neoliberal que prevaleció en el continente y en Chile, por supuesto, porque interpelan el sistema de partidos políticos, de las estructuras institucionales de los intelectuales y la academia. Y, por supuesto, la cosa que más me llamó la atención es su vínculo con la lucha por el poder: es una protesta social que rápidamente intenta proyectarse en términos de luchar por el poder del Estado para reformarlo.

¿Hay algún símil en Latinoamérica o el mundo respecto de esta generación?

Hubo en los años 60-70 una gran explosión estudiantil que derivó luego en la formación de la izquierda radical. La diferencia con esta nueva generación en el caso de Chile es que no se desliga de la acción colectiva. La radicalidad de los estudiantes en los 60 dio lugar a la formación de aparatos políticos revolucionarios. En cambio, esta nueva generación que emerge en el siglo XXI, lo que hace es superar esa deliberación. En el caso de Bolivia, a comienzos de los 2000 también emergieron jóvenes que lideraron protestas y movimientos sociales, pero principalmente campesinos.

¿A qué atribuye la victoria electoral de Gabriel Boric?

Yo siento que Boric y la generación que lo acompaña son la expresión más nítida de una voluntad de cambio en la sociedad chilena. Es una voluntad de cambio que no ha podido ser articulada, ni canalizada por el viejo sistema político. Entonces no es casual que esta explosión social tenga que traducirse en la construcción de nuevas estructuras políticas. Un ejemplo parecido a lo que es Chile ha ocurrido en España, pero en el caso chileno la fórmula fue mucho más exitosa. Estos movimientos siempre emergen con un 20% de apoyo: Podemos en España, el Frente Amplio peruano y el FA chileno también. Pero de esas experiencias solo dos han superado el 50%: Chile y Bolivia.

El FA de Boric logró más del 50% porque lo respaldó la centroizquierda y sectores más transversales, más moderados. De hecho, su gabinete está compuesto por partidos que formaron parte de la Concertación.

Siempre es así, porque usted tiene que construir lo nuevo con la vieja sociedad también; tiene que haber sectores que antes habían votado por posiciones más moderadas, que son los que garantizan la conversión de un proyecto político en mayoría política. Aquí está la habilidad de los líderes del proyecto político para abrir el abanico de alianzas hacia sectores que están en el centro, de lo contrario no se convierten en mayoría política. En ese caso serían un testimonio de radicalidad, pero sin voluntad de poder. ¿Cómo generar un tipo de liderazgo que les dé certidumbre a todos? Esa es la gran apuesta hegemónica, es decir, convertirse en el líder moral, intelectual y espiritual de sectores más allá de los tuyos. Si no haces eso, nunca vas a llegar a ser Boric y mucho menos vas a llegar a tener mayoría absoluta. Eso va a requerir, en algunos casos, ceder a ciertas cosas, pero lo interesante de ello es que eso sucede bajo un núcleo unificador, que son estas posiciones renovadas de izquierda. En Chile ha emergido una nueva izquierda, al margen del viejo sistema de partidos políticos, y ha tenido la virtud de articular los residuos de la antigua izquierda y de atraerlos, en vez de ser aspirados por esa antigua izquierda. Eso habla de una gran voluntad de poder democrático.

¿Cuál sería, a su juicio, el mayor desafío que enfrenta Boric?

No defraudar la expectativa de cambio social, político y económico que la sociedad mayoritariamente ha expresado a través del voto, tanto en la Constituyente como en las elecciones. Satisfacer esas expectativas que demandan un gran cambio en la sociedad chilena

Expectativas que son bastante altas…

Hay que intentar satisfacer las que son de común denominador para la mayor parte de la sociedad. Habrá otras expectativas que no se podrán cumplir, que corresponden a sectores más específicos y quizás más radicales, pero que no son de consenso general. Ahí es donde uno tiene que diferenciar lo que son expectativas más sectoriales de las más comunes para la sociedad chilena, y esforzarse para satisfacer esas.

Usted ha hablado de una “nueva ola progresista” o de un “nuevo progresismo” en América Latina. Además de Gabriel Boric, ¿quién más podría formar parte de esa nueva ola?

La primera ola progresista se inició en América Latina a inicios del siglo XXI y recorrió Venezuela, Ecuador, Bolivia, Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay. Luego vino una recuperación de las fuerzas conservadoras que fue de una temporada y ahora estamos ante una segunda ola que se inició en México con Andrés Manuel López Obrador (AMLO), pasó luego a Argentina con la victoria del Presidente Alberto Fernández, después a Bolivia con Luis Arce y ahora a Chile. Probablemente se expanda a Colombia (con Gustavo Petro) y tal vez a Brasil (con Lula) en los próximos meses. En esta segunda ola algunos países están en su segunda versión del progresismo -caso de Bolivia y Argentina- y otros países están en la primera versión de su propio progresismo, como el caso de México, Perú y ahora Chile. Entonces, las velocidades e intensidades al interior de la segunda ola son diferentes. Quizás lo que más diferencia las velocidades en esta segunda ola tiene que ver con que algunos progresismos de segunda ola son procesos de recuperación democrática y de reconquistar derechos -como el caso de Bolivia y Argentina- y otros donde la victoria progresista viene acompañada de una gran movilización social, como el caso de Chile fundamentalmente, y ojalá de Colombia en los siguientes meses. Eso va a marcar diferencias en cuanto a radicalidad y capacidad de toma de decisiones en las transformaciones sociales.

¿Las movilizaciones y la radicalidad que usted menciona podrían acentuarse en caso de que no se cumplan las expectativas?

Todos los progresismos transforman el viejo sistema de partidos políticos y lo muestran como obsoleto. No es que va a desaparecer, pero los derrota, y lo que queda del viejo sistema político son retazos minoritarios. Eso ya en sí mismo es un proceso de transformación cognitiva social y de reforma económica del Estado. Ahora, ¿cuánto podrá cumplir sus propuestas y cuánto podrá ir más allá de sus propuestas cada uno de estos progresismos? Va a depender de si los sigue acompañando la movilización social. Sin acompañamiento de movilización social vas a tener gobiernos moderados, de reforma moderada. Pero si la victoria electoral luego es acompañada por acción colectiva, movilización social y debate generalizado de propuestas, vas a tener proyectos más radicales de transformación. Entonces ahora en Chile se ha abierto -porque no podemos predecir qué va a ocurrir con los movimientos sociales en los siguientes meses-, una gran oportunidad de que puedan caminar de manera coordinada acción gubernamental con acción colectiva.

Hay muchos casos en que el gobierno entrante toma distancia de los movimientos sociales que lo ayudaron a acceder al poder.

No hay que tenerle miedo a la coexistencia de un gobierno progresista con movimiento social; a lo que hay que temer es a gobiernos progresistas sin movimiento social.

Cuando el pasado 21 de enero Gabriel Boric dijo en una entrevista con la BBC que tenía una “cercanía ideológica” con Álvaro García Linera –”independiente de la edad que tenga”, el ex vicepresidente boliviano tomó aquellas palabras con “agrado” y, además, las consideró “un honor”. Y cuando semanas atrás recibió una invitación del Presidente chileno para que asistiera al cambio de mando, se sintió “un poco abrumado”. Pero García Linera (Cochabamba, 1962) no lo pensó dos veces y el jueves aterrizó en Santiago convertido en uno de los mayores referentes intelectuales del joven Mandatario.

El exnúmero dos del gobierno de Evo Morales entendió la frase de Boric “como un reconocimiento a la fuerza creativa del proceso revolucionario, popular e indígena de Bolivia”, según explica el propio García Linera en esta entrevista con La Tercera. Antes de la toma de posesión del viernes, García Linera había cruzado unas pocas palabras con Boric. Fue, según recuerda el intelectual boliviano, “por allá por 2013 o 2014, cuando en una conferencia en una universidad en Santiago, compartí en un encuentro casual con los líderes estudiantiles que habían surgido de las luchas de 2011?.

Desde ese momento, monitoreó de cerca las actividades de Boric, Camila Vallejo y Giorgio Jackson y, más tarde, todo el proceso derivado del estallido social de 2019, incluido el actual trabajo de la Convención Constitucional. De alguna manera, aunque con evidentes matices y diferencias, García Linera ya había vivido todo aquello en su propio país.

“He hecho un seguimiento a las acciones de estos estupendos líderes chilenos que han emergido”, sostiene. García Linera dedicó tiempo a esto mientras ejercía la vicepresidencia boliviana. A ese cargo llegó junto a Evo Morales en enero de 2006 y lo ejerció hasta 2019. Nunca nadie en Bolivia había gobernado durante tanto tiempo. En esos casi 14 años el dirigente boliviano no solo “cogestionó” junto a Evo las decisiones clave de su gobierno, sino que fue el principal teórico e ideólogo de todo el proceso que derivó en que Bolivia se constituyera en 2009 como un Estado Plurinacional, cambio de Constitución de por medioEl objetivo de que el país tuviera a un indígena como jefe de Estado, García Linera comenzó a considerarlo a mediados de los 80, cuando después de haber estudiado en profundidad a Karl Marx y haberse sumado a comunidades aimaras, concilió la teoría marxista con el “katarismo”, la corriente inspirada en Tupac Katari que dio sustento ideológico a las movilizaciones sociales que años después llevaron al poder al Movimiento Al Socialismo (MAS), con Evo a la cabeza.

Formado en la Universidad Autónoma de México, García Linera reside en Buenos Aires, donde ejerce como profesor, aunque también divide su tiempo entre Bolivia y Perú. Hasta la capital argentina llegó a fines de 2019 luego de un breve autoexilio en Ciudad de México después de su abrupta salida del poder el 10 de noviembre de 2019, día en que junto a Evo renunció en medio de una revuelta social azuzada por la oposición. Esto, tras denuncias de supuesta manipulación electoral en los comicios de octubre de ese año, en los que Morales y García Linera pretendían ser reelectos por tercera vez. De Bolivia se fue con un maletín, cuatro libros y ropa de su hija Alba, de cuatro años.

El ex presidente boliviano Evo Morales, su ex vicepresidente Álvaro García Linera y su ex Ministro de Relaciones Exteriores David Choquehuanca en una ceremonia indígena (Foto: Aizar Raldes/ AFP).

Aunque traumático, García Linera ya conocía los embates del poder: estando en México se adentró en las guerrillas indígenas campesinas de Guatemala, los movimientos populares de El Salvador y el sandinismo en Nicaragua; a su regreso a Bolivia, en 1984, se sumó a los Ayllus Rojos (una organización radical campesina) y cofundó el Ejército Guerrillero Tupac Katari; hasta que en abril de 1992 fue arrestado y pasó cinco años en la cárcel, donde estudió Sociología de manera autodidacta. García Linera dejó la prisión en 1997, el mismo año en que Evo se convirtió en diputado.

Ahora, el ex vicepresidente boliviano ya no vive días tan turbulentos. Esto, gracias a que en las elecciones de 2020 triunfó otro dirigente del MAS: Luis Arce Catacora, quien ejerce actualmente la Presidencia tras un breve pero convulsionado período liderado por Jeanine Áñez (derecha), procesada por incumplimiento de deberes, sedición y terrorismo. Este último tiempo, García Linera lo ha ocupado para elaborar con más profundidad su pensamiento, mezcla de marxismo e indigenismo, fruto del cual en 2019 surgió la publicación de Qué horizonte: hegemonía, Estado y revolución democrática, en coautoría con Íñigo Errejón, politólogo español y uno de los fundadores de Podemos. De ahí que se haya convertido en una suerte de “gurú” de los movimientos sociales en diferentes países.

¿Qué hace distinta a esta nueva generación de dirigentes políticos chilenos? ¿Por qué le llamó tanto la atención?

Ellos emergen en medio de la protesta social. Ese es un primer elemento diferenciador, porque cualquier forma de protesta colectiva es un modo de ruptura cognitiva, que cierra viejos paradigmas, viejos sentidos comunes e inaugura nuevos. Lo segundo es que es una generación de líderes estudiantiles que reflexiona y al mismo tiempo actúa. La tercera característica es que representan el primer punto de ruptura del consenso neoliberal que prevaleció en el continente y en Chile, por supuesto, porque interpelan el sistema de partidos políticos, de las estructuras institucionales de los intelectuales y la academia. Y, por supuesto, la cosa que más me llamó la atención es su vínculo con la lucha por el poder: es una protesta social que rápidamente intenta proyectarse en términos de luchar por el poder del Estado para reformarlo.

¿Hay algún símil en Latinoamérica o el mundo respecto de esta generación?

Hubo en los años 60-70 una gran explosión estudiantil que derivó luego en la formación de la izquierda radical. La diferencia con esta nueva generación en el caso de Chile es que no se desliga de la acción colectiva. La radicalidad de los estudiantes en los 60 dio lugar a la formación de aparatos políticos revolucionarios. En cambio, esta nueva generación que emerge en el siglo XXI, lo que hace es superar esa deliberación. En el caso de Bolivia, a comienzos de los 2000 también emergieron jóvenes que lideraron protestas y movimientos sociales, pero principalmente campesinos.

El candidato presidencial de la izquierda colombiana Gustavo Petro y Alvaro García Linera, durante el cambio de mando de Gabriel Boric.

¿A qué atribuye la victoria electoral de Gabriel Boric?

Yo siento que Boric y la generación que lo acompaña son la expresión más nítida de una voluntad de cambio en la sociedad chilena. Es una voluntad de cambio que no ha podido ser articulada, ni canalizada por el viejo sistema político. Entonces no es casual que esta explosión social tenga que traducirse en la construcción de nuevas estructuras políticas. Un ejemplo parecido a lo que es Chile ha ocurrido en España, pero en el caso chileno la fórmula fue mucho más exitosa. Estos movimientos siempre emergen con un 20% de apoyo: Podemos en España, el Frente Amplio peruano y el FA chileno también. Pero de esas experiencias solo dos han superado el 50%: Chile y Bolivia.

    “En Chile ha emergido una nueva izquierda, al margen del viejo sistema de partidos, y ha tenido la virtud de articular los residuos de la antigua izquierda”.

    Álvaro García Linera

El FA de Boric logró más del 50% porque lo respaldó la centroizquierda y sectores más transversales, más moderados. De hecho, su gabinete está compuesto por partidos que formaron parte de la Concertación.

Siempre es así, porque usted tiene que construir lo nuevo con la vieja sociedad también; tiene que haber sectores que antes habían votado por posiciones más moderadas, que son los que garantizan la conversión de un proyecto político en mayoría política. Aquí está la habilidad de los líderes del proyecto político para abrir el abanico de alianzas hacia sectores que están en el centro, de lo contrario no se convierten en mayoría política. En ese caso serían un testimonio de radicalidad, pero sin voluntad de poder. ¿Cómo generar un tipo de liderazgo que les dé certidumbre a todos? Esa es la gran apuesta hegemónica, es decir, convertirse en el líder moral, intelectual y espiritual de sectores más allá de los tuyos. Si no haces eso, nunca vas a llegar a ser Boric y mucho menos vas a llegar a tener mayoría absoluta. Eso va a requerir, en algunos casos, ceder a ciertas cosas, pero lo interesante de ello es que eso sucede bajo un núcleo unificador, que son estas posiciones renovadas de izquierda. En Chile ha emergido una nueva izquierda, al margen del viejo sistema de partidos políticos, y ha tenido la virtud de articular los residuos de la antigua izquierda y de atraerlos, en vez de ser aspirados por esa antigua izquierda. Eso habla de una gran voluntad de poder democrático.

¿Cuál sería, a su juicio, el mayor desafío que enfrenta Boric?

No defraudar la expectativa de cambio social, político y económico que la sociedad mayoritariamente ha expresado a través del voto, tanto en la Constituyente como en las elecciones. Satisfacer esas expectativas que demandan un gran cambio en la sociedad chilena

Expectativas que son bastante altas…

Hay que intentar satisfacer las que son de común denominador para la mayor parte de la sociedad. Habrá otras expectativas que no se podrán cumplir, que corresponden a sectores más específicos y quizás más radicales, pero que no son de consenso general. Ahí es donde uno tiene que diferenciar lo que son expectativas más sectoriales de las más comunes para la sociedad chilena, y esforzarse para satisfacer esas.

    “La democracia no es la aburrida fórmula de ir a votar cada cinco años; es votar y participar como ciudadano activo”.

    Álvaro García Linera

Usted ha hablado de una “nueva ola progresista” o de un “nuevo progresismo” en América Latina. Además de Gabriel Boric, ¿quién más podría formar parte de esa nueva ola?

La primera ola progresista se inició en América Latina a inicios del siglo XXI y recorrió Venezuela, Ecuador, Bolivia, Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay. Luego vino una recuperación de las fuerzas conservadoras que fue de una temporada y ahora estamos ante una segunda ola que se inició en México con Andrés Manuel López Obrador (AMLO), pasó luego a Argentina con la victoria del Presidente Alberto Fernández, después a Bolivia con Luis Arce y ahora a Chile. Probablemente se expanda a Colombia (con Gustavo Petro) y tal vez a Brasil (con Lula) en los próximos meses. En esta segunda ola algunos países están en su segunda versión del progresismo -caso de Bolivia y Argentina- y otros países están en la primera versión de su propio progresismo, como el caso de México, Perú y ahora Chile. Entonces, las velocidades e intensidades al interior de la segunda ola son diferentes. Quizás lo que más diferencia las velocidades en esta segunda ola tiene que ver con que algunos progresismos de segunda ola son procesos de recuperación democrática y de reconquistar derechos -como el caso de Bolivia y Argentina- y otros donde la victoria progresista viene acompañada de una gran movilización social, como el caso de Chile fundamentalmente, y ojalá de Colombia en los siguientes meses. Eso va a marcar diferencias en cuanto a radicalidad y capacidad de toma de decisiones en las transformaciones sociales.

¿Las movilizaciones y la radicalidad que usted menciona podrían acentuarse en caso de que no se cumplan las expectativas?

Todos los progresismos transforman el viejo sistema de partidos políticos y lo muestran como obsoleto. No es que va a desaparecer, pero los derrota, y lo que queda del viejo sistema político son retazos minoritarios. Eso ya en sí mismo es un proceso de transformación cognitiva social y de reforma económica del Estado. Ahora, ¿cuánto podrá cumplir sus propuestas y cuánto podrá ir más allá de sus propuestas cada uno de estos progresismos? Va a depender de si los sigue acompañando la movilización social. Sin acompañamiento de movilización social vas a tener gobiernos moderados, de reforma moderada. Pero si la victoria electoral luego es acompañada por acción colectiva, movilización social y debate generalizado de propuestas, vas a tener proyectos más radicales de transformación. Entonces ahora en Chile se ha abierto -porque no podemos predecir qué va a ocurrir con los movimientos sociales en los siguientes meses-, una gran oportunidad de que puedan caminar de manera coordinada acción gubernamental con acción colectiva.

Hay muchos casos en que el gobierno entrante toma distancia de los movimientos sociales que lo ayudaron a acceder al poder.

No hay que tenerle miedo a la coexistencia de un gobierno progresista con movimiento social; a lo que hay que temer es a gobiernos progresistas sin movimiento social.

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En cuanto a las distintas velocidades de esta nueva ola progresista, ¿cuál sería el patrón común en esos países?

Las reglas del libre mercado, de las privatizaciones, están siendo cuestionadas ya no solamente en América Latina, sino en el mundo. Hoy tenemos una doble crisis: médica y económica, que ha acentuado los procesos de empobrecimiento y desigualdad social. Es una crisis más grave que la que atravesamos a inicios del siglo XXI, es decir, la adversidad que tiene que remontar este progresismo, independientemente de las velocidades, es mayor que la adversidad que se tuvo que enfrentar en la primera ola. El tercer elemento en común es que hay sectores conservadores que han abandonado la estrategia de la seducción por la del castigo. Se han vuelto más racistas, más antipopulares, más antiindígenas y, en algunos casos, más antidemocráticos o autoritarios. Eso no teníamos en la primera ola.

¿Cómo conviven estos nuevos tiempos de “olas progresistas” con el indigenismo y el desarrollo de Estados plurinacionales?

Uno de los sujetos activos de esta oleada, primera y segunda, son los pueblos indígenas junto con jóvenes, pobladores y las mujeres. En cierta manera, las luchas sociales son movimientos de varios movimientos, no es un solo movimiento social, no es como antes el movimiento obrero. Ahora es eso, más movimiento de mujeres, campesinos e indígenas. En algunos casos, como Bolivia, donde la mayoría es indígena, el sector articulador es el movimiento indígena y eso le da una connotación especial, no solamente posneoliberal, sino que anticolonial. Porque hay deudas coloniales no resueltas en casos latinoamericanos. Y donde los movimientos indígenas no son mayoritarios -como el caso de Argentina, Chile, Ecuador o México-, igual. A pesar de ser solamente una fuerza al interior de la gran movilización social, su sola presencia activa incorpora en la agenda de debate social temas de descolonización, igualdad y plurinacionalidad.

¿Qué es para usted la plurinacionalidad?

No es un nuevo nombre del multiculturalismo, sino que una transformación de lo que entendemos por nación. Es el reconocimiento de los pueblos indígenas como naciones previas a la naciones republicanas. Y segundo, la propia transformación de la nación republicana a partir de la impronta de lo indígena en la constitución de la nación.

En las últimas semanas la Convención Constitucional chilena ha debatido precisamente sobre el Estado plurinacional. ¿Cuál es el impacto que podría tener en Chile si finalmente el país se constituye como tal?

El problema de nuestros Estados es que han sido monoculturales. Entonces, corregir ese error de nacimiento de las repúblicas latinoamericanas es la gran deuda pendiente. Si queremos avanzar en democracia e igualdad, es que todos no solo tengamos derecho a votar, sino derecho a que mi identidad, mi idioma y cultura sean parte de la identidad colectiva. Quizás esta sea una de las transformaciones más radicales del proceso latinoamericano, porque se está resolviendo una fisura tectónica, una falla de hace 200 años, que ni las revoluciones, ni las reformas agrarias, ni los procesos liberales o republicanos, ni las izquierdas o derechas han podido resolver. Ya por solo ese hecho, lo que está sucediendo en América Latina es mucho más radical de lo que se ha hecho décadas atrás. La plurinacionalidad es el gran aporte latinoamericano al problema del reconocimiento de igualdad de naciones, en la formación de los Estados nacionales del mundo y en democracia, con los procesos constitucionales.

¿Estos Estados plurinacionales en algún momento van a converger y crear una suerte de macrocontinente plurinacional?

La plurinacionalidad no fragmenta ninguna nación-Estado. Al contrario, la consolida, porque el gran error de las naciones mononacionales es que se han construido a espaldas de los pueblos indígenas, mayoritarios o minoritarios. Entonces, eso no es una nación sólida. Ahora, de ahí un segundo paso que tenemos pendiente y que no hemos dado, es una gran nación continental plurinacional, a nivel de todo el continente, respetando, manteniendo y preservando las identidades republicanas nacionales y plurinacionales de cada país. Hoy, lo que cuenta en el mundo son los Estados regionales y América Latina tiene que actuar como un Estado regional, como un Estado plurinacional de varias naciones, donde se respeta la identidad de cada nación a nivel de su territorio, pero donde se actúa coordinadamente a nivel regional de ciertos temas. Esa sería la idea de un Estado plurinacional continental.

¿Qué diferencias, similitudes o aprendizajes observa entre la experiencia boliviana en cuanto al Estado plurinacional y el trabajo constituyente que derivará eventualmente en una nueva Constitución en Chile?

Varias similitudes. Primero, que ambas Constituciones son fruto de un estallido social y eso ya es mucho, porque una Constitución es la institucionalización a largo plazo de las nuevas correlaciones de fuerzas sociales. Estas Constituciones no han nacido de la reunión de cuatro abogados como se hacía antes; han nacido de una gran movilización social. En ambas Constituciones cabalgan las luchas sociales: sin los estallidos sociales de 2019 en Chile, y de 2003 y 2005 en Bolivia, no habría pasado esto. La segunda similitud es la presencia de los pueblos indígenas, pero ahí también surgen las diferencias: en el caso de Chile los pueblos indígenas vitales son minoría y en Bolivia son mayoría. Pero ¿qué significa esto? Que el núcleo de la nación republicana se vuelve en los indígenas en el caso de Bolivia y en caso de Chile no puede ser el núcleo, porque es una minoría, pero sí se incorpora en el núcleo de la nación chilena el conjunto de narrativas, historia, lenguaje y organización de los pueblos indígenas. Ustedes están todavía en un proceso constituyente en marcha, nosotros ya somos un proceso constituyente consolidado. El magma social que crea la topografía de las instituciones sigue en estado de ebullición (en Chile).

¿Cuál era exactamente la idea de Evo Morales y Runasur en cuanto a la creación de una América plurinacional, cosa que mencionó en su momento? ¿Lo que en realidad pretendía Evo era que, por ejemplo, el pueblo aimara ocupara litoral peruano y luego se autodeterminara incorporándolo soberanamente a Bolivia, lo que sería una violación al Tratado del 29?

No, eso es una lectura conspirativa. Runasur es una asociación continental de movimientos indígenas para coordinar sus luchas, para enriquecer y pasar experiencias, no tiene nada que ver con la reconfiguración de las estructuras estatales republicanas. Nunca se ha hablado de eso y quienes han visto en este Runasur un riesgo a la Constitución, a la delimitación de fronteras, simplemente es una lectura afiebrada de una realidad distinta.

¿En estos procesos constituyentes, como el que vive Chile, de qué manera conviven los poderes Legislativo, Judicial y Ejecutivo? Hay ocasiones en que un poder entiende que el otro quiere socavar sus atribuciones o bien suprimir sus funciones.

Eso es un tema muy interesante, porque está usted ante la existencia temporal de tres poderes: Ejecutivo, Legislativo-Judicial y el poder de las organizaciones sociales, el de la calle. Un poder ideológico, espiritual, moral y social, que desborda las calles, con capacidad de influir en otros. Y tienen un tercer poder en la conformación del nuevo Estado, que es el Constituyente. Si usted se fija, cada cual tiene una función específica, pero sus fronteras son porosas, no están claramente delimitadas y ahí es donde pueden surgir tensiones. Depende de los liderazgos y las fuerzas políticas negociar las fronteras. Pero es una cosa fascinante, porque significa una sociedad muy democrática y en estado de deliberación múltiple. ¿Qué cosa es la democracia? Es eso, no es la aburrida fórmula de ir a votar cada cinco años para elegir que alguien decida por tu vida: la democracia es votar y participar como ciudadano activo. Eso está pasando ahorita en Chile, algo que no suele suceder cada 50-100 años en la historia de los países. (Están construyendo) la nueva institucionalidad del Estado chileno que va a regir los siguientes 30, 40, 50 o 60 años.

Antes de que se constituya la nueva Constitución falta un paso: un plebiscito de salida. Bien podría pasar que la Carta Magna se apruebe, pero no por un margen muy amplio. ¿Qué pasaría en ese caso? Eso no pasó en Bolivia.

En Bolivia la Constitución se aprobó con más del 60%. Si obtiene un 50% más un voto, eso ya es mayoría política, y corresponde acatar los resultados. A lo que también estoy atento es qué va a pasar con aquellos artículos muy conflictivos que no obtengan mayoría al interior de la Constituyente. Quizás habría que pensar en la experiencia de otros países, de otras Constituciones y quizás llevar esos artículos que no han encontrado consenso en el debate constituyente, al plebiscito.

¿Cómo así?

Es decir, hay que pensar en la probabilidad de que el plebiscito de salida no solamente sea de todo el texto constitucional, sino que también algunos artículos se diriman a través del voto. En Bolivia, junto con la aprobación de la Constitución, también se consultó sobre la extensión máxima de tierra privada de la cual uno podía ser propietario. Como esa materia no encontró la mayoría de los dos tercios en la Constituyente, aunque sí tenía mayoría absoluta pero no calificada, lo que se hizo fue acordar a que el soberano dirimiera.

Chile y Bolivia no tienen relaciones diplomáticas. ¿De qué manera observa los futuros vínculos entre ambos países? ¿La aspiración marítima boliviana ya es parte del pasado después del fallo de La Haya?

Para Bolivia el tema del mar es un derecho histórico irrenunciable. Es algo que está ahí, y no va a cambiar ni en cinco ni en 100 años. Lo que sí tiene que cambiar es cómo abordamos esos temas. Soy un convencido de que a medida de que vayamos resolviendo y encontrando puntos de consenso y beneficio mutuo en otros temas nuevos estratégicos, eso va a generar mejores condiciones para abordar este tema central. No podemos vivir de espaldas otros años más.

Boric ha dicho que espera trabajar “codo a codo” con Luis Arce y si resultan electos Lula y Petro. Él no ha mencionado el eje AMLO-Fernández…

Esa es una muy buena señal. Es una manera muy lúcida de plantearse el horizonte estratégico, el continente necesita articularse, actuar de manera coordinada. Chile está marcando una especie de horizonte, de transformación liderada por una generación de jóvenes. Nosotros hicimos ya lo que pudimos y uno tiene esperanza de que la nueva generación lo haga mejor que uno.

La Tecera

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