La Paz, 01 de nov 2022 (ATB Digital).- En la última década del siglo XIX, durante la celebración de la fiesta de Todos Santos, el cementerio de La Paz era el lugar donde las bellas damas lucían sus atuendos, la aristocracia paseaba su poder y el camposanto presentaba un rostro solemne y concurrido.
Bajo el título de “Costumbres paceñas”, el periódico Los Debates publicó el 1 de noviembre de 1899 una crónica en la que retrata magistralmente la fiesta de Todos Santos, que se extendía por cuatro días.
Al cementerio concurrían la aristocracia, las elegantes damas, los artesanos y las cholas paceñas. Y es que durante ese fin de siglo el camposanto era un buen lugar en la ciudad para que los vecinos, como si se tratara del prado, disfruten de largos paseos. Entonces, eso era normal.
La histórica publicación retrataba así La festividad.
Costumbres Paceñas
Noviembre en La Paz es el mes de los paseos, no siendo por tanto extraño que nuestra hermosa Alameda, que es el punto de cita de la hermosura y de la elegancia, esté embellecida con sus mejores galas, pues a la belleza de los airosos álamos y de los frondosos árboles se une la de las fragantes flores que matizan de espléndidos colores los jardines y glorietas.
Y a todo este conjunto se agrega el del bello sexo, que recorre las avenidas al lado de apuestos jóvenes o en elegantes carruajes.
El 1 de noviembre es destinado, según costumbre inmemorial, a reanudar las antiguas amistades y a adquirir otras por medio de los compadrazgos. Esta costumbre consiste en que las del bello sexo envían a sus amigas preciosas muñecas para que las bauticen y de este modo ser comadres. O bien en enviar las muñecas a personas con quienes no existe lazo de amistad.
Los hombres son también elegidos compadres y las más de las veces del compadrazgo al matrimonio no dista gran cosa.
Cuando un joven presenta a una Eva un muñeco, ella elige el nombre más poético y bonito para bautizar a su “ahijado”, y viceversa.
Por las calles de La Paz se ven criadas que llevan a las casas de las señoritas elegidas muñecas elegantemente vestidas, o también muñecos. Más acá, en las aceras, se ven grupos de niños con sus juguetes: carretas, carruajes, caballos, aros, trompos y volantines, y, más allá, niñitas que con sus muñecas buscan entre sus amiguitas a quién hacer comadrita.
Y allá arriba, en las ventanas de las casas, hermosas jóvenes que parecen palomitas en sus jaulas de oro.
1 y 2 de noviembre
Los paseos de los días 1 y 2 de noviembre en la Alameda son excepcionalmente solemnes y concurridos. Allí se dan cita todas las edades de ambos sexos, desde la dama más estirada hasta la humilde campesina; desde el primer magistrado hasta el laborioso artesano. Todos, en general, se dirigen al lugar de expectación y regocijo público.
Por su parte, la música ameniza con sus dulces notas mientras los paseantes de a pie llevan de bracero a garbosas señoras y, por supuesto, a bellas señoritas que miran en distintas direcciones con estudiadas y coquetas sonrisas.
El paseo en la Alameda es también en coches. Hay muchos de ellos que conducen a graciosas, esbeltas y seductoras ninfas, mientras que otros llevan a caballeros fríos y prosaicos.
Y no son pocos los jinetes que se lucen en caballos de buenos movimientos.
Variedad de cochecitos, decenas de chiquillos contentos llevando en las manos diversidad de juguetes; niñas que acarician preciosas muñecas de París y rapazuelos simpáticos con el polichinela en la mano recorren la Alameda llenándola de alegría.
Y allí también están las cholas paceñas lujosamente vestidas. En suma, el espectáculo que ofrece este tradicional paseo es uno de los más interesantes de La Paz.
Lo que sobre todo llama la atención en la Alameda, ese día, son esas mariposas inocentes que como en bandada parecen volar alegres y hechiceras y que son tan puras y risueñas como los ángeles; niñas frescas como las rosas que recién abren su capullo y que purifican la atmósfera con su embalsamado hálito propio de la juventud.
Ellas, que son la nueva generación y que en su condición de hijas constituyen la dicha de sus padres, son las reinas del paseo y a ellas está consagrada la tarde.
En las primeras horas del día 2, un nuevo espectáculo llama la atención del observador: es el paseo —diremos así— a los templos y capillas de la ciudad donde se han construido innumerables tumbas y altares fúnebres; elegantes y lujosos unos, sencillos los otros, y grotescos los demás.
Todos son en memoria de los que se fueron. De nuevo, a las doce del día, las iglesias están materialmente invadidas por una enorme cantidad de gente de todas las categorías y condiciones.
3 y 4 de noviembre
Los días 3 y 4 de noviembre se efectúa el gran paseo o romería al Panteón. No bien se anuncia la aurora de esos días, el cuarto de legua que dista al cementerio se ve regado de multitud de personas que con sus respectivas guirnaldas y flores van a adornar las tumbas.
El gran paseo al Panteón aumenta cada año en concurrencia. La Empresa Carretera pone a disposición del público sus coches y ómnibus de tracción animal.
Algunos dandys van a caballo acompañando a sus hermosas amazonas. El gran pópulo va cabalgando en la más cómoda de las acémilas (mulas): “la mulita de San Francisco”. Se trata de un espectáculo pintoresco.
El movimiento de la multitud se asemeja a un perpetuo oleaje; los mil colores de los trajes de las cholas y campesinos, la polvareda que levantan por la Tumusla, las soberbias pezuñas de los caballos y la republicana confusión de todas las clases sociales seducen la imaginación y embriagan de tal manera el espíritu que uno olvida sus sombríos pensamientos.
El interior del Panteón es un mar de gente y todo lo profano domina allí. La religión desempeña un papel tan cómico, que desprestigia su elevada misión.
Los responsos de los Tatas valen como los rezos de los ciegos que hacen su cosecha en el Campo Santo.
Los pobres también se “sacan el vientre del mal”. Llenan su estómago con la comida que llevan los dolientes y así dan una pequeña tregua a su hambre de todos los días.
Mirad sendas canastas de sabrosos dulces y multitud de botellas de embriagadores espíritus. Ved ese cholito de corbata verde, camisa almidonada y botines de charol, con el pescuezo afeitado y la melena peinada con goma aguada. Vedle púdicamente tomando una copita de pisco para no ser tímido. Vedle piropeando a su manera a la hembra de sus simpatías.
Comer, beber, rezar y enamorar. He ahí la síntesis del paseo al Panteón.
Hay, sin embargo, una parte linda de la multitud que ni reza, ni come, ni bebe y que solamente pasea: es el sexo bello.
¡Qué lindas muchachas van al Panteón esos días! Ellas atraen todas las miradas.
El movimiento de la multitud se asemeja a un perpetuo oleaje y los mil colores de los trajes de la cholada y la polvareda que levantan por la calle Tumusla.
Los responsos de los Tatas valen como los rezos de los ciegos, que hacen su cosecha en el Campo Santo.
Fuente: ABI