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La cumbre de la OTAN y sus paradojas

Uno de los eventos de esta semana más esperados por los medios fue la cumbre de la OTAN en la capital lituana, la ciudad de Vilna. El lugar del evento elegido es una de las capitales de la alianza más cercanas a Moscú, una clara señal para Rusia.

La prensa mundial cada vez más democrática e independiente, la que suele informar poco o nada sobre la sistemática discriminación institucionalizada de la minoría rusa en Lituania y las otras dos exrepúblicas soviéticas del Báltico, tuvo que esforzarse mucho para fingir las noticias desde un evento internacional que no presentó ninguna novedad o sorpresa para nadie y fue más que nada una declaración de lo mismo de antes.

En general, hablando del futuro de Europa, sería mucho mejor revisar las situaciones reales que la dividen y que, siendo ignoradas, con los años se convierten en las bombas de tiempo que tienden a explotar

En Letonia, Estonia y Lituania la lucha de los Estados contra el idioma y la cultura de sus habitantes rusos se ha convertido en una constante que va en aumento y siempre acompañada, cada vez más, con el discurso oficial surrealista de la ‘tolerancia’ y la ‘no discriminación’, refiriéndose seguramente al fascismo que renace y crece. Los Gobiernos de Lituania y de sus vecinos que ahora son parte de la OTAN siguen desmontando y demoliendo los monumentos y las tumbas de los soldados soviéticos que liberaron Europa del nazismo, para reemplazarlos con el cuento hitleriano de la ‘amenaza de los salvajes asiáticos’. Parece que nadie se dio cuenta que justo 79 años antes de la cumbre de la OTAN en Vilna, el 13 de julio de 1944, la capital lituana fue liberada por el Ejército Rojo de los fascistas.

Obviamente, el tema central de la cumbre fue Ucrania, una excusa perfecta que ahora sirve a todos y para todo, prácticamente.

Mientras su presidente, Vladímir Zelenski, buscaba, como de costumbre, las cámaras y el dinero, los anfitriones repetían sus promesas de amor eterno al pueblo ucraniano, dejando muy en claro que la masacre bajo su plan y con su mando debe continuar

En estos días, al final de la cumbre, varios patriotas ucranianos volvieron a plantearse una pregunta incomprensible para la mente humana (las malas lenguas lo llamarían retórica): ¿por qué los finlandeses y hasta los suecos son admitidos tan fácilmente en la OTAN, mientras que los ucranianos que derramaron sangre por los valores europeos son excluidos de la organización? Si en estas mentes indignadas no se hubiera roto la relación causa-efecto, esta pregunta tan acertada se habría convertido en la salida a la guerra y se habrían salvado muchas vidas.

Pero en esta nueva Ucrania que parece una eterna aspirante a la OTAN, bajo el bombardeo mediático sin cesar desde hace más de una década, nos encontramos con una forma de pensar totalmente diferente: la que implica creerse todo, excepto lo obvio. Los defensores del régimen de Zelenski siguen viendo la causa de esta injusticia de no recibir a Ucrania en la OTAN solo en las ‘deficiencias’ de su propio sistema democrático y en el fracaso de su ‘lucha contra la corrupción’. Cualquier otra mirada son intolerables ‘narrativas rusas’. Durante varios años repetimos como loros que no había nada más justo y lógico que la exigencia rusa de que la OTAN volviera a sus fronteras de 1997.

Además, tras la autoliquidación del Pacto de Varsovia y del campo socialista europeo, la OTAN debería haberse disuelto a sí misma, canalizando los enormes fondos liberados hacia las necesidades sociales, transfiriendo la competencia entre países al campo de la mejora en el bienestar de los ciudadanos. Pero debido a la propia naturaleza del capitalismo neoliberal, esto era imposible.

El verdadero interés siempre ha sido otro. La guerra es una lluvia de oro en tiempos de crisis económicas que también son productos de la avaricia del sistema. La guerra es una perfecta distracción para que la plebe no reconozca ni vea los problemas políticos internos no resueltos. La guerra y este actual balancín al borde de una catástrofe nuclear universal es una oportunidad de ‘rating’ para los gerentes del sistema.

Lamentablemente, los movimientos pacifistas occidentales, que antes eran capaces de influir en las decisiones gubernamentales (en tiempos casi prehistóricos, cuando la OTAN seguía dentro de sus fronteras anteriores a 1997), han sido destruidos por el brusco cambio de agenda en los ‘países desarrollados’, su audaz jugada con el secuestro de las luchas y los lemas de la izquierda y una caída general de la calidad de la educación en el mundo, que fue otro ‘aporte’ de las reformas neoliberales.

Y como la guinda de la torta, al final de la cumbre de la OTAN, desde Kiev nos llega otra noticia: la calle Theodore Dreiser fue renombrada como Ronald Reagan. 

Es una decisión totalmente coherente.

Theodore Dreiser fue uno de los más grandes humanistas estadounidenses y uno de los mejores escritores críticos del monstruo capitalista mundial, monstruo que aún se construía hace un siglo con la sangre y el sudor de todo el mundo. Herbert Wells calificó el libro de Dreiser ‘Una tragedia americana’ como una de las mejores novelas del siglo XX. Dreiser viajó a la Unión Soviética, pasó por Kiev, compartió con Mayakovski y Eisenstein. Sus libros entraron a las listas para la quema en la Alemania nazi. Amaba su patria, los Estados Unidos, y por eso fue un enemigo consciente y declarado de sus gobiernos. Y la más imperdonable de las tantas ofensas de Dreiser para con las autoridades de Kiev: era comunista. 

En cambio, Ronald Reagan hubiera sido, sin duda, un amigo y un gran defensor de las actuales autoridades ucranianas. Seguramente, les hubiera entregado más armas. Él era a quien le gustaba bromear con que iba a dar la orden de apretar el botón nuclear y llamaba a la URSS imperio del mal. En Afganistán, Angola y Nicaragua, su gobierno libró las peores ‘guerras híbridas’ contra las autoridades legítimas a manos de mercenarios, con cientos de miles de víctimas civiles. Apoyó activamente regímenes fascistas en América Latina, con el resultado de un gran número de muertos y ‘desaparecidos’. El inicio del fomento del terrorismo islamista por parte de los servicios especiales estadounidenses y su principal obra, Osama Bin Laden, son también iniciativas de la política internacional de Reagan. La base de su doctrina es la imposición de los intereses estadounidenses en el mundo y del derecho de este país a desempeñar el papel de gendarme mundial con total desprecio por cualquier ley internacional y por la soberanía de cualquiera.

Es muy impresionante cómo la realidad, que siempre hemos considerado compleja y contradictoria, ahora pierde cada vez más sus medias tintas y se convierte en una caricatura.

(RT)

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