Mundo, 19 de jul 2024 (ATB Digital).- La historia de los Juegos Olímpicos, desde la antigüedad hasta su versión más moderna, está marcada por hazañas atléticas y récords impresionantes, pero hay un capítulo menos conocido que merece ser recordado: la época en la que las artes –concretamente: pintura, escultura, literatura, arquitectura y música– tenían un lugar en el podio.
Esto ocurrió entre 1912, con los Juegos de Estocolmo, y 1948, año en el que el evento deportivo se celebró en Londres. Y, lejos de parecer un disparate, el objetivo de incluir estas disciplinas entre los deportes era, en palabras de Pierre de Coubertin, invitar al espíritu a “celebrar la fiesta de la primavera humana”. En otras palabras, para este filósofo e historiador francés –fundador de los juegos modernos en 1935–, los músculos también debían buscar elevar las “más nobles formas de creación artística y literaria”.
Sea por esta razón, o porque quizás esta fuese la única manera en que él mismo, como buen escritor que era, podría acceder a ganar una medalla olímpica, la cuestión es que durante más de tres décadas los Juegos contaron con la participación de figuras artísticas emergentes como Henry de Montherland, Robert Graves o Paul Landowski. ¿Qué tipo de obras presentaban en las competiciones? ¿Y cuáles eran los criterios para elegir a un ganador en cada categoría?
EL “ARTE OLÍMPICO”, SIEMPRE EN RELACIÓN CON EL DEPORTE
No, no cualquier artista presentaba sus obras a los Juegos Olímpicos: solo lo hacían aquellos dispuestos a renunciar a su estilo temático por recibir el reconocimiento de la organización del evento. Es decir, aquellos pintores, por ejemplo, que para entonces ya habían forjado una reputación no solían asistir a este tipo de competiciones.
La razón es que en los Olímpicos no existía libertad de creación para estas disciplinas: las obra debían estar estrictamente relacionadas con el deporte. Y en este sentido, algunos de los personajes más destacados durante este capítulo de la historia olímpica fueron el italiano Ricardo Barthelemy, con una composición musical llamada “Olympic Triumphal March” (en Amberes 1920) o el estadounidense Walter Winans, con su escultura “An American Trotter” (en Estocolmo 1912).
En cuanto a la pintura, el alemán Arthur Kampf ganó una medalla de plata en los Juegos de Ámsterdam de 1928 por su cuadro “Springendes Pferd”, que exponía la elegancia de los deportes ecuestres. Asimismo, en la disciplina de arquitectura, destacó el austríaco Franz Kachler por su adaptación del paisaje montañoso a los deportes de invierno de Berlín 1936, con su diseño “Complejo deportivo alpino”. Y, como avanzábamos antes, en el ámbito de la literatura, el propio Pierre de Coubertin se convertía en medallista olímpico por su poema “Oda al deporte”, presentado en Estocolmo 1912 bajo el doble pseudónimo de Georges Hohrod y Martin Eschbach.
Los criterios para elegir las obras merecedoras de un puesto en el podio venían dados por la propia visión de un personal prestigioso. Aunque no ha quedado ampliamente documentada la presencia del jurado experto en arte en cada edición de los Juegos Olímpicos desde 1912 hasta 1948, se sabe que, tal como lo recopiló el autor Louis Chevallier en su libro Les Jeux Olympiques de littérature, en París 1924, algunos miembros implicados en la decisión fueron nada más y nada menos que los reputados escritores franceses Paul Claudel y Paul Valéry.
EN LOS JUEGOS DE PARÍS 2024 HABRÁ ARTE, PERO NO COMO EN EL SIGLO XX
Durante la Segunda Guerra Mundial, los Juegos Olímpicos fueron cancelados, y al ser retomados en 1948, las competencias artísticas enfrentaron un principal desafío: al contrario de lo que defendía Pierre de Coubertin, el nuevo presidente del Comité Olímpico Internacional Avery Brundage estimó que, si los Juegos estaban dedicados a elevar a participantes amateurs, entonces los artistas no tenían cabida allí, ya que el hecho de depender de su disciplina para vivir los convertía inmediatamente en profesionales
Así pues, tras intensos debates, a partir de entonces se decidieron eliminar la pintura, la escultura, la arquitectura, la música y la literatura de la competición olímpica, aunque lo cierto es que el arte sigue formando parte de los Juegos. Y es que, si bien ahora queden eclipsadas por el deporte, en las ciudades anfitrionas continúan celebrándose paralelamente las denominadas Olimpíadas culturales.
Dejando de lado la posibilidad de ganar premios, estas responden más bien a la definición de “programa cultural”: es decir, se trata de una seguidilla de eventos gratuitos que tienen lugar en distintos puntos de la urbe elegida para alojar cada edición, y que van desde conciertos o bailes hasta exposiciones de cuadros o esculturas.
Con esto, París, una ciudad ya de por sí considerada un auténtico museo al aire libre, no perderá la oportunidad en 2024 de sacar a relucir su faceta más artística: desde junio hasta finales del verano, el Comité ha preparado un programa con más de 140 actividades culturales, con el fin de combinar, aunque no sea de manera competitiva, el arte y el deporte en este evento con largos siglos de tradición.
Fuente: Historia national geographic