El 30 de noviembre del año 1900 moría en un sucio hotel parisino Sebastian Melmoth. Luego de una larga agonía, este hombre arrasado por una meningitis (o, según las maledicencias, por una sífilis contraída desde muy joven) dejó este mundo tras un suspiro que más sonaba como un estertor. Melmoth moría pobre y arruinado, sin pagar la factura del hospedaje, debiendo dinero a los pocos conocidos que aún estaban a su lado y en el ostracismo más absoluto: repudiado por su esposa, sus hijos y, sobre todo, por la sociedad británica, la misma que a finales de siglo XIX lo celebraba como uno de sus personajes más famosos, cuando aún se llamaba Oscar Wilde.
Noticia previa
Noticia siguiente