Un 16 de enero de 1920, entró en vigor en Estados Unidos la Ley Volstead, mejor conocida como la Ley Seca, que prohibió la fabricación, venta y el consumo de bebidas alcohólicas en todo el país. Esta medida, que buscaba reducir el alcoholismo y promover la moralidad y la salud pública, representó uno de los momentos más controvertidos en la historia legislativa de Estados Unidos. La ley fue el resultado de años de presión de los movimientos temperantes, que argumentaban que el alcohol era la causa de muchos de los problemas sociales y familiares de la época.
Sin embargo, la Ley Seca no logró el objetivo de erradicar el consumo de alcohol. A pesar de la prohibición, la demanda de bebidas alcohólicas siguió siendo alta. Esto llevó a la creación de un próspero mercado negro, donde se vendían bebidas ilegales. Organizaciones criminales, como la de Al Capone, aprovecharon la oportunidad para lucrar con el contrabando de alcohol, lo que incrementó la violencia y la corrupción en muchas ciudades del país.
La ley también tuvo efectos adversos en la economía, pues miles de bares, restaurantes y fábricas que dependían de la producción de alcohol tuvieron que cerrar o adaptarse a nuevas formas de negocio. El mercado negro, aunque ilegal, abastecía a una sociedad que, en su mayoría, no abandonó el consumo de alcohol. A su vez, se proliferaron los llamados “speakeasies”, bares clandestinos donde se servían bebidas de manera secreta.
Finalmente, después de 13 años de vigencia, la Ley Seca fue derogada en 1933 con la ratificación de la 21ª Enmienda, marcando el fin de uno de los experimentos sociales más polémicos en la historia estadounidense. Aunque la Ley Seca no logró sus objetivos, sus consecuencias ayudaron a sentar las bases para una nueva legislación sobre el control del alcohol en el país.