Mundo, 23 de abr 2025 (ATB Digital).- Bertha Benz no solo fue la primera mujer en conducir un automóvil a larga distancia: fue también la primera persona en comprender que la tecnología necesita validación social.
¿Te imaginas recorrer más de 100 kilómetros en coche, por caminos rurales, sin señalización, sin estaciones de servicio, sin un mapa y, desde luego, sin teléfono móvil? Quizás, si eres un amante del automovilismo, no te parezca del todo una pesadilla, sino una forma de disfrutar de la experiencia de la conducción en su estado más básico. No obstante, ahora imagina hacerlo en 1888, en un vehículo que nadie había visto antes, propulsado por un motor que aun generaba desconfianza…. Y siendo mujer, en una sociedad que apenas le permitía votar o estudiar.
Pues bien, Bertha Benz no solo fue capaz de imaginarlo, sino que lo llevó a la práctica. Sin embargo, mientras el nombre de su esposo, Karl Benz, quien destaca en los libros como el inventor del primer automóvil, quedó como una palabra inolvidable, el de Bertha fue perdiéndose con el paso de los años. No obstante, su visión fue la que impulsó la consolidación del automóvil como medio de transporte y su célebre viaje, lejos de ser una aventura romántica, representó un momento estratégico para demostrar que el vehículo funcionaba.
DETRÁS DEL VOLANTE
Bertha Ringer nació en 1849 en Pforzheim, en el Gran Ducado de Baden, en Suiza. Desde joven, Bertha demostró poseer una gran curiosidad hacia los temas científicos, algo que en su entorno se consideraba poco adecuado para una mujer. Las condiciones de la época le prohibieron formarse académicamente pero, cuando a los 23 años se casó con Karl Benz, un ingeniero apasionado por la idea de crear un vehículo autónomo, se le abrió la oportunidad de tomar las riendas de su vocación: en un momento en el que las mujeres no podían legalmente participar en empresas, Bertha financió a su esposo invirtiendo su dote en la compañía Benz & Cie., un gesto que mantuvo el proyecto vivo cuando los recursos escaseaban.
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Sin embargo, su rol no se limitó a la parte financiera. Bertha estuvo presente durante los ensayos, observó y debatió sobre cada mejora técnica y, aunque no firmaba patentes, aportó sugerencias clave para mejorar el diseño y la funcionalidad del motorwagen. A pesar de no tener formación en ingeniería, al contrario que su marido, sí entendía el vehículo desde la la práctica: sabía identificar cuándo algo no funcionaba y, lo más importante, cómo hacerlo funcionar.
Pero, a medida que el vehículo iba tomando forma, también crecían las dudas internas en la compañía sobre el propósito del proyecto. ¿Para qué necesitaba el mundo una máquina para moverse, si ya existían caballos y carruajes? Karl, más reservado y cauteloso, no acababa de atreverse a presentar su invento al público, temeroso de las críticas y las malas reacciones. Sin embargo, Bertha sabía que no bastaba con conducir el coche: había que demostrar su utilidad. Y decidió hacerlo ella misma.
EL VIAJE QUE CAMBIÓ LA HISTORIA
Así, en la madrugada del 5 de agosto de 1888, Bertha Benz dejó una nota en la casa familiar de Manheim, despertó a sus dos hijos adolescentes y los llevó con ella en el Patent-Motorwagen modelo III, el último prototipo fabricado por Karl. Su destino era Pforzheim, su ciudad natal, situada a 106 kilómetros de distancia. Ni pidió permiso, ni avisó: sabía que Karl temía el fracaso, pero ella confiaba en el potencial del invento.
El trayecto fue realmente épico. Viajaron por caminos sin pavimentar, cruzaron pueblos donde la gente los miraba como si se tratasen de fantasmas, y se enfrentaron a todo tipo de contratiempos. El combustible, que en aquel momento era la ligroína, un derivado del petróleo, era escaso, pero Bertha lo consiguió en una farmacia de Wiesloch, la cual pasó a la historia como la primera estación de servicio del mundo. Cuando un conducto se atascó, ella lo desobstruyó con una aguja de su sombrero. Cuando un cable se soltó, ella usó su liga para improvisar una conexión.
Pero el reto más difícil fue el sistema de frenos: en una bajada pronunciada, Bertha notó que las zapatas de madera se desgastaban rápidamente. Así, entró a un taller de un zapatero y pidió que forraran las zapatas con cuero para mejorar la fricción y la resistencia. Así de sencillo, simplemente solucionando un pequeño inconveniente, inventó el primer sistema de freno con revestimiento, antecesor directo de las actuales pastillas de freno.
Y sí, aunque el viaje duró varias horas, cumplió con su objetivo: demostró que el automóvil era viable. A su regreso, la prensa y los medios comenzaron a interesarse por el coche, los inversores empezaron a llamar a la puerta de Benz & Cie., y el automóvil dejó de ser considerado una rareza para convertirse en toda una posibilidad.
INNOVADORA, PROMOTORA Y CONDUCTORA
De esta forma, Bertha Benz se convirtió, no solo en la primera mujer en conducir un automóvil a larga distancia, sino que también en la primera persona en comprender que la tecnología necesita validación social para sobrevivir. Su viaje, lejos de ser una simple excursión, representó un acto de marketing visionario, una prueba de un concepto en movimiento. Ella entendía que el futuro del coche dependía tanto de su funcionamiento técnico como de su aceptación cultural.
Lamentablemente, a pesar de sus múltiples contribuciones, el nombre de Bertha fue quedando abandonado con el paso del tiempo, hasta terminar completamente eclipsado por el de su marido. No firmó patentes, no escribió memorias, y rara vez buscó protagonismo. Sin embargo, hacia finales del siglo XX, varios historiadores y periodistas comenzaron a reconocer el papel clave que tuvo en el automovilismo. De hecho, hoy, su ruta de 1888 está señalizada como la Berthe Benz Memorial Route, un recorrido turístico e histórico que rinde homenaje a su ejecutora.
Además, su contribución también fue muy poderosa en el lado más simbólico. En un momento donde a las mujeres se les prohibía estudiar y ejercer oficios considerados “masculinos”, Bertha desafió el status quo y se convirtió en innovadora, promotora y conductora, no solo de su propio destino, sino de toda una industria naciente.
Fuente: Medios Internacionales