Mundo, 08 de mayo 2025 (ATB Digital) .- En una época no muy lejana, bastaba con hierro, cobre y carbono para mover locomotoras y alimentar telégrafos. Eran los días gloriosos de la Revolución Industrial, cuando el vapor marcaba el ritmo del progreso. Pero el siglo XX transformó esa sinfonía de metales pesados en una partitura más ligera y versátil: el aluminio alzó vuelos, el silicio dio luz a los microchips y el litio se convirtió en la sangre de la electrónica portátil.
Hoy, sin embargo, el corazón tecnológico del mundo late al compás de elementos aún más esquivos, a menudo invisibles para el común de los mortales: las llamadas tierras raras.
Estos diminutos titanes de la tabla periódica —como el neodimio, el disprosio o el itrio— habitan en cada rincón de nuestra vida digital. Desde los imanes de nuestros auriculares hasta los sistemas de guiado de misiles, pasando por turbinas eólicas, trenes de levitación magnética o fibras ópticas, su presencia es constante y vital.
Y aunque su nombre sugiere escasez extrema, lo cierto es que no son tan raros como parecen… salvo cuando se trata de extraerlos y refinarlos.
17 elementos
Las tierras raras forman un conjunto de 17 elementos químicos: los 15 lantánidos más el escandio y el itrio. De aspecto plateado y propiedades químicas similares, suelen encontrarse agrupados en los mismos yacimientos.
Su verdadero valor no reside tanto en su abundancia —el cerio, por ejemplo, es más común que el cobre— como en la forma caprichosa en que la naturaleza los dispersa. En lugar de concentrarse en vetas puras, aparecen mezclados con otros minerales, lo que complica y encarece su extracción.
Entre las muchas aplicaciones que aprovechan sus propiedades únicas, destacan aquellas que requieren materiales con magnetismo poderoso, capacidad de emitir luz bajo estímulos específicos o mejorar la resistencia de aleaciones.
Así, el neodimio es clave en los imanes que dan vida a altavoces y motores eléctricos; el europio, el terbio y el itrio colorean nuestras pantallas LED; el erbio permite la transmisión de datos a larga distancia por fibra óptica.
La escala del uso puede ser sorprendente: un caza F-35 Lightning II integra más de 400 kilogramos de tierras raras, y un submarino nuclear de clase Virginia llega a necesitar más de 4.000. Todo esto convierte a estos elementos discretos en piezas estratégicas de la maquinaria tecnológica y militar contemporánea.
La complejidad de la extracción
Sin embargo, la extracción y el refinamiento de estos elementos es cualquier cosa menos trivial. A menudo alojados en minerales como la bastnasita o la monazita, su procesamiento implica disolver toneladas de roca en ácidos corrosivos, separar elementos con propiedades casi idénticas y lidiar con residuos radiactivos o químicos altamente tóxicos.
Esto ha hecho que la producción se concentre en unos pocos países dispuestos a asumir el coste ambiental, siendo China el actor dominante. En lugares como Bayan Obo o el delta del río Yangtsé, el precio ecológico de esta supremacía es tan tangible como preocupante.
El caso de España
Ante estas dificultades, algunos países intentan abrir nuevas vías. En España, por ejemplo, se ha identificado un prometedor yacimiento de monacita en Campo de Montiel, capaz de aportar más de 2.000 toneladas anuales de óxidos de tierras raras.
Si se desarrolla adecuadamente, podría representar un cambio radical en la dependencia europea del suministro chino, que actualmente controla más del 70% de la producción mundial y el 90% del refinado.
En el tablero de la geopolítica, estos materiales se han convertido en una moneda de cambio y un arma silenciosa. China ya ha insinuado varias veces que puede usar su control sobre las exportaciones como palanca diplomática, y en contextos como el conflicto entre Rusia y Ucrania, las tierras raras afloran como un recurso estratégico subyacente.
Ucrania podría albergar hasta el 5% de las reservas globales, aunque parte de esos yacimientos se encuentran ahora bajo ocupación rusa. Esto plantea interrogantes profundos: ¿pueden estos elementos inclinar la balanza de una negociación de paz? ¿Estamos ante una nueva “guerra por los metales”?
En conclusión, las tierras raras encarnan una paradoja fascinante: elementos discretos, pero decisivos; químicamente similares, pero tecnológicamente únicos. Son a la vez promesa y problema, puente hacia el futuro y ancla del presente. Su relevancia excede lo técnico para instalarse en lo político, lo económico y lo ético.
Fuente: National Geographic