Mundo, 28 de may 2025 (ATB Digital) .- En la penumbra de una noche cálida, una polilla revolotea alrededor del techo de tu salón. La escena, repetida en incontables hogares, ha cimentado una creencia popular que parece tan intuitiva como engañosa: las polillas son atraídas por la luz.
Esta suposición, anidada en el imaginario colectivo durante generaciones, ha sido replicada sin cuestionamientos. Pero la ciencia, siempre vigilante, ha puesto en duda esa narrativa simplificada, iluminando —nunca mejor dicho— nuevas respuestas más complejas y fascinantes.
Las polillas, criaturas enigmáticas de la noche, no se lanzan a las bombillas como mariposas hipnotizadas por una promesa de fuego. Su comportamiento responde, en realidad, a estrategias evolutivas moldeadas durante millones de años. Los estudios más recientes apuntan a que, más que una atracción ciega por la luz, estas visitantes nocturnas se ven confundidas por ella.
En su estado natural, las polillas se orientan gracias a la luz de la Luna. La irrupción artificial de luces eléctricas desestabiliza ese sistema de navegación innato, haciéndolas volar en círculos erráticos. Pero incluso esta explicación comienza a quedarse corta ante nuevas evidencias.
El olor es la clave
El auténtico motivo de su irrupción en las casas tiene menos que ver con la luz y más con nuestra propia presencia. Lo que realmente atrae a las polillas no es el resplandor, sino el olor.
En concreto, el olor a humanos, a ropa impregnada de sudor, a ambientes húmedos o incluso a alimentos mal almacenados. Se trata de señales olfativas que interpretan como oportunidades: de refugio, de reproducción o de alimento.
Por tanto, una polilla que entra en casa no lo hace por accidente, sino porque ha detectado un entorno favorable para sobrevivir.
Este hallazgo transforma por completo nuestra comprensión de estos insectos nocturnos. En lugar de ser víctimas de una confusión lumínica, las polillas actúan con un propósito claro, guiadas por una química tan sutil como poderosa.
Algunos compuestos presentes en productos de limpieza, en perfumes o incluso en tejidos sintéticos pueden atraerlas involuntariamente.
De hecho, según una investigación de la Universidad de Washington, publicada por la Royal Society, algunas especies responden de forma intensa a sustancias volátiles humanas que ni siquiera percibimos conscientemente. Es decir, nuestras casas huelen a un festín para ciertas polillas.
El Cambio climático también influye
El cambio climático también podría estar desempeñando un papel insidioso en este fenómeno. Al elevarse las temperaturas y prolongarse las estaciones cálidas, muchas especies de polillas han ampliado sus territorios hacia zonas urbanas.
Además, la mayor disponibilidad de recursos dentro de las viviendas, como fibras naturales o harinas mal conservadas, convierte los hogares modernos en hábitats atractivos. En cierto sentido, nuestras casas se han vuelto ecosistemas paralelos a los entornos naturales donde estas criaturas solían habitar.
Por otro lado, su llegada no siempre implica una invasión dañina. La mayoría de polillas que encontramos en casa no representan una amenaza directa.
Sin embargo, algunas especies, como la Tineola bisselliella, conocida como polilla de la ropa, pueden causar estragos en nuestros armarios. Estas polillas no se alimentan de la ropa como tal, sino de restos microscópicos de piel y sudor incrustados en los tejidos. De nuevo, es nuestra biología la que las convoca, no la luz.
Por tanto, la próxima vez que veas una polilla revoloteando cerca del techo, no pienses en una criatura perdida. Piensa en un pequeño estratega alado, guiado por el olfato, por la evolución y por las huellas invisibles que dejamos a nuestro paso.
Fuente: National Geographic