Mundo, 7 julio 2025 (ATB Digital).— Imagina que estás viendo un vídeo en el que alguien esté hablando. Lo escuchas en un primer momento y oyes que la voz dice claramente “ba”. Sin embargo, alguien a tu lado te dice: “¿Ha dicho “da”? Y, de repente, cuando lo escuchas por segunda vez, empiezas a oírlo diferente. Y comienza el bucle: si piensas en “ba”, escuchas “ba”; pero si piensas en “da”, escuchas “da”. ¿Tu oído te está fallando? ¿El vídeo está mal? Nada de eso. Se trata de tu cerebro haciendo lo que hace todos los días: tomar pedazos de información de distintos sentidos y construir una versión coherente del mundo.
Concretamente, esa situación sería un claro ejemplo del efecto McGurk, un fenómeno que, desde su descubrimiento en los años 70, ha sacado a la luz verdades muy llamativas sobre cómo interpretamos y percibimos la realidad. Porque lo que oímos, creámoslo o no, puede llegar a depender más de nuestros ojos que de nuestros oídos.
Un accidente científico
El efecto McGurk fue descubierto casi de casualidad. Harry McGurk, psicólogo del desarrollo, y su colega John McDonald estaban estudiando cómo los niños aprenden a hablar. Para ello, realizaban diferentes experimentos y, uno de ellos, resultó arrojar resultados de lo más interesantes. Concretamente, este consistía en mezclar el audio de una sílaba – por ejemplo, “ba” – con el vídeo de una boca diciendo otra distinta – como “ga” -.
Y ellos tenían una idea muy clara de lo que ocurriría: los niños iban a confundirse. Sin embargo, lo que no esperaban era que los adultos también escucharan algo completamente distinto: una tercera sílaba, como “da”. Y lo más curioso era que el audio, realmente, no había cambiado. Lo que sí había ocurrido es que se había modificado la interpretación del cerebro mezclar la vista y el oído.
Pero este descubrimiento, aparentemente simple y que podría haber sido pasado por alto muy fácilmente, arraigaba una idea mucho más profunda: que percibimos el mundo de forma objetiva, tal y como si fuésemos cámaras o micrófonos. Lo que vemos, oímos y sentimos no es una copia fiel del mundo, sino una construcción activa de nuestra mente.
¿La mente o un programa de edición?
El efecto McGurk es un claro ejemplo de algo mucho más amplio: la integración multisensorial. Es decir, nuestro cerebro no trata cada sentido por separado; al contrario, los combina, los compara y a veces los “corrige” entre sí para dar sentido a lo que está ocurriendo.
De esta forma, cuando lo que vemos no coincide con lo que oímos, nuestro cerebro intenta resolver el conflicto. Y en vez de elegir uno de los dos, a menudo crea una tercera opción, una especie de promedio perceptivo. Y no, no lo hace por error, sino por eficiencia: su objetivo no es la fidelidad absoluta, sino la interpretación más útil.
Pero no se trata de algo que ocurra en raras ocasiones: el cerebro actúa así constantemente. Cuando estás en un bar ruidoso y entiendes al interlocutor mirándole la cara, no estás leyéndole los labios, sino que tu cerebro está utilizando la vista para reforzar el mensaje auditivo. Lo mismo pasa en el cine, donde una pequeña desincronización entre el audio y el movimiento de los labios puede provocar que una línea suene extraña o confusa.
Un mundo construido e ilusorio
Así, lejos de ser un error, el efecto McGurk es todo un ejemplo del poder adaptativo del cerebro. Gracias a esa increíble capacidad de integración, somos capaces de movernos en un entorno complejo y ambiguo con gran precisión. Porque, al final, la percepción no busca la verdad absoluta, sino una versión funcional del mundo, una que nos permita actuar, reaccionar y sobrevivir.
Pero eso no significa que vivamos engañados todo el tiempo. Pero sí implica que la realidad, tal y como la experimentamos, es más una historia coherente que una película fiel. Nuestro cerebro no buscar mostrar el mundo tal cual es, sino tal y como necesitamos entenderlo.
Fuente: National Geographic España