Mundo, 31 de oct 2025 (ATB Digital).- Los científicos son las únicas personas a las que se despierta en mitad de la noche. Algo así viene a decir uno de los personajes de La anomalía (Seix Barral), una delirante novela escrita en estado de gracia por el matemático y periodista científico Hervé Le Tellier. Con ella, Le Tellier consiguió hacerse con el premio Goncourt en el año 2020; un galardón de prestigio con una dotación económica ridícula: un cheque de 10 euros, lo que viene a ser una cantidad simbólica para un premio que carga de mérito un texto literario.
A pesar de ser tema de actualidad, no vamos a enredarnos aquí con premios literarios. Nada más lejos, aunque lo que vayamos a tratar aquí tenga que ver con los libros, en este caso con una novela que viene firmada por Teju Cole, autor de origen nigeriano. Se titula Ciudad abierta (Acantilado) y en ella nos va narrando —desde la primera persona— el periplo de un psiquiatra a través del paisaje urbano de Manhattan. Con este planteamiento, el protagonista deambula por sus calles y reflexiona sobre el presente dejándose llevar por la memoria, una memoria científica, pongamos por caso, puesto que abarca distintos aspectos de la ciencia, desde la enfermedad mental hasta la mutación celular que provoca el cáncer, pasando por la biología en lo que respecta a las chinches y su relación parasitaria con el ser humano. Atendiendo a esto último, hay veces que Teju Cole consigue hacernos sentir picores en la piel sirviéndose de la magia de una prosa despojada de adornos y vertida al castellano por Marcelo Cohen. La fuerza de la narración llega a ser tan poderosa que alcanza las sensaciones más profundas de nuestra epidermia.
A pesar de ser pequeños insectos —ovalados y planos, de color rojizo— que se pueden triturar con las mismas uñas, las chinches nos aguijonean con sus picotazos hasta convertir su ataque en un tormento. Lo que las hace tan dañinas es su necesidad de sangre caliente. Nuestro tejido líquido les sirve de alimento, dejándonos sus picaduras en línea o en forma de racimo. Esto se debe a que poseen mandíbulas en forma de aguja que utilizan para pinchar capilares y con ello conseguir sangre. Sin embargo, no la suelen obtener al primer pinchazo, sino que hacen varios intentos antes de dar con el capilar que les va a servir de fuente de alimentación.
La historia de nuestra relación con dichos insectos viene de antiguo, de cuando vivíamos en cuevas y contábamos historias alrededor del fuego; ficciones que acompañaban el ir y venir de las sombras que proyectaban las llamas sobre las paredes. Eran tiempos remotos en que las chinches afilaron sus mandíbulas para celebrar nuestra llegada, cansadas de la rutina gastronómica que suponía la sangre de murciélago con la que se alimentaban hasta nuestra aparición por las cuevas. Desde entonces hasta hoy, las hemos estado nutriendo, llevándolas a lo largo de los siglos por todas y cada una de las distintas transformaciones que han ido acompañando nuestro trayecto por el mundo.
De esta manera, con su periplo urbano, el protagonista de Ciudad abierta interpreta nuestro paso por este mundo, mientras que Hervé Le Tellier lo consigue con una novela disparatada donde la literatura se convierte en un juego. Ambas novelas son distintas maneras de explicar lo que sucede cuando la ciencia mantiene una relación orgánica con la imaginación y las chinches —al igual que los fantasmas— nos despiertan en mitad de la noche.
Fuente: El Pais

