Mundo, 10 de dic 2025 (ATB Digital).- Cuando el ser humano se para y mira las estrellas ya no une puntos para hacer constelaciones. Ahora los astros, más que crear dibujos imaginarios, son fuentes de preguntas con las que los científicos de todo el mundo tratan de descubrir algunas de las cuestiones más importantes del conocimiento. Los puntos del cielo, más que unirse entre ellos, permiten que en el interior de la cabeza de los investigadores se unan las neuronas para dar la solución a algunos de los rompecabezas más complicados de los que se tiene constancia. Tanto que parecen imposibles.
Pero hay uno de esos puntos,uno de color rojizo, que habita tanto en el firmamento como en el interior de algunas de las mentes más afiladas que han decidido dedicarse a alguna rama de la ciencia que comienza por ‘astro’. La colonización de Marte es el gran rompecabezas, un lienzo que casi parece en blanco que nos permitiría salir del planeta que nos ha visto evolucionar y así convertirnos en la primera especie interplanetaria de la que tenemos constancia.
Pero la colonización de Marte presenta retos extraordinarios. El páramo yermo marciano no posee atmósfera, por lo que, además de no ofrecer aire para respirar, está desprotegido ante la radiación solar. Por tanto, las plantas, animales, o personas que lleguen allí necesitan de un hábitat seguro en el que comenzar a construir la civilización. Pero por suerte, en la Tierra hemos desarrollado herramientas con las que transformar a las especies y, así, lograr expandir el hábitat seguro de algunas bacterias y hongos a todo el planeta. La ingeniería genética permite adaptar a las especies al medio de una forma mucho más veloz que por selección natural, potenciando aquellos rasgos que permiten la supervivencia y quitando aquellos que no. Pero las grandes preguntas que surgen a raíz de estas tecnologías son ¿conseguiremos modificar estos organismos a tiempo? Y sobre todo ¿deberíamos hacerlo?
La ingeniería genética es mucho más sencilla de lo que pueda parecer
Con el desarrollo de las tecnologías CRISPR en el año 2012 se democratizó el acceso a las herramientas de edición genética. Antes de esto, los laboratorios tenían que recurrir a otro tipo de elementos que permitían cortar el ADN y que, o bien eran muy costosos, o no eran del todo fiables por los que las modificaciones no quedaban exactamente como se había planeado.
Pero CRISPR, por su gran versatilidad ha demostrado en esta última década que puede ser seguro incluso para plantearse como tratamiento ante enfermedades humanas que hasta ahora eran incurables. Por ello, modificar bacterias, hongos y otros organismos se ha convertido en algo rutinario, y sólo hay que dar con las ideas adecuadas a la hora de modificar organismos para hacerlos adecuados para el Planeta Rojo.
Entre algunas de las modificaciones que se han propuesto se encuentra un aumento de la capacidad de reparación del ADN. Esto se puede conseguir tomando prestados elementos que se encuentran en algunos de los organismos más resistentes de nuestro planeta, como los tardígrados e introduciéndolos en otros seres vivos. También, otros organismos que habitan lugares extremos, como este hongo que crece alegremente en Chernóbil, podrían contener algunos secretos con los que resistir la radiación marciana.
Por otro lado, el desarrollo de plantas cosechables resistentes a la sequía podría ayudar a salvaguardar tan preciado recurso, que se cree bastante escaso en Marte. Además, el desarrollo de algas o cianobacterias con un metabolismo acelerado podrían producir oxígeno en la cantidad suficiente para respirar en los hábitats que se creen allí.
¿Pero deberíamos introducir microorganismos modificados en Marte?
El problema es que introducir vida podría suponer destruir un ecosistema del que no seamos conscientes. Los últimos hallazgos muestran ciertos minerales que son muy complicados de explicar a no ser que hayan sido originados por un ser vivo. Por tanto, introducir vida modificada supone un reto ético que hay que tener muy en cuenta porque, al introducir estos microorganismos podríamos destruir algunas formas de vida únicas que han evolucionado en un entorno distinto a La Tierra y que podrían ser irrecuperables.
Y tomando el ejemplo de nuestro planeta, no es tan descabellado pensar que, a cientos de metros o incluso kilómetros bajo la superficie pueda haber microorganismos alimentándose de agua y nutrientes atrapados entre las rocas o que vivan de la descomposición radiactiva de algunos elementos.
Con los planes de establecer las primeras colonias marcianas en la próxima década, la respuesta a la pregunta del titular se responderá sola. Todo apunta a que sí, pero lo importante es hacerlo con el ingenio y el cuidado que se merece, teniendo muy en cuenta la colaboración internacional para la protección planetaria. Si no lo hacemos de este modo podríamos destruir, en un instante, la respuesta a la pregunta ‘¿de dónde venimos?’.
Fuente: National Geographic