Mundo, 9 de noviembre 2022 (ATB Digital).- Aunque el politólogo estadounidense Francis Fukuyama vaticinó polémicamente “el fin de la Historia” tras la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la URSS, la realidad es que hoy el mundo respira, todavía, aires bipolares que recuerdan al siglo XX, con conflictos geopolíticos parecen tender nuevos telones de acero.
Aunque narrativamente promueve la idea de un mundo unido y globalizado, sin tensiones antañas de bloques ideológicos, las acciones en materia de política exterior de Estados Unidos indican lo contrario.
Hace unos días, una declaración del secretario de Estado de Washington, Antony Blinken, hizo que el mundo se transportara al pasado: “El aspecto competitivo está en primer plano, porque se trata, como he sugerido, al menos desde nuestra perspectiva, de una competición para dar forma a lo que vendrá después de esta post-Guerra Fría”.
Luego dijo: “Tenemos interés en comprometernos, tenemos interés en liderar”. Y enseguida habló sobre las supuestas amenazas que representa China y Rusia para el orden geopolítico mundial y sobre la necesidad de difundir sus “valores liberales” por el planeta.
Esta postura, aunque no es nueva, sí sorprende por tratarse de un comportamiento anquilosado, insertado en un mundo completamente diferente al del 9 de noviembre de 1989, cuando el Muro de Berlín fue derribado y dio comienzo —o al menos eso se creyó— un nuevo mundo.
“La lógica de la Guerra Fría sigue presente como un discurso para cohesionar a la sociedad estadounidense, principalmente porque buena parte de los votantes [de ese país norteamericano] pertenecen a una generación que vivió durante la bipolaridad, por lo que el combate al comunismo y el mantenimiento de la supremacía estadounidense es algo que sigue presente en el imaginario colectivo”, explica en entrevista con Sputnik Michelle Calderón, maestra en estudios de Asia y África con especialidad en China por el Colegio de México (Colmex).
El miedo nuclear
Si hubo un tema que inundó el debate público en el siglo XX fue el miedo a las armas nucleares. Hiroshima y Nagasaki fue el episodio que inauguró una etapa que, durante más de 50 años, fomentó la narrativa de las armas de destrucción masiva: el Armagedón como destino que podría suceder no en una década, sino mañana.
En London Calling, la banda británica de punk The Clash cantó: “A nuclear era, but I have no fear ‘cause London is drowning I, I live by the river” (Una era nuclear, pero no tengo miedo. Porque Londres se está ahogando y yo vivo junto al río).
Sorprendentemente, aunque aquella canción —una de tantas que abordan el mismo tema— se compuso en la década de 1970, hoy el Instituto Internacional de Estudios para la Paz con sede en Estocolmo (SIPRI, por sus siglas en inglés) advierte que el riesgo del uso de armas nucleares en el mundo es más alto que en cualquier otro momento desde el apogeo de la Guerra Fría.
Ante los recientes acontecimientos por el conflicto en Ucrania, que vuelve a colocar a Rusia como el antagonista principal de Occidente, las sanciones económicas se han vuelto un arma más en la que el objetivo, según los líderes europeos y estadounidenses, es aislar a Moscú con quien se le sume como aliado.
“En los últimos años las relaciones de Rusia y Estados Unidos han pasado de rivalidad a confrontación, y de hecho volvieron a la época de guerra fría”, declaró el vicepresidente del Consejo de Seguridad ruso, Dmitri Medvédev.
China, el incómodo
Y también hay otro elemento que el propio Blinken reveló durante su intervención en la Universidad Stanford: el principal rival geopolítico de la Casa Blanca es China. Y con las tensiones entre Pekín y Taiwán de fondo, el Gobierno de Xi Jinping ha endurecido sus advertencias al país norteamericano, al que lo tilda de injerencista y desestabilizador.
“El mayor problema que genera esta confrontación es la falta de coordinación para atender problemáticas mundiales que requieren consenso. Esa desconfianza permea mucho entre la sociedad, debilitando las redes que habían tejido en materia de comercio, inversión, tecnología, educación y lazos personales que beneficiaron a las personas en ambos países [Estados Unidos y China] desde la normalización de relaciones diplomáticas en 1979, a pesar de las grandes diferencias entre sus sistemas políticos”, observa Michelle Calderón, quien también es internacionalista por la UNAM.
“Las relaciones, incluso, no habían sido tan hostiles ante el rápido crecimiento económico de China en las primeras décadas del siglo XXI, dado que las cadenas de producción internacionales basadas en la ventaja económica, más que en la ideología, crearon un incentivo para que todos los países se beneficiaran de ello, por lo que la confrontación sino estadounidense representa un reto en esa materia”, concluye.
El pasado 2 de noviembre, el gigante asiático, que mantiene una guerra comercial abierta en varios frentes con Estados Unidos, fue duro en su postura: Washington insiste en aplicar chantajes, bloqueos y otros métodos para imponer su poderío económico y político en el mundo, pero los tiempos han cambiado y la tendencia es que la civilización avance hacia nuevas etapas de cooperación global.
“[La postura estadounidense] exagera la competencia entre las grandes potencias, distorsiona deliberadamente la política exterior y de defensa de China y está lleno de pensamiento de suma cero de la Guerra Fría y lógica hegemónica”, señaló Zhao Lijian, portavoz del Ministerio de Exteriores de Pekín.