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Los cuatro factores de poder para entender el choque político y social en Guatemala

Los cuatro factores de poder para entender el choque político y social en Guatemala

Ociel Alí López

Hay cuatro elementos socio-políticos que son claves para entender la actual situación de crispación que vive Guatemala en los últimos días y que seguramente seguirá sufriendo los próximos meses.

Todo comenzó con una “sorpresa”
Para entender la fuerza de cómo los sectores populares de Guatemala han venido enfrentándose al intento de obstaculización de la transición política después del triunfo de la fórmula progresista del partido Movimiento Semilla, que hoy ya se denuncia como golpe de Estado, hay que entender los resortes, la base sólida con que cuenta este movimiento.

Las manifestaciones en Guatemala no son nuevas. Desde 2015 existen fuerzas sociales que han protestado con contundencia por la forma evidente en que grupos políticos y élites manejan el Estado.

No ha sido un comando de campaña, ni la cúpula de un partido la que convocó el lunes pasado un paro indefinido a escala nacional. Han sido los propios representantes comunitarios, en su mayoría indígenas, en concreto los alcaldes auxiliares de los 48 cantones del departamento Totonicapán, al sur-occidente de Guatemala, junto con múltiples organizaciones sociales en los departamentos de Sololá, Quiché, Chimaltenango y Quetzaltenango, los que han decidido plegarse, de manera activa, a una protesta social que ya lleva rato en la capital.

Desde 2015 existen fuerzas sociales que han protestado con contundencia en Guatemala por la forma evidente en que grupos políticos y élites manejan el Estado.

Pero además no es poca cosa que Bernardo Arévalo haya ganado en el balotaje con casi el 60% de los votos en la segunda vuelta, sacando más de 20 puntos de ventaja a la ex primera dama, Sandra Torres.

Es decir, hablamos de un movimiento enraizado profundamente en el tejido social de Guatemala con una mayoría social que lo sustenta.

Por todo esto, lo que hoy representa el movimiento Semilla del actual presidente electo no es una jugada de marketing de algún sector de izquierda, ni tampoco un injerto foráneo para cooptar las relaciones políticas del país centroamericano.

Hablamos sí, de un movimiento que tiene muchos años realizando acciones de protesta.

hablamos de un movimiento enraizado profundamente en el tejido social de Guatemala con una mayoría social que lo sustenta.

Su punto de emergencia puede ubicarse en las manifestaciones anticorrupción de 2015.

Pertenece a un conglomerado que se ha movilizado, y que en muchas ocasiones, ha manifestado su resistencia a lo que es el sistema político imperante muy corrupto, relacionado con la industria narcocriminal, y donde el presidente saliente Alejandro Giammattei, así como la fiscal general Consuelo Porras, se han apertrechado para poner en duda el cambio de gobierno que dictaron las urnas.

A pesar de toda esta potencia organizacional, el 25 de junio, día de la primera vuelta, las élites se sorprendieron al ver la emergencia y el poder que representaba Bernardo Arévalo y su Movimiento Semilla cuando logró anotarse para el balotaje. A partir de allí saltaron todos los resortes del conservadurismo y la corrupción para impedir el triunfo definitivo que se concretó el 20 de agosto.

El líder
Arévalo tampoco es un líder advenedizo, ni un aparecido ‘influencer’ de las redes sociales. Es un intelectual que se mantenido consistente en su relación con las luchas populares de Guatemala.

Ha sido también embajador de su país. Y por sobre todas las cosas, representa la historia de los oprimidos de Guatemala en tanto su padre, Juan José Arévalo, que gobernó de 1945 a 1951, fue el primer presidente elegido en democracia, tras la revolución de 1944, de marcado carácter progresista y compañero de Jabobo Árbenz, derrocado durante la intervención estadounidense de 1954.

Giro en la región
Pero los tiempos han cambiado. En aquella ocasión, varios países centroamericanos se articularon bajo el mando de Washington para invadir el país.

    Ahora, y desde hace algunos años, la región ha producido un giro importante en torno a la cuestión ideopolítica.

    Honduras, por ejemplo, el territorio desde donde se desplegaron las fuerzas invasoras de entonces, tiene hoy un gobierno progresista, de la presidenta Xiomara Castro, que se ha solidarizado con Arévalo y se ha acercado con países contrapuestos a los EE.UU. También el presidente de El Salvador, Nayibe Bukele, independientemente de la lectura ideológica que se dé a su gobierno, ha tenido relaciones contenciosas con Washington y Europa, asumiendo un camino propio en las relaciones internacionales.

    Honduras, el territorio desde donde se desplegaron las fuerzas invasoras de entonces, tiene hoy un gobierno progresista, de la presidenta Xiomara Castro, que se ha solidarizado con Arévalo.

    Conocemos de sobra la postura del gobierno de Nicaragua presidido por Daniel Ortega, desde donde se presenta quizá el flanco más caliente de las relaciones de Centroamérica con EE.UU.

    También cabe recordar el gobierno progresista que actualmente ocupa a México por medio del presidente Andrés Manuel López Obrador, quién se ha mantenido expectante con este proceso que vive la región, y específicamente con Guatemala, los últimos días.

    Ante este panorama, el triunfo de Arévalo es un signo dentro de una sumatoria de conflictos regionales mucho mayor, que tienen una base sólida, varios triunfos electorales y apoyo popular. Todas estas características hacen pensar que estamos ante una corriente histórico-política que está en franco crecimiento en Centroamérica.

    La oposición
    Pero la oposición tampoco es cualquier cosa. El presidente saliente, Alejandro Giammattei, ha sido acusado de corrupción, incluso a escala internacional. La vinculación del narcotráfico con la política se ha hecho evidente.

    Desde el mismo momento cuando Arévalo sorprendió a la política guatemalteca, el sistema político imperante le declaró la guerra.

    Se conoce de manera pública la relación de alcaldes, campañas electorales y legisladores cercanos al presidente con el dinero del narcotráfico. Este elemento hace que los actores del establecimiento suban el costo de una transición democrática y traten de impedir la investidura del 14 de enero.

    La guerra contra el líder no es nueva. Desde el mismo momento cuando sorprendió a la política guatemalteca, ganando un puesto en el balotaje, el sistema político imperante le declaró la guerra.

    Su partido ha sido judicializado, los fiscales abren investigaciones por doquier en su contra, y a comienzos de semana, la Fiscalía General allanó la sede del Tribunal Supremo Electoral para sustraer las actas comiciales que dieron un rotundo triunfo al partido Semilla.

    Así las cosas, lo que se conoce hoy de la situación política guatemalteca (y la forma en la que este país se ha metido en la agenda noticiosa del mundo) tiene que ver con un choque diametral entre dos sectores políticos claramente definidos: una élite económica y política anidada con elementos criminales y otra, de corte popular y progresista, que viene luchando históricamente para resistir la imposición de las castas coloniales.

    Desde comienzos de la semana, ambos bandos han decidido subir el volumen de la presión social. Por esto, es muy probable que Guatemala incremente la atención de todo el mundo político internacional los próximos días cuando se conozca si el statu quotiene el poder para parar la investidura o si se impondrán los sectores democráticos.

    Ociel Alí López es periodista