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Gastón Ugalde y Sandy, ese otro Huracán

Jaime Iturri Salmón Nueva York 2012. Teníamos que presentar el libro oficial sobre la quinua en la Asamblea Anual de Naciones Unidas y habíamos trabajado arduamente en montar la exposición correspondiente en los pasillos. Tejidos andinos y unas bolsas grandes llenas del grano de los dioses. Pero de pronto llegó la noticia de que el huracán Sandy se dirigía a nosotros.

Se suspendieron las sesiones del cónclave y nosotros nos preparamos a recibir el temporal. Hablé con casa. Me pidieron que me ponga de rodillas a rezar por mis pecados y me encomiende a manos de Dios. En vez de ello y sabedor de que si hay que arrodillarse es sólo para agradecer la libertad que tuve de hacer bien o mal mi vida, como diría Gloria Trevi, me compré dos docenas de cervezas porque cualquier cosa que pasara era mejor recibir a la suerte bien acompañado botellas de Samuel Adams, mi favorita.

Y recibimos los vientos huracanados en mi habitación. Gastón Ugalde, Pablo Guzmán y el tal Iturri. No había ni televisión porque las transmisiones se cortaron cuando Sandy tocó tierra. Mejor, pudimos hablar y beber. Qué momento para confesar nuestras oscuridades. Ahí aprendí a quererlo. Gastón no solo era un genio en las artes plásticas y la fotografía sino un boliviano de rara sensibilidad. Con el corazón a la izquierda, tal vez por culto y por sensible (no se puede ser artista si no lo eres) y porque había recorrido el mundo de arriba abajo.

Eran, claro está, otros tiempos. Por primera vez todos. O casi todos, los zurdos bolivianos
llorábamos con la misma lágrima. Lo mejor de la izquierda estaba unida junto al gobierno de
Evo y Álvaro. ¿Quién iba a imaginar todo el lodo que sepultaría años después nuestros sueños?
Al día siguiente, salimos a dar una vuelta de reconocimiento en el auto y vimos los desastres
que Sandy había hecho. Menos mal que por la zona de Queens donde estábamos alojados sólo
había ramas caídas.

Semanas después volvimos a la ciudad que nunca duerme, a hacer la exposición. Recuerdo
que cuando retornábamos a Bolivia con la tranquilidad de haber cumplido con el año
internacional de la quinua, en el aeropuerto de El Dorado en Bogotá no aceptaban la tarjeta de
Gastón y yo le di los 30 dólares que necesitaba y me dijo “te los devuelvo en Nueva York, París,
Beirut o donde nos volvamos a encontrar, compañero”.

Bueno, el próximo encuentro será en el lugar a dónde vayan los artistas y los combatientes a seguir soñando con la quinua, con la coca, con el arte y con la revolución.

JAIME ITURRI SALMÓN ES PERIODISTA