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La entrevista en Moscú

Oleg Yasinsky

El fenómeno sociológico de esta noticia sobre la entrevista del periodista estadounidense Tucker Carlson al presidente ruso, Vladímir Putin, es mucho más importante que el mismo contenido político, más o menos conocido y predecible para los que han seguido el tema. Su destinatario principal fueron justamente los otros, los que siempre vieron el mundo sólo en el espejo curvo de la propaganda norteamericana. Nos guste o no, son cientos de millones.

No sólo en estos dos años, sino desde el momento en que Rusia, después del desastre de la Perestroika, comenzó a construir su política independiente de Occidente, un país que de forma inmediata y automática se encontró en el aislamiento informativo internacional, y toda la prensa mundial, conocida como “seria”, que de tendenciosa y unilateral en ese entonces, pasó gradualmente a ser la fábrica de ‘fake news’ de hoy en todo lo relacionado con la política rusa. Resultado de esto, muchas personas honestas y hasta bien educadas de diferentes países están, en un grado u otro, envenenadas con los prejuicios antirrusos y sus ideas sobre la Rusia de hoy son bastante caricaturescas.

Tucker Carlson claramente no es mi ídolo periodístico y su objetivo de ahora no es el de salvar a la humanidad, sino el de apoyar a uno de los candidatos presidenciales de Estados Unidos, por quién tampoco siento simpatía alguna. Pero gracias a que la historia nunca es lineal, las próximas elecciones estadounidenses sorpresivamente abren una brecha informativa en el muro de mentiras de los principales medios de comunicación.

Mucho más allá de estar de acuerdo o no con todo lo que dijo Putin, se realiza un mínimo ejercicio democrático mundial: millones de personas por fin tienen un acceso masivo a un punto de vista diferente. Si la entrevista de Carlson con el presidente ruso permite que al menos algunas personas nuevas en Occidente vean a Rusia por primera vez con ojos más humanos y recuerden que el mundo es siempre más complejo de lo que los cómics a los que estamos acostumbrados nos muestran, podemos considerar que, por esta vez, el periodismo ha cumplido su objetivo principal. En varios medios y redes sociales ahora circulan bromas sobre los intentos de Putin de contarle a Carlson detalles de la historia de la antigua Rusia. Sin entrar en polémicas históricas ni discusiones sobre puntos de vista, aquí hay algo importante de lo que los bromistas nos distraen:

Hoy la gente está masivamente acostumbrada a una percepción de la historia en forma de clip, y esto fue logrado por los medios de comunicación, con un propósito muy obvio, que era hacer que cualquier conversación sobre el contexto o la prehistoria de cualquier acontecimiento importante pareciera una “huida del tema específico”. Los ciudadanos ignorantes, al igual que la mayoría de los periodistas criados por los medios modernos, simplemente no entienden que sin contexto no hay análisis posible.

La historia sin contexto es el mejor medio para todo tipo de falsificaciones, ventas, publicidades y manipulaciones políticas.

Un ciudadano promedio estadounidense que sabe que “Rusia atacó a Ucrania independiente” y, sin embargo, no solo no puede encontrar esos lugares en un mapa, sino que, además, no tiene ni la más remota idea de la historia, los antecedentes o la cultura de esos lugares, simplemente no puede tener una opinión propia. Lamentablemente, ni siquiera se da cuenta de por qué no puede. Un mínimo de conocimientos históricos, desde la Rus de Kiev hasta la URSS, es un requisito previo y básico para cualquier conversación racional. No es para convencer al otro de las verdades de uno. Es simplemente para tener un tema de qué hablar. De lo contrario, nos quedaremos en el plano de conocimientos a medias, hechos, falsificaciones y eslóganes, donde el más alto poder corporativo lo justificará absolutamente todo.

El hecho más escandaloso, conocido desde antes, pero una vez más mencionado por Vladímir Putin en la entrevista, es la visita del ex primer ministro británico Boris Johnson a Kiev en la primavera del año pasado, donde él prácticamente prohibió al presidente Zelensky firmar el acuerdo de paz con Rusia, que ya estaba casi acordado por las delegaciones en Turquía. Occidente ordenó a Ucrania seguir la guerra.

Pero si Johnson aquella vez no hubiera ido a Kiev y el acuerdo de paz se hubiera firmado, ¿qué habría cambiado? ¿Realmente se habrían salvado vidas? No puedo evitar estas preguntas pensando en todo lo sucedido en estos últimos años.

Lamentablemente, se me ocurren imágenes de todo lo contrario. Rusia está retirando sus tropas, Zelensky, como es habitual, al principio finge un poco que va a cumplir algunos acuerdos, pero rápidamente le ayudan a encontrar razones y argumentos para no hacerlo. Por ejemplo, dando las explicaciones al mundo, “porque no nos gustan”, “se los llevaron a punta de pistola”, etc. Teniendo en cuenta la experiencia reciente, en caso de este tipo de “paz”, la OTAN se estaría desplegando en Ucrania aún con más rapidez, llenándola con más armas y fortaleciendo el entrenamiento militar de su ejército “para luchar contra el agresor”. Las provocaciones se intensificarían, convirtiéndose en una nueva guerra sólo en cuestión de tiempo, que esta vez jugaría en contra de nuestros pueblos más rápidamente.

La lógica de los acontecimientos recientes sugiere que las negociaciones con Estados Unidos no deberían girar en torno a lo que Washington ordenaría ahora a Kiev o qué nuevas reglas de conducta establecerá para los viejos o nuevos títeres. La única posibilidad de paz en Europa es la total no interferencia de los Estados Unidos y de la OTAN en cualquier proceso político o militar a lo largo de la línea de nuestra antigua frontera soviética. Y de alguna manera, nosotros con toda la certeza llegaremos a un acuerdo de paz entre los nuestros, sin intermediarios, traductores, profesores, periodistas, instructores ni curadores.

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