Por: Carlos Ernesto Moldiz Castillo
El Estado Plurinacional de Bolivia lleva enfrentando intentonas golpistas desde que comenzó su concepción con la Asamblea Constituyente de 2006, pero solo dos veces a manos de militares: noviembre de 2019 y el pasado 26 de junio, a menos de un lustro de distancia ante sí.
En ambas ocasiones fue evidente el padrinazgo abierto de potencias extranjeras interesadas en secuestrar nuestros recursos naturales en complicidad con élites económicas locales largamente opuestas al gobierno de las organizaciones sociales.
Existe una convergencia de intereses, algunos más conscientes que otros, en terminar prematuramente con el gobierno del compañero presidente Luis Arce Catacora, mediante el adelantamiento de elecciones o la ruptura descarada de la democracia recuperada por el propio pueblo boliviano luego del gobierno de facto que se impuso en el golpe de 2019.
Ceder ante las pretensiones de aquel complot no apaciguará la ambición de los enemigos del pueblo, y una que vez hayan logrado arrancar, aunque sea una pequeña concesión que contribuya a su objetivo de pasar por alto el voto democrático de los bolivianos, demandarán inmediatamente otra aún mayor. Tal es el apetito insaciable de aquello que carece de legitimidad.
Frente a ello, solo se puede responder con la firmeza que demostró nuestro Presidente, al pararse sin temor ni más protección que su moral y el respaldo de su gabinete, frente a un enemigo equipado con tanques y chalecos antibalas. Quienes estaban detrás de este golpe carecían de ambas cosas, callaron y con eso sellaron su derrota.
También fue notable el silencio de quienes hasta hace solo unas horas se mostraban más devotos a un cargo que leales a una causa. Aquel enemigo es tan peligroso como el que amenaza en voz alta y descaradamente.
Al otro lado de la vereda se encuentra el pueblo, atravesado por innumerables divergencias, casi todas limitadas a la forma, pero no al contenido, de lo que debe hacerse para defender su voluntad soberana. Fueron aquellos quienes presentaron pronta resistencia y demostraron que nuestro Presidente no está solo.
Aquel pueblo sabe de las consecuencias de perder la democracia, de no hacer respetar su voluntad expresada en las urnas, y que se pagó en noviembre de 2019 con la vida de decenas de bolivianos. Y la democracia solo es posible cuando las Fuerzas Armadas están supeditadas al poder civil. Fue el retorno de los militares a los cuarteles lo que permitió la recuperación de la democracia, tanto en 1982 como en 2020. Una condición cuya violación debe ser castigada severamente, pues aún más severas pueden ser las consecuencias de su caso omiso.
Defender la democracia solo es posible concentrando las fuerzas del pueblo, con más democracia, discusión abierta, debate, e intercambio de ideas, desde el espacio abierto por el gabinete social hasta las concentraciones y vigilias que ahora se multiplican en las calles. Porque una revolución solo muere cuando se queda sin ideas que defender y que lo mantengan a uno de pie. Sin ideas solo queda el silencio y la resignación.