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De símbolo de estatus a señal para ligar: la curiosa historia de la piña

De símbolo de estatus a señal para ligar: la curiosa historia de la piña

Mundo 04 de sep 2024 (ATB Digital).- Una nueva moda para ligar ha surgido en España. Ya no son necesarias las aplicaciones móviles para hacerlo, como tampoco apuntarse al gimnasio, a clases de inglés o a sesiones grupales de running por la ciudad. La premisa es la siguiente: asistir a un supermercado entre las 7 y las 8 de la tarde y pasear por los pasillos con una piña en el carrito de la compra.

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¿Y por qué no una manzana, una pera o un manojo de plátanos? Pues porque, como escribió el explorador, militar y botánico español Gonzalo Fernández de Oviedo en su Historia general y natural de las Indias, islas y tierra firme del mar océano (1547), “ninguna de las otras frutas se puede, con muchos quilates, comparar a esta”.

Del mismo modo que la acción de cortejar es secular y con el tiempo ha ido adaptándose a los registros de cada generación, no es la primera vez en la historia que una piña, ese manjar tropical y estéticamente excéntrico que hoy podemos conseguir en casi cualquier tienda de alimentación, significa más que eso: una simple piña.

Descubierta y documentada por Cristóbal Colón en su segundo viaje a las Américas, esta fruta ganó, tras su irrupción en el viejo continente, una popularidad sin precedentes: con su sabor, su color y su forma conquistó a las élites aristocráticas, que la convirtieron, entre los siglos XVI y XIX, no solo en un alimento muy codiciado, sino también en un símbolo de estatus.

Más que una simple fruta: la revolución de la piña en Europa

Fernández de Oviedo dedicó en su gran obra nada más y nada menos que cinco páginas a la descripción de la piña. Y se trata solo de uno de los muchos exploradores europeos que hicieron buena publicidad de esta fruta, originaria de América del Sur y el Caribe. 

La razón por la que las piñas se volvieron tan importantes en la vida de las clases altas europeas tiene que ver, en cierto modo, con su exclusividad: transportarla en barco, en un viaje que solía durar hasta dos meses, ponía en peligro su calidad, por lo que las piezas que llegaban en buen estado se vendían a precios muy elevados. Así, quien las compraba ya no solo podía disfrutar de su sabor “a vino, agua de rosas y azúcar combinados” —escribía el botánico John Parkinson en 1640—, sino también presumir de poder permitírselas económicamente.

Otro aspecto que a los europeos les resultó innovador sobre la piña fue su dulzor. Y es que, aunque hoy en día el azúcar forma parte de la vida cotidiana de gran parte de la población, en el siglo XVI esta especia era escasa, por lo que a veces se cubría la “necesidad” de degustar ese sabor a través de la fruta.

Cuando esta fruta crezca a una semejanza, la percibirás por el olor, que está mucho más allá del olor de nuestras frutas más selectas de Europa.

En este sentido, mientras que en siglos anteriores el consumo de frutas en Europa dependía de la temporalidad, el comercio intercontinental dio lugar a un flujo más constante de cierto tipo de alimentos: al cultivarse en regiones con condiciones climáticas estables, la piña casi siempre conservaba el mismo sabor y olor, “que está mucho más allá del olor de nuestras frutas más selectas de Europa“, señalaba Richard Ligon, quien no solo fue autor de la Historia verdadera y exacta de la isla de Barbados (1657), sino además copropietario de una plantación de azúcar en América.

Por su parte, y quizá también es por ello que hoy mismo por la tarde muchos decidan pasearse con una piña por el supermercado, esta fruta sedujo a la alta sociedad europea por su exotismo: se dice que Cristóbal Colón la bautizó como tal por su aparente similitud con el fruto del pino, pero al observarla con atención (y probarla) nadie estuvo de acuerdo con ello.

Lo cierto es que, si se comparaba con la “vieja y seria manzana”, tan simbólica en el relato cristiano que dominaba el pensamiento de la época, la piña representaba todo lo contrario: la novedad, la aventura, el interés por lo desconocido.

Piñas para regalar, para decorar, para aparentar, ¿Y para ligar?

El hecho de que las piñas costaran tan caras —algunas fuentes mencionan precios equivalentes a 7.000 euros— condujo a que muchos no quisieran comérselas y se decantaran, en cambio, por comprarlas únicamente para presumir de ellas. En otras palabras, esta fruta fue, aproximadamente entre los siglos XVI y XIX, lo que hoy correspondería a un buen coche, un teléfono de última generación o una prenda de alta costura. 

Como tal, no es de extrañar que se convirtiese también en un “objeto” susceptible de ser regalado. Una vez la aristocracia encontró la fórmula para cultivarla en suelo europeo, en invernaderos y jardines botánicos, la piña se produjo primero para obsequiar y, más tarde, para alimentar. Así lo demuestra, por ejemplo, un óleo sobre lienzo pintado en 1660 por Hendrick Danckerts, que representa el momento en que el jardinero del rey regala a Carlos II supuestamente la primera piña cultivada en Inglaterra y probablemente en Europa.

Precisamente en el Reino Unido se observan rastros del furor que causó la piña tras su llegada al continente: al consolidarse como símbolo de opulencia y poder, se colocaron estatuas de piñas en las fachadas de numerosos edificios, como la Catedral de San Pablo en Londres o la Dunmore House en Falkirk (Escocia).

Ahora bien, aquellos que no podían permitirse una piña o una representación de ella, tenían la opción de alquilarla: se dice que algunos pagaban por horas para exponerlas en sus eventos sociales o, simplemente, para pasearse con una de ellas bajo el brazo. Como vemos, pues, no mucho ha cambiado desde entonces.

En los últimos días no han sido precisamente pocas las personas que han acudido al supermercado para ligar gracias a una piña, independientemente de si finalmente decidían comprarla o no. La diferencia entre el presente y los más o menos 250 años que duró la piñamanía en Europa es que hoy esta fruta cuesta apenas un par de euros, abunda en las tiendas de alimentación e incluso puede comprarse en lata (sin duda, un formato que le hace perder el atractivo que la lanzó a la fama).

Así, aunque la nueva tendencia parezca azarosa, cuenta con un curioso precedente que no solo nos recuerda que no somos tan distintos a los individuos del pasado, sino que además nos invita a continuar escribiendo la historia de una fruta que, nunca

FUENTE: NATIONAL GEOGRAPHIC

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