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Arthur C. Brooks, experto de Harvard: “¿Por qué los jóvenes de todo el mundo son tan infelices?”

Mundo, 5 de may 2025 (ATB Digital) .- Brooks analiza una pandemia silenciosa que atraviesa fronteras: el colapso emocional de las nuevas generaciones.

En la era de las conexiones infinitas, donde el acceso al conocimiento y al entretenimiento cabe en la palma de una mano, algo profundamente humano parece estar desapareciendo. Los jóvenes del siglo XXI, rodeados de comodidades y avances tecnológicos inimaginables hace apenas unas décadas, están, sin embargo, más tristes que nunca

Así lo revela el World Happiness Report, donde Estados Unidos descendió a su peor posición histórica, impulsado principalmente por el desplome del bienestar entre los menores de 30 años.

Arthur C. Brooks, profesor en la Universidad de Harvard y uno de los intelectuales más incisivos en el estudio del bienestar humano, cuestiona la validez de los índices globales que intentan medir la felicidad con una sola pregunta. Pero lo que realmente le preocupa no es la comparación entre países, sino la evolución interna: cómo en las sociedades más prósperas los jóvenes experimentan un creciente vacío existencial. 

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A través del Global Flourishing Study (GFS), una investigación monumental que recoge datos de más de 200.000 personas en 22 países a lo largo de cinco años, Brooks identifica una tendencia alarmante: la infelicidad juvenil no es un fenómeno exclusivamente estadounidense, sino un mal contemporáneo que atraviesa fronteras.

Sin conexiones verdaderas

Tradicionalmente, se decía que la felicidad seguía una curva en forma de “U”: descendía durante la adultez temprana y media, para luego elevarse al llegar a la madurez. Pero este modelo parece haber perdido validez entre las nuevas generaciones

Según el GFS, los niveles de florecimiento personal —una medida más completa del bienestar que incluye emociones, salud, relaciones y sentido vital— ya no caen con la edad, simplemente porque ahora comienzan desde muy abajo. Esa curva en U ha sido desplazada: los jóvenes ya no entran al mundo adulto desde la cima, sino desde un llano emocional donde la desesperanza se ha vuelto habitual.

Una de las excepciones más relevantes en esta tendencia, sin embargo, está ligada a algo tan básico como olvidado: las relaciones humanas significativas. Los jóvenes que tienen amistades sólidas y vínculos íntimos presentan niveles más altos de bienestar. En cambio, aquellos atrapados en la simulación social de las pantallas sufren una carencia afectiva que ninguna red social puede reemplazar.

El auge del aislamiento social entre los jóvenes está íntimamente ligado a la forma en que se ha transformado la interacción humana. En vez de conversaciones cara a cara, reina la inmediatez de los mensajes, los “likes” y las videollamadas sin profundidad emocional. 

La carencia de contacto real alimenta una sensación de desconexión con el mundo y con uno mismo, lo cual, según Brooks, es uno de los principales obstáculos para una vida plena. Y aquí entra otro factor aún más profundo: la pérdida de significado.

Secularización

La secularización —es decir, el abandono creciente de la religión y la espiritualidad— es uno de los grandes fenómenos de nuestro tiempo. En Estados Unidos, el porcentaje de personas que no se identifican con ninguna religión casi se ha duplicado desde 2007, alcanzando el 29 %. Este cambio cultural, aunque basado en la libertad individual, tiene consecuencias inesperadas

Numerosos estudios han mostrado que las personas religiosas tienden a reportar mayores niveles de felicidad que aquellas sin afiliación espiritual. Y el nuevo estudio global lo confirma: asistir semanalmente a servicios religiosos se asocia con un 8 % más de bienestar, especialmente en los países más ricos y secularizados.

Este hallazgo cuestiona la idea de que el confort material puede sustituir al consuelo espiritual. A pesar de tener cubiertas sus necesidades básicas, las sociedades más opulentas parecen haber perdido algo esencial: el sentido de trascendencia. Cuando se reemplaza el “para qué” por el “para tener”, lo que queda es un vacío que ni la abundancia ni el éxito profesional pueden llenar. Lo que está en juego es el sentido mismo de la existencia.

Uno de los descubrimientos más inquietantes del GFS es que el Producto Interno Bruto per cápita se correlaciona negativamente con el sentimiento de propósito vital. Cuanto más rica es una sociedad, menor es la proporción de personas que sienten que su vida tiene un significado importante. 

Frente a esta crisis silenciosa que asola a las nuevas generaciones, Brooks propone tres pasos urgentes: priorizar las relaciones profundas y cara a cara sobre las virtuales; cultivar la vida interior, ya sea espiritual o filosófica; y comprender que el dinero jamás será sustituto del sentido. El gran mérito de estudios como el GFS es recordarnos eso que, en el fondo, siempre supimos: que el ser humano no se nutre solo de pan, sino también de amor, comunidad y propósito.

Fuente: National Geograpic España

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