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Serbia y Croacia, la rivalidad histórica que trasciende las canchas del Mundial de Catar 2022

Serbia y Croacia

Mundo, 25 nov 2022 (ATB Digital).- Los serbios y los croatas viven una rivalidad histórica como resultado de la disolución de Yugoslavia, un conflicto que propició una sangrienta guerra entre 1991 y 2001 ante la inacción de los organismos internacionales y en la que la OTAN jugó un papel cuestionable. Esa rivalidad se ha trasladado también a las canchas del fútbol.

Las selecciones de Serbia y Croacia ya iniciaron su camino en el Mundial de Catar 2022 y podrían enfrentarse en cuartos de final si logran superar la fase de grupos.

Si llegan a cruzarse en los próximos días, el mundo presenciaría uno de los partidos más polémicos del torneo por el trasfondo histórico y geopolítico que rodea a ambas naciones, viejas integrantes de la extinta Yugoslavia liderada por Josip Broz Tito.

Los serbios profesan mayoritariamente la religión ortodoxa, mientras que los croatas son eminentemente católicos. Las diferencias ideológicas y religiosas entre ambos pueblos fueron motivo de guerras y tensiones durante mucho tiempo hasta que, después de la Segunda Guerra Mundial, se formó la República Federativa Socialista de Yugoslavia (RFSY), que logró cohesionar a países aparentemente irreconciliables: Serbia, Bosnia y Herzegovina, Croacia, Eslovenia, Macedonia y Montenegro. También había dos provincias autónomas: Kosovo y Voivodina.

Aunque de corte socialista, Yugoslavia siempre se desmarcó del bloque comunista encabezado por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). La historiadora Margaret MacMillan asegura que era un “socialismo abierto” o un “socialismo a modo”. Yugoslavia, de hecho, fue uno de los Estados fundadores del Movimiento de Países No Alineados, grupo que se alejó de las naciones integrantes del Pacto de Varsovia y del bloque de la OTAN, liderado por EEUU.

Aunque durante muchos años los reinos de los croatas y los serbios lucharon por el poder hegemónico de los Balcanes, Tito consiguió calmar las tensiones a través de una Federación donde todos convivían, relativamente, en paz.

Lo que vino después de la muerte de Josip Broz Tito el 4 de mayo de 1980 fue un periodo de auge de nacionalismos, muchas veces impregnados de sentimientos xenófobos, sobre todo entre croatas, serbios y bosnios (estos últimos eran musulmanes en su mayoría).

Aunque fue una guerra de fronteras difusas donde todos parecían estar contra todos, la rivalidad entre serbios y croatas fue la más marcada. Los serbios comandados por Slobodan Milosevic y los croatas liderados por Franjo Tudman se enfrascaron en un conflicto que duró años y en el que se involucró la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), cuya fuerza aérea bombardeó ciudades serbias, incluida Belgrado, en supuesta defensa de Kosovo (territorio que reclamaba su independencia y que, hasta la fecha, mantiene tensiones con el Gobierno serbio).

El autor habla también sobre una figura paramilitar que se convirtió en defensor del ultranacionalismo serbio, Zeljko Raznatovic, mejor conocido como Arkan, quien formó una milicia personal, Los Tigres, que se nutrió, además de delincuentes reclutados en las prisiones, de ultras de fútbol, en especial del Estrella Roja de Belgrado, el equipo más ganador de los Balcanes.

“Las gradas de los estadios se convierten en un trampolín para aprendices de genocidas, dispuestos a masacrar al enemigo y hacer dinero rápido con ingentes botines de guerra. En nombre de un malentendido patriotismo y bajo el mando inflexible del comandante, los Tigres de Arkan fusilan masivamente, cavan fosas comunes en tiempo récord, violan, torturan, degüellan, se ensañan con los cadáveres de hombres, mujeres y niños, culpables únicamente de pronunciar con acento equivocado. ¿Cómo se han llegado a transformar las gradas, lugar en el que se profesa amor por el propio equipo, en una suerte de campo de tiro o matadero humano? ¿Qué ha sido del fútbol de un país que ya no existe?”, cuestiona Mariottini.

Del lado de Croacia sucede lo mismo: las gradas comienzan a politizarse y a paramilitarizarse, hasta el punto en que los partidos se vuelven violentos para los asistentes y hasta para los mismos jugadores.

Hasta la fecha, uno de los partidos que desata mayor ánimo y controversia en el mundo es un clásico de Europa del Este: el Dinamo Zagreb (Croacia) contra el Estrella Roja de Belgrado (Serbia). Pocos partidos tienen tanta vigilancia policial en los estadios europeos. Porque Yugoslavia ya no existe, pero sí, todavía, generaciones que recuerdan los viejos tiempos. E incluso nostálgicos que, en sus casas y negocios, mantienen el retrato de Tito.

“Si tu país desaparece, descubres que no era algo político ni geográfico, sino emocional. No me siento representante de una nación o un Estado. Solo represento ese territorio emocional que no tiene nada que ver con la política”, aseguró en una entrevista con la prensa española en 2009 el músico bosnio Goran Bregovic, quien pese al paso del tiempo se sigue considerando yugoslavo. Sus palabras, de algún modo, sintetizan la realidad de Los Balcanes, siempre convulsa, siempre compleja.

SPUTNIK

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