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‘Mi mermelada’ como la nueva y peligrosa arma del Kremlin

Oleg Yasinsky

Oleg Yasinsky

La canción rusa que en su traducción libre se llama muy imprecisamente ‘Mi mermelada’ o incluso aún más incorrecto ‘Mua-mua’, ya desde hace tiempo, está en la lista top de las reproducciones de TikTok, se encuentra entre las primeras cinco de Spotify y a pesar de los enormes esfuerzos de los grandes poderes occidentales para cancelar todo lo que tenga denominación de origen ruso, se hace viral en varios idiomas y en diversas latitudes. Una pequeña, aunque todavía poderosa, parte del mundo prohíbe la cultura de Pushkin, Chéjov y Chaikovski, pero está absolutamente indefensa ante el fenómeno de la cultura comercial juvenil que riega desde una red social china los sonidos y las palabras del ruso, en una melodía tan pegajosa como el nombre de la canción.

Antes que nada, la traducción precisa del nombre de la canción sería algo así como ‘Mi mermeladoso’, o sea, algo como un ‘oso meloso’, para rusificar más la imagen, alejándolo por si acaso, del trillado ‘sweet’ gringo.

Les debo confesar que, siendo un gruñón irremediablemente cuadrado y aburrido, cuando recién me enteré de este fenómeno exitoso, virtual y musical, mi primera reacción fue desde mi prejuicio y mi profundo desprecio por la cultura comercial. Pensé que de ruso solo tenía las palabras, que además tampoco son muchas ni muy interesantes. Luego, discutimos un poco con gente entendida en la materia y no me quedó otra que reconocer mi superficialidad en la crítica de lo superficial. Es interesante que algunos, acostumbrados a ver en todas partes al enemigo y sus intrigas, perdamos de vista los matices de los tantos colores del mundo y con eso la capacidad de sorprendernos ante la esperanza, que se asoma en los lugares menos pensados. Por ejemplo, en la música comercial. No hay nada mejor que equivocarse en la negación.

La canción ‘Mi mermelada’, ‘Mua-mua’, ‘Mi mermeladoso’, etc., se ve muy diferente de los típicos reencauchados y desechos musicales promovidos hoy por las plataformas virtuales que reemplazaron la antigua manera de producir música. Tiene aires de otros tiempos e investigando un poco su historia, descubrimos que este tema alcanzó su fama hace ya 20 años. La cantante rusa Katia Lel (Yekaterina Chuprinina) estuvo a punto de vender este tema y alguna otra de sus canciones a Shakira, por solicitud de la cantante colombiana. Curiosamente, siento que el hecho de que no se hubiera alcanzado el negocio no fue ninguna pérdida (sin pensar en el aspecto económico quiero decir), pues incluso dentro de la ‘música pop’, Katia me parece mucho más artista que Shakira y merece darse el lujo de no compartir sus canciones con otros, guiados exclusivamente por la lógica del mercado.

La canción de Katia Lel, inocente, pegajosa y liviana nos hace retroceder a los tiempos cuando fue escrita, momento tan diferente de este. Estaba naciendo un nuevo milenio y, con él, todas nuestras esperanzas e ilusiones. La sensibilidad que inspiraba esta música era muy diferente, tenía otro sentido. Vemos a una cantante muy sensual y femenina, pero sin nada de ordinariez ni vulgaridad, que es todo lo que se exige hoy para el éxito del pop moderno. Su voz es bonita, limpia y natural, con el mínimo de efectos e interferencias y, además, su imagen es la de una bella mujer rusa que no convierte su condición de género en un campo de provocación o batalla. La expresión estética desde otro lado del mundo, la otra manera de ver y sentir la feminidad, la juventud, la vida y el amor. La música instrumental es un maravilloso ‘rock’ ruso, por circunstancias históricas injustamente casi desconocido fuera del país.

Es una música totalmente pop, comercial, pero con una inconfundible identidad rusa en el sonido, ritmo y la imagen de la cantante, suave, atractiva y romántica. Lo que hoy en el mundo occidental no es frecuente encontrar.

Es posible que este sorpresivo éxito de una muy sencilla canción rusa no signifique algo más que la casualidad del mercado, la sed de lo nuevo ante el hastío de todo el consumo de productos mil veces repetidos y trillados, pero no importa. Nos hace pensar en algo más que eso. Las culturas y las sensibilidades de los seres humanos de diferentes lugares del mundo ahora están tan interconectadas y sincronizadas, que cualquier intento de cancelar a alguna de ellas, inevitablemente generaría un efecto dominó, derrumbando al resto. Como lo maravilloso de los seres humanos es su compenetración con otros, lo mismo sucede con nuestras culturas, que son esponjas de memoria, absorbiendo el mundo más allá de las fronteras, prohibiciones o amenazas.

Ahora, el sistema neoliberal global está tratando de construir un mundo sin memoria, sin cultura y sin nuestra capacidad de entenderlo. Las ‘reformas’ educativas llamadas a acabar con la educación de los humanos, para transformarlas en fábricas mundiales de robots, se complementan con la basura cultural posmoderna. Con su agresiva demagogia acerca de la ‘libertad’ y de los ‘derechos’ por encima de todo y de cualquiera, termina al final despojándonos de nuestros pocos derechos para poder salvar algo del sentido común y de la racionalidad humana, en un escenario donde el descriterio es el rey y el amo. El problema con la cultura rusa en este caso es múltiple.

La cultura rusa es el ejemplo vivo de una verdadera multiculturalidad, que tanto pregona y tan poco practica Occidente. La multiculturalidad rusa, aunque parece que nunca fue definida en este término, en lo cotidiano es una polifonía de un enorme y diverso territorio, con un sin número de paisajes, sonidos, colores, modos, espiritualidades y creencias de todo tipo. Por tanto, es un peligrosísimo modelo para quienes basan su lógica en dividir, aprovechar y dominar. Fijémonos en los modelos culturales difundidos hoy por la industria occidental para los más pequeños. Un mundo de interminables guerras entre robots y monstruos donde lo humano ya parece un elemento raro y algo casi sobrante. 

¿Qué tipo de música querrán escuchar mañana los niños de estos tiempos de tecnologías avanzadas en las peores y más irresponsables manos de la historia?

Reivindico la canción de Katia Lel no desde mi nostalgia o mis ganas de defender a Rusia agredida y atacada por sus enemigos, que también son enemigos de todos. Aquí hay algo más. ‘Mi mermelada’ nos recuerda la existencia de algo más humano, pues incluso dentro de las ‘canciones comerciales’ se puede ser uno mismo, que puede uno no perder la decencia, que para llegar a la cúspide de la fama no es necesario ser vulgar ni ordinario. Y también que la cultura rusa no es solo Gógol y Dostoyevski o Shostakovich y Músorgski. Que Katia Lel con su ‘Mi mermelada’, ‘Mua-mua’, ‘Mi mermeladoso’, etc., también es cultura rusa. Y que cada uno de nosotros siempre es libre de elegir la canción que quiera y que realmente le guste.

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