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El ascenso de la extrema derecha con dificultades económicas: ¿se asoma el fascismo en Alemania?

Ociel Alí López

El fin de semana pasado, las calles de diversas ciudades alemanas se llenaron de protestas contra el auge actual que está experimentando la extrema derecha.

Mientras que la semana previa, el turno había sido para productores del campo que tomaron Berlín en protesta contra la eliminación del subsidio al combustible, o nafta rural.

Por su parte, el Bundesbank (banco central) ha tenido que rebajar las expectativas de crecimiento desde 1,2 % al 0,4 %, y es que el corazón industrial europeo, la “locomotora alemana”, cayó 0,3 % en su tasa interanual en 2023, según la Oficina Federal de Estadística. Hablamos, entonces, de una economía en proceso de recalentamiento.

Visto todo esto, podemos preguntarnos: ¿qué pasa en Alemania? Y nos atrevemos a ofrecer algunas respuestas.

¿Auge de la extrema derecha o un nuevo Tratado de Versalles?

La situación en Alemania se complica.

Las grandes marchas a escala nacional durante el pasado fin de semana en contra de la extrema derecha alemana, obliga al mundo a encender los reflectores en torno a una situación, de suyo compleja, que ha venido presentándose en la medida en que el conflicto de Ucrania se va desmoronando como noción unificadora de la política interna.

Por primera vez en Alemania desde el fin del fascismo, la extrema derecha concentrada en el partido Alternativa para Alemania (AfD, por sus siglas en alemán) ha incrementado de manera casi aluvional su intención de voto, según todas las encuestas.

Desde mediados de 2023, se registró en los estudios demoscópicos, un crecimiento del partido en cuestión que en ese entonces aparecía con un 18 % y empataba con el Partido Social Demócrata (PSD), al que pertenece el actual canciller Olaf Scholz. Pero a comienzos del año en curso, la firma Forsa le otorga ya un 23 % a AfD, siete puntos por encima del PSD, con lo cual se estaría consolidando en el segundo lugar en intención de voto.

Por primera vez en Alemania desde el fin del fascismo, la extrema derecha ha incrementado de manera casi aluvional su intención de voto.

abe recordar que AfD obtuvo menos del 5 % en las elecciones federales de 2013 (la cifra mínima exigida para tener representación parlamentaria), y 10 % en las de 2021, lo que quiere decir que su ascenso se ha catapultado apenas en los últimos meses.

Además, en este 2024 habrá tres importantes elecciones en el este de Alemania y el AfD se perfila por sobre 30 % en estos territorios en los que podría terminar ganando y también gobernando, si se rompe el “cordón sanitario” que le han impuesto el resto de partidos que hacen vida en el Bundestag.

Y parece que este puede ser un escenario probable. Las recientes manifestaciones forman parte de una respuesta de las fuerzas democráticas en contra de una reunión, que ha sido develada por el medio Correctiv, a la que habrían asistido miembros del AfD, militantes de partidos fascistas y también líderes social cristianos, con el fin de diseñar en conjunto una política para la devolución de migrantes a sus países de origen.

Esta reunión significa una ruptura de facto del “cordón sanitario”, y habría que esperar si el mismo termina de reventarse en los länder (estado federado) en los que habrá elecciones este año. El AfD registra una alta intención de voto, superior al 30%, en Sajonia, Turingia y Brandeburgo, todas del este (antigua República Democrática Alemana), donde la extrema derecha ha asentado su feudo. 

De hacerse con alguno de estos territorios, y en el hipotético escenario de que pueda hacer gobierno con otros partidos, incluida la derecha democrática alemana, el AfD culminaría el año en una posición de salida ventajosa para las elecciones federales de 2025, lo que significa un panorama inédito desde el fin del fascismo y que no puede dejar de recordarnos a éste.

¿Cómo llegamos a este punto?

Desde que Washington dictaminó el rompimiento tajante de Alemania con Rusia, conflicto ucraniano mediante, situación que llegó al clímax con la voladura del Nord Stream 2 (el gasoducto que llevaría gas económico a Alemania y Europa desde Rusia), EE.UU. ha puesto a Europa, pero sobre todo a Alemania, de rodillas, ante lo que podría denominarse como un nuevo Tratado de Versalles en su contra.

El Tratado de Versalles (1919) se caracterizó por el intento de aislar a Alemania y obligarla a cargar sobre sus hombros con todo el peso de la Primera Guerra Mundial, trayendo como consecuencia la desestabilización económica y un enorme resentimiento nacional que condujo al nazismo al poder. 

Si bien en las circunstancias actuales, las sanciones de Occidente se direccionan contra Rusia, el principal afectado ha terminado siendo Alemania, quien debe financiar buena parte del conflicto militar, siendo uno de los principales receptores de la migración por asuntos bélicos (desde Ucrania, Siria e Irak) y a la vez está obligada a buscar fuentes de abastecimiento energético mucho más costosas, lo que ha traído la caída del poder adquisitivo de la ciudadanía y el debilitamiento de la industria, la más importante de Europa.

Y es que con situaciones y respuestas parecidas, los resultados no pueden ser sino similares.

En 1930, el nazismo tenía 18 % de intención de voto (menor que la que hoy tiene AfD), pero en 1932 ya logró el 36 % y en 1933 ya ganaba las elecciones con el 43 %.

Es decir, comparando dos escenarios históricos, tenemos en ambos una afectación económica implantada desde Occidente, una crisis económica y el auge aluvional de la extrema derecha. 

El escenario “postucraniano” (o de debilitamiento del conflicto) puede ser determinante en la configuración de un nuevo mapa político en Alemania, en el que  podrían verse disminuidos los partidos históricos mientras se impone la extrema derecha como nuevo factor de poder interno.

Cabe advertir que el ascenso de AfD en las encuestas no es la única clave para entender la complejidad alemana.

Protestas de productores del campo

La política tradicional alemana, heredera de la reunificación, está dando bandazos. No es solo el auge de la extrema derecha, es también el levantamiento de los productores del campo que han tomado Berlín desde mediados de enero en protestas en contra de la decisión del Gobierno tripartito —socialdemócratas, verdes y liberales— de acabar con la subvención del diésel agrícola.

El gobierno federal trata de impulsar, a los golpes, la transición energética hacia el consumo eléctrico, pero eso supone un coste que los productores del campo dicen no poderlo financiar.

Las protestas de productores del campo y agricultores son otro eslabón del mismo problema: las  sanciones “indirectas” que vive Alemania no solo han complicado la vida económica de los ciudadanos sino que ya están modificando el espectro político en el que la extrema derecha está sacando todo el rédito, así como ocurrió en los años treinta.

No hablamos del triunfo de la extrema derecha en Brasil o Argentina, tampoco en la Italia de la primera ministra Giorgia Meloni o la Francia de Marine Le Pen, hablamos de la cuna del fascismo y de lo vertiginoso que se presenta un escenario similar al de aquellos años.

Se complica el panorama en Alemania, la historia suele repetirse.