Mundo, 20 de feb 2025 (ATB Digital).- A todas y todos nos ha pasado alguna vez: ir a un restaurante, pedir un poco más de lo habitual y tener que despasarse un par de agujeros del cinturón para dejar espacio suficiente a un banquete pantagruélico. Una vez terminada la última cucharada, y con la comida metafóricamente saliendo por las orejas, la persona que atiende pregunta: ¿desean postre? Y de pronto, esa sensación de saciedad desaparece y por arte de magia se crea un hueco para una pieza de fruta, un flan o un trozo de tarta.
Muchas personas atribuyen esta sensación al ‘estómago del postre’, un hipotético segundo estómago que no se llena con el grueso de la comida, sino que espera pacientemente al final, generalmente dulce. Aunque no tiene sentido a nivel fisiológico, ya que tal estructura no existe, científicos del instituto Max Planck han dado con un mecanismo cerebral que explicaría por qué, aunque estemos completamente saciados, todavía cabe el dulce final. Es decir, el estómago del postre técnicamente sí que existe, y lo crea nuestro cerebro de la nada.
Los ratones también toman postre
El comportamiento descrito arriba no es único de los humanos, sino que también se observa en ratones, el animal modelo con el que realizaron el estudio los investigadores del Max Planck. El experimento transcurrió de la siguiente forma: los ratones, recién despertados tras una noche de ayuno, recibían una dieta con elevados contenidos en grasa y proteínas, pero baja en azúcar. Transcurridos 90 minutos, cuando dejaban de comer porque ya estaban completamente llenos, les añadían en el comedero un pequeño dulce con aroma y sabor a limón o cereza. Tras unos segundos de inspección, los ratones, al igual que los humanos del restaurante, también devoraban ese postre a pesar de estar previamente saciados de comida.
En el caso de los ratones, el alimento no era una receta especialmente elaborada, sino una grajea con un ligero aroma formada por un nada desdeñable 67% de azúcar. Es decir, los ratones no estaban condicionados por el aspecto del alimento, sino sólo por su aroma y, por supuesto, por su dulzura. En el momento de añadir el dulce, los animales todavía disponían de grandes cantidades del otro alimento, pero a pesar de ello, decidieron tomar sólo el postre para, finalmente, dejar de comer. Esto llevó a los investigadores a plantearse más preguntas, porque ¿qué tenía el postre que no tuviese el resto del alimento? La respuesta está en el ingrediente estrella: El azúcar.
En el cerebro de un ratón saciado
Al examinar el cerebro de los ratones, los investigadores pudieron observar cuando los animales se encontraban saciados, se producía una activación de las neuronas POMC del hipotálamo. Este tipo de neuronas son un tanto especiales, ya que producen hormonas y transmisores con los que controlan la actividad de otras regiones del cerebro. Concretamente, las neuronas POMC del hipotálamo producen la hormona estimulante de los melanocitos alfa (α-MSH), un neurotransmisor que se une al receptor 4 de la melanocortina e indica al cerebro que la ingesta de calorías ha sido suficiente y, por tanto, hay que dejar de comer.
Los ratones de laboratorio se siguen empleando para realizar experimentos porque su metabolismo es similar al de los humanos y se pueden trasladar muchos de los descubrimientos de una especie a otra.
Ahora bien, el mecanismo era un tanto distinto cuando las POMC detectaban un postre. En este caso, observaron una actividad inusual de este tipo neuronal ya que, además de α-MSH, comenzaban a secretar el opioide β-endorfina. Esta molécula, relacionada con el placer, también tiene una función estimulante del apetito y permite al cerebro desacatar las órdenes de saciedad. Por tanto, las neuronas POMC, ante un postre azucarado, inhiben nuestro mecanismo de control del apetito para inducirnos a consumir más azúcar.
Según explica Henning Fenselau, jefe del grupo de investigación e investigador principal del estudio, desde una perspectiva evolutiva tiene mucho sentido. El azúcar puro es muy raro en la naturaleza y una fuente de energía instantánea. Por ello, el cerebro está programado para garantizar el consumo de azúcar siempre que esté disponible. Es decir, que nos quepa el postre es un mecanismo evolutivo que tenía sentido en los albores de la humanidad, cuando no teníamos acceso a la enorme cantidad de productos azucarados como en la actualidad.
En las dietas actuales el azúcar no se puede considerar precisamente escaso. La mayoría de alimentos contienen grandes cantidades de azúcares, que actúan como saborizantes o como preservantes. Este hecho ha llevado a distintas organizaciones a advertir que en la actualidad se están consumiendo cantidades peligrosas de azúcar. Por poner en contexto, la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que el consumo de azúcar diario sea menos del 10% de la ingesta calórica total, es decir, alrededor de 50 gramos por día, aunque se obtienen mayores beneficios para la salud al consumir menos de 25 gramos diarios. En esta recomendación entran todos los azúcares libres, tanto industriales (glucosa y fructosa) como el azúcar de mesa, y los presentes en alimentos como la miel, jarabes o zumos naturales.
El consumo elevado de azúcar está relacionado con trastornos metabólicos y con otras complicaciones relacionadas con el sobrepeso y la obesidad. Para su tratamiento, que generalmente incluye cambios en la dieta, disponer de un cerebro especialmente diseñado para tomar azúcar es un grave problema al que se enfrentan los millones de afectados. Sin embargo, desde el Max Planck creen que su investigación podría ayudar en los tratamientos, ya que conociendo los mecanismos por los que el cerebro pide azúcar, pueden contrarrestarlos.
‘Desenganchados’ del azúcar
En una segunda parte del experimento, se centraron en observar qué pasaba si interferían con el mecanismo cerebral. Para ello, bloquearon la producción de β-endorfina y, como por arte de magia, los ratones dejaban de tomar postre cuando ya estaban llenos. De este modo, el cerebro de los ratones dejaba de necesitar consumir todo el azúcar que se le ponía por delante para pasar a verlo como un alimento más. De este modo, consideran los investigadores, podrían encontrarse nuevas vías para tratar trastornos alimentarios como la obesidad
Sylvia Roig
Como demostraron al comparar las áreas cerebrales de humanos y ratones, el estómago del postre funciona de forma similar en ambas especies. Las neuronas POMC activan y desactivan estructuras análogas entre los cerebros de ratón y humano, lo que da pie a seguir investigando este mecanismo más a fondo. En la actualidad, ya existen fármacos que bloquean los receptores opiáceos en el cerebro y tienen un efecto en la pérdida de peso, pero su uso no está normalizado para este último fin. Para ello, se emplea, principalmente la semaglutida bajo el nombre de Ozempic, Wegovy y similares.
Ahora bien, como apunta Fenselau, el hecho de que existan estos medicamentos no es un problema, sino más bien una oportunidad. La combinación de varias terapias con un mismo fin, por lo general, presentan una mayor eficacia que aquellas que únicamente siguen un tratamiento. Por ello, van a seguir investigando a fondo las posibles sinergias entre medicamentos que pueden ayudar a reencauzar la vida a aquellas personas que necesiten perder peso por cuestiones de salud.
FUENTE: MEDIOS INTERNACIONALES